EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

El síndrome de los ratones verdes

Juan García Costilla

Junio 17, 2006

Algo tiene el futbol, sobre todo el campeonato mundial, que lo convierte en un fenómeno social mucho más relevante que un mero entretenimiento lúdico, o simple espectáculo deportivo. La teoría ha sido repetida hasta el hartazgo, lo sé, es un lugar común, pero que no por ello deja de tener validez ni fundamento.
Tanto en naciones desarrolladas como del Tercer Mundo, el impacto del futbol es capaz de alterar índices financieros –la revista Fortune ha documentado incrementos de hasta 4 puntos en el nivel de crecimiento económico en países que han sido sede de un Mundial, durante los dos años siguientes al evento–; o de desatar conflictos bélicos entre naciones, claro, bananeras –en 1969 estalló una guerra entre Honduras y El Salvador, ambos países pequeños y muy pobres que durante más de cincuenta años acumularon agravios mutuos.
La excusa que desencadenó aquel conflicto fue el futbol, durante las eliminatorias para el Mundial de México 70. En el primer partido, el triunfo fue para los hondureños por 1-0. Al enterarse del resultado, una salvadoreña se suicidó. El segundo partido lo ganó El Salvador 3-0, pero doce hinchas visitantes son asesinados.
Ambos gobiernos deciden cerrar sus fronteras. Después de ataques entre políticos y periodistas, las dos naciones rompieron relaciones. El 14 de julio comienza la guerra, que dejó más de 6 mil muertos y 20 mil heridos.
A mí, como a un montón de mexicanos, muy pocas cosas pueden aplatanarme, enchilarme y deprimirme más que alguna derrota de la selección nacional de futbol en el mundial o frente a un rival menor. La peor, la que sufrimos en el Mundial de Corea-Japón de 2002 ante los mendigos gringos, con todo y el pinche Donovan, Me cái que ese día me agüité mas que con el error de diciembre. ¡Ah cómo me dolió! Les confieso que la única vez que me he enmuinado más fue cuando nos enteramos bien de la transísima del Fobaproa.
Y es que fueron décadas de fracasos vergonzosos, de osos horribles, ante la mirada burlona de millones de espectadores, las que tuvimos que sobrevivir los fanáticos mexicanos de mi generación para atrás.
Un triunfo elevaba el ánimo, la autoestima colectiva; una derrota, achicopalaba, le metía a uno un chingo de complejos de inferioridad. Porque no se trataba nada más de jueguitos perdidos, o de derrotas dizque honrosas –jugamos como nunca pero perdimos como siempre–, de esas que se olvidan rápido, antes incluso que el siguiente torneo.
Con sentimientos encontrados –mitad envidia, mitad alegría–, oigo a Pablo, mijo de 12 años, absolutamente convencido de que la Verde –la selección, no la cannabis– tiene con qué llegar a la final y, con poquita suerte, hasta traerse la copa FIFA. Afortunado chamaco. No conoció al equipo que fue eliminado en la eliminatoria en Puerto Príncipe, Haití, para el Mundial de Alemania 74. El acabose fue la derrota por 4-0 frente a la modestísima escuadra de Trinidad y Tobago –22 años después participa en su primer torneo FIFA.
En ese entonces, los reporteros Francisco Ponce y José Barrenechea, enviados del diario Excélsior, hicieron una radiografía del balompié mexicano con esa derrota, tras describir las escenas de lágrimas, molestia y pesar que embargaba al cuadro mexicano en los vestidores: “Once voluntarios trinitarios recogieron el cadáver del futbol mexicano, lo depositaron en un ataúd y desengañaron a millones de espectadores de todo el mundo, que hasta hoy creyeron en el mito de su futbol.
“Trinidad exhibió el atraso de la selección mexicana, cuyos jugadores no resistieron la prueba: tan sólo raspar con un dedo el plumaje de salarios estratosféricos, de publicidad desmedida, y de elogios desmedidos a los jugadores y afloró todo lo que en realidad es la selección nacional”.
El episodio confirmó la agudeza de otro periodista de Excélsior, don Manuel Seyde, que años antes había bautizado al tricolor como Los Ratones Verdes. Apodo sarcástico y cruel, pero exacto. Hubiera sido injusto aplicarlo sólo para evidenciar las carencias futboleras del equipo. Porque lo que don Manuel castigó con el mote fue la cultura de la medianía, del pesimismo, de las expectativas frustradas, del derrotismo, de la incongruencia repetida hasta la saciedad.
Quizás a las nuevas generaciones todo esto les suene muy jalado. Pero es fácil decirlo cuando se te hace muy normal que la selección califique mínimo a cuartos de final. O que Rafa Marquez juegue –y triunfe– en el Barcelona, o que los jugadores hablen siempre de jugar con carácter, personalidad, fuerza, disciplina, al tú por tú con quien se les ponga enfrente.
Aunque el partido contra Angola del viernes no confirma la teoría, la idiosincrasia del mexicano –esa que también representa el Jamaicón Villegas– ya no es la misma, al menos en el futbol.
Lamentablemente, mijo Pablo no es tan afortunado. Pronto descubrirá que en este país seguimos padeciendo el síndrome de Los Ratones Verdes. Quizá desaparecieron los síntomas clásicos, pero el virus mutó en otro tan o más peligroso.
Ahora sus víctimas son otras y sus efectos, aunque no tan numerosos, más explosivos: eleva los niveles de incongruencia, agudiza el protagonismo y detona la belicosidad de los enfermos. Al menos eso parecen indicar casos recientes que trataré de describir brevemente.
La concesión de la recolección de basura
Irónicamente, el 7 de junio, un día antes de que el Cabildo de Acapulco aprobó el dictamen de la licitación para la concesión del servicio de recolección de basura, se anunció en Chilpancingo que a partir del 14 de este mes el gobierno del estado deberá hacer pública la información financiera, presupuestal, técnica, social y administrativa que solicite la ciudadanía, como lo establece el artículo 8 de la Ley de Acceso a la Información Pública.
La ironía, porque el proceso de licitación en Acapulco fue, de principio a fin, justamente lo contrario al espíritu de esa ley. Lento, desaseado, contradictorio, seriamente criticado, impugnado, y lleno de suspicacias y calles sucias.
El presidente de la Canirac en Acapulco, Carlos Hernández Godoy, puso el dedo en la llaga: “Tal parece que se trató de crear un caos para que aprobaran la licitación de la empresa”.
El desencuentro Torreblanca-empresarios
Primero, representantes de 38 organizaciones de empresarios y comerciantes de Acapulco emplazaron al gobernador Zeferino Torreblanca a una reunión para discutir el problema de la violencia y la inseguridad en el puerto, “a más tardar en 72 horas”.
El gobernador se enchiló, dijo que esas no eran maneras para solicitar una audiencia, que para qué ventilar esos temas en la prensa y que los recibiría cuando tenga tiempo.
Pero dos días después comentó que dejar toda la responsabilidad de la seguridad pública al gobierno, “me parece pensar en pequeño; dejar la tarea solamente a los policías y ladrones (sic) me parece que no es entender que el problema es integral y que reclama de la participación de la sociedad”. Sin embargo, hasta ayer recibió a los empresarios y comerciantes que le querían tomar la palabra.
Por su parte, éstos se enmuinaron con el desaire del gobernador. El presidente de la Canaco Acapulco, Abelardo Luna David, declaró que si Torreblanca se negaba a dialogar, “nos manifestaremos públicamente. Es terrible que se niegue a escuchar”, criticó.
Pero luego, cuando el Consejo Interreligioso Guerrerense convocó a una marcha por la paz –es decir, una manifestación pública contra la violencia, como los empresarios decían–, el presidente de la Coparmex, Fernando Tenopala Zalce, consultado sobre su participación en ella, imitó el estilo del gobernador: “No nos han convocado y tampoco lo hemos discutido. Pero aquí es como las llamadas a misa: va el que quiere”.
El atentado contra el comandante en El Hueso
Para variar, esta vez el muerto no fue el agredido sino el agresor. El coordinador de la Policía Investigadora Ministerial en Tecpan, Francisco Javier Cortés, repelió el ataque de tres sicarios cuando llegaba a su casa a bordo de una camioneta Land Rover de lujo. Les disparó con un rifle AK-47 y mató a uno de ellos, que quedó en cuclillas sobre la banqueta, con una granada en la mano y otras tres en una mochila.
¿Checan el bizarro drama? Una Land Rover, un AK-47 (no reglamentario) y cuatro granadas. ¿Es narco? No. Es policía. ¿Dijeron what estimados lectores? Yo también.
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