EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

El tsunami de 1979 en Zihuatanejo

Silvestre Pacheco León

Julio 15, 2024

Me da mucho gusto que los asociados del Eco tianguis Zanca de Zihuatanejo se ocupen de promover la resiliencia comunitaria para prevenir y enfrentar los fenómenos naturales que pueden ocasionar daños de diferente tipo a la sociedad.
Me invitaron a platicar mi experiencia de fenómenos naturales en la costa y comencé el sábado pasado con aquel tsunami ocurrido en 1979 a pocas semanas de haber llegado a vivir en el puerto.
Para precisar la fecha del fenómeno que apunté en mis notas como sucedido en octubre, recurrí al registro de tsunamis de la Secretaría de Marina, pero me asaltó la duda sobre aquella experiencia vivida en octubre, porque en la relación oficial de tsunamis, luego del ocurrido el 4 de marzo de 1979 cuando se colapsó el edificio de la universidad Iberoamericana, no hubo otro registrado antes del 11 de septiembre de 1985 cuando se produjo el terremoto de 8.1 grados que causó tanto estrago en la capital de la república.
El tsunami del que cuento y del cual no hay registro en las estaciones mareográficas de Acapulco y Manzanillo, pudo haber sido solo el rumor provocado en las oficinas del Fonatur ante un supuesto sismo cuyo epicentro se habría registrado cerca de la desembocadura del río Balsas. Refuerzo esta afirmación sobre la fecha porque yo había llegado para residir en el puerto de Zihuatanejo en septiembre de 1979 y fue en el mes siguiente cuando sucedió lo que cuento.
Hace 44 años, en 1979, llegué a Zihuatanejo procedente de la Cdmx por la ruta de Michoacán. Venía con un grupo de compañeros de trabajo contratados para la elaboración del plan regional de desarrollo urbano de la desembocadura del río Balsas que abarcaba cinco municipios de Michoacán y tres Guerrrero, Coahuayutla, la Unión y Zihuatanejo, del lado guerrerense.
Para dicho trabajo había dos oficinas en la región. Una en el poblado de La Mira, en el campamento de la SCT, y la otra en Zihuatanejo, en la calle Nicolás Bravo, por el rumbo del muelle municipal, de cara a la bahía.
Diez años de vivir en la Cdmx me había acostumbrado al clima frío, de manera que el primer choque recibido fue el caluroso ambiente de la costa que me cortaba la respiración y me hacía transpirar con profusión. En recompensa me deleitaba con los intensos colores de la costa, con el intenso azul del mar y su orla blanca y verde del litoral.
La población de ciudad Lázaro Cárdenas era un gigantesco campamento de obreros que vivían sin sus familias hacinados en el populoso pueblo de Guacamayas y trabajaban construyendo el puerto industrial y explotando la mina de hierro de Sicartsa.
Zihuatanejo era el contraste en cuanto a ocupación laboral, la mayoría de los empleados lo hacían en el lujo y confort de los grandes hoteles de aire acondicionado en Ixtapa ocupando la vista privilegiada del mar.
En la entrada a Zihuatanejo me sorprendió gratamente el diseño de los edificios blancos de techos rojos de teja construidos bajo las palmeras. Pensé equivocadamente que en ellas vivían los trabajadores hoteleros, pero después supe que se trataba de las oficinas del Centro de Adiestramiento para la Industria Hotelera (CAPIH) del IMSS y las oficinas estatales del Fideicomiso Bahía de Zihuatanejo.
Recuerdo que en la primera noche de estancia en el puerto llovió con intensidad y fuerte viento. Se fue la luz y por el cielo nublado se hizo más intensa la oscuridad. La carretera para ir al aeropuerto estaba tapizada de palapas caídas con el viento.
Al otro día bajo el Sol radiante se olvidaba la noche de la tempestad. Esa era desde entonces la vida de la costa.
El palacio municipal de Zihuatanejo estaba ubicado en la playa principal, a un costado de la cancha de basquetbol y la ciudad eran apenas cuatro calles que iban de norte a sur, 5 de Mayo, Cuauhtémoc, Hermenegildo Galeana y Benito Juárez. El censo de población para esos años era de 3 mil habitantes en la cabecera municipal y el turismo se había convertido en la primera actividad económica.
Era presidente municipal el finado Armando Federico González y gobernaba el estado Rubén Figueroa Figueroa, en la época del presidente José López Portillo.
El tsunami ocurrió en el mes de octubre, y ahora caigo en la cuenta que ni siquiera hubo temblor, sino una incorrecta interpretación de lo que escuchó la telefonista de la oficina del Fonatur y lo propagó como cierto en el puerto de Zihuatanejo dando la voz de alarma para que la población de Zihuatanejo tomara sus previsiones porque el tsunami que se acercaba había generado olas que posiblemente llegarían a los 15 metros de altura, lo cual provocaría la inundación de la ciudad.
Yo vivía en la esquina donde inicia la calle Adelitas, junto al hotel Caracol, en la colonia la Madera y en ese día del mes de octubre en que el mar estaba “tirado” (como se dice cuando amanece exhausto de hacer olas) no se preveían grandes acontecimientos.
En la mañana me habían buscado en la oficina dos amigos venidos de la sierra de Tecpan y me esperaban junto al muelle, eso fue lo que me informó la secretaria y bajé de la oficina para verlos. Uno de ellos se admiró de la obra del Capricho del Rey que nos quedaba enfrente, al otro lado de la bahía.
–Se ve que el dueño sí es caprichoso, dijo mi amigo en tono un tanto burlón sorprendido del edifico que parece colgado de la roca.
Después de dejar a mis amigos volví a la oficina donde me sorprendió que tanto la secretaria como la administradora se ocupaban nerviosas de poner masking tape a los vidrios de las ventanas, supuestamente para asegurarlas contra el golpe de las olas que ya esperaban aparecer por la bocana de la bahía. Me dio la noticia de la presencia de un tsunami propalada desde la oficina del Fonatur para que la población se pusiera a salvo porque se tenía noticia de que venía con dirección a la costa que afectaría a Zihuatanejo.
Incrédulo porque venía yo de la playa y me constaba la tranquilidad del mar me resistía a secundarla en sus previsiones y en esas cavilaciones estaba, resistiéndome a dejar la oficina, cuando más alarmado que la administradora, llegó su marido que recién había dejado la dirección del Fibazi y lo acababan de nombrar con un cargo parecido en Huatulco. Venía corriendo y agitado el finado y siempre tranquilo Agustín Reynoso. Entró a la oficina urgiendo a su mujer de que se fueran y como ella continuara encintando los vidrios le gritó. “Olguita, son olas de 15 metros las que vienen, la cinta masking no servirá de nada. ¡Vámonos! Entonces la tomó de la mano y salió corriendo con ella en dirección al cerro más cercano, supuse.
Yo seguía incrédulo dominado por la tranquilidad que se respiraba junto a la playa y como habíamos cerrado la oficina caminé por las calles del centro donde el rumor de la llamada telefónica había hecho estragos. Vi señoras corriendo por las calles gritando por sus hijos que estaban en la escuela.
Ante ese espectáculo me regresé a la oficina por mi vehículo y dudando sobre lo más inteligente que podía hacer decidí, por sí o por no, también ponerme a salvo sin dejar la oportunidad de ver aquel espectáculo de las grandes olas que se avecinaba. Calculé que en el mirador de la carretera a la playa de la Ropa, metros abajo del Partenón estaría a salvo y me dispuse a esperar.
Me estuve sentado mirando en lontananza hasta que se me ocurrió prender la radio para escuchar la única estación de radio disponible que entonces se llamaba Radio Variedades, propiedad de don Mario Morales. Estaba como locutor el periodista Arturo Barajas que se hizo famoso por su programa Dígalo sin Temor, quien en ese momento anunciaba que el ex presidente fulano de tal, muy cercano del gobernador Figueroa estaba por llegar a la estación para dar una noticia importante a la población sobre el tsunami.
En efecto, llegó el personaje y luego de saludar al auditorio dijo que venía de hablar telefónicamente con el gobernador y que nos mandaba un saludo afectuoso.
–Dice el gobernador que dejen de preocuparse del “junami” Me dio su palabra de que corre de su cuenta que no llegue a Zihuatanejo.
Aunque parezca cuento de ciencia ficción, con esas palabras de la radio volvió la calma chicha al puerto.
Lo ocurrido nos enseñó la importancia de estar informados de los fenómenos naturales que ocurren sin previo aviso, y también de la importancia que tiene desarrollar nuestra capacidad de adaptación a los nuevos tiempos frente a la cambiante realidad de lluvias torrenciales, fuertes ventiscas, ríos crecidos, temblores y huracanes destructivos. Esa es desarrollar la resiliencia.