EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

EL SEMÁFORO

Juan García Costilla

Agosto 03, 2006

Rojo
Los transportistas siguen secuestrando y sometiendo impunemente a la ciudad, con todos sus habitantes incluidos: primero aumentan el pasaje –con el comedido respaldo oficial–, y ahora estrangulan el tránsito dos días consecutivos, en protesta por los baches y la inseguridad.
Y no es que les falte razón. El deterioro de las calles es evidente, como siempre sucede después de las primeras lluvias; y de la inseguridad, ¿quién se atreve a negarla?
Pero la dimensión de sus protestas y sus efectos negativos sobre la comunidad son un exceso, viniendo de un sector caracterizado por su desprecio absoluto a la ley, la autoridad y, sobre todo, a los ciudadanos.
El buen juez, por su casa empieza. Por lo pronto, debemos exigir mejoras sustanciales en el servicio de transporte público, a las que se comprometieron a cambio del alza al pasaje.
Amarillo
Se agradece la claridad del alcalde Félix Salgado Macedonio, a la hora de reaccionar y declarar sobre conflictos y asuntos que atañen directamente a su gobierno. Estamos tan acostumbrados a la retórica oficial, evasiva y eufemística –”vamos a analizar detenidamente ese asunto”, “vamos a investigar a fondo esa denuncia”, “son ataques perversos de fuerzas obscuras”– que siempre viene bien un poco de aire fresco.
Por ejemplo, merece aplauso la firmeza del alcalde frente a la corrupción de los agentes de Tránsito. Antier por la mañana, en una reunión privada en la oficina de Presidencia, Félix advirtió a los comandantes de Tránsito que si en 30 días no hay “cambios positivos” en la dependencia, desaparecerá toda la corporación. “Tienen un mes, trabajan derechitos o se van todos, incluido el director”. Eso esperamos y exigimos de quienes nos gobiernan. Que representen nuestras opiniones, demandas y denuncias, y no que las contengan, desairen ni minimicen. El problema es que los hechos deben acompañar a las palabras, sobre todo cuando son audaces, directas y contundentes. Porque quien más arriesga, genera mayores expectativas.
La corrupción de los agentes de Tránsito es un vicio añejo y generalizado en el país, no sólo en Acapulco. Es una de las expresiones típicas de la cultura de la tranza y el arreglo en corto, tan arraigada entre los mexicanos.
Recuerdo que hace más de veinte años, cuando manejaba yo en la ciudad de México, acompañado de una simpática gringuita, fui detenido por una patrulla de tamarindos –viejo apelativo, ya en desuso, inspirado en el uniforme café de los agentes de Tránsito de esa época– por haberme pasado un alto.
Con calma chicha detuve el auto y saqué mi cartera para cumplir con el protocolo respectivo. El gesto alarmó visiblemente a mi amiga, quien me preguntó temblorosa: “¿What are you doing, arrturro? You’re not going to brive the police, ¿are you? ¡He’s going to put us both in jail! (“¿Qué haces? No lo vas a sobornar, ¿verdad? ¡Nos va a meter a la cárcel!”).
Con cinismo aprendido, le respondí ufano: “Maybe in your country, mamita. But not in Mexico”. Me bajé del carro, intercambié un par de frases prefabricadas con el oficial, y deslicé sutilmente un tostón en su libreta de infracciones, que no fue necesario utilizar.
Dentro de 30 días, la corrupción en la Dirección de Tránsito en Acapulco no desaparecerá. Perdón por el pesimismo, pero si es así, ¿desaparecerá Tránsito? Veremos.