EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

En sus marcas… ¿listos?

Juan García Costilla

Abril 04, 2005

 

CANAL PRIVADO


Este lunes será el primer día hábil de Zeferino Torreblanca en su nueva chamba. Despachará ya en su oficina del Palacio de Gobierno y empezará a entender por experiencia personal y directa por qué a su antecesor le gustaba decir que “Guerrero no es Disneylandia”.

Aunque es evidente que Zeferino ya no es aquel empresario-político novato, con el ímpetu de la candidez como mayor prenda y la denuncia como mejor discurso; sabe bien el intrincado laberinto que se esconde detrás de la puerta que apenas abrió este viernes. Riguroso y eficiente administrador, conoce seguramente los puntos críticos de la estructura pública e intuye lo que sucede en algunos de los subterráneos de la política estatal y los alcances de sus peores habitantes.

Pero el paisaje debe ser muy distinto cuando se mira sentado en la silla del gobernador, la perspectiva cambia y adquiere matices y detalles que difícilmente se pueden distinguir desde cualquier otro sitio. La cultura política tradicional, que operará hasta que el nuevo gobernador decida lo contrario, tiene en el ejecutivo estatal su centro vital, alrededor del cual se mueven los principales protagonistas del tejido social guerrerense; en ese pequeño círculo se revelan los mejores y peores intereses de las fuerzas vivas.

Desde ahí, Zeferino debe enfrentar el reto de satisfacer las enormes expectativas que despertó en la conciencia de muchos guerrerenses; encontrará escasísimos recursos y limitadas herramientas para resolver la, diversa y cuantiosa complejidad social, económica y política de nuestro estado.

Irresistible resulta citar, a pesar de lo manida, la maliciosa advertencia de Bernard Shaw: “Cuidado con lo que deseas, porque de pronto lo consigues”. De hecho, el mismo sentido sugiere la frase de René Juárez, en su personal versión tropicalizada: “Guerrero no es Disneylandia”.

Supongo con el propósito de ubicar a los críticos en la realidad sureña, resistente a la transformación sencilla del voluntarismo y los buenos deseos. Pero en una interpretación libre es posible pensar que en un arrebato de buena fe, producto del ánimo nostálgico de su último año de su administración, René intentara darle un nuevo sentido para moderar los ímpetus de los suspirantes a sucederlo, como diciéndoles: “¡Aguas¡, eso del privilegio del poder no es como lo pintan… cuando menos en Guerrero”.

Desde el día siguiente a la elección, hasta su toma de protesta como gobernador constitucional, Zeferino Torreblanca recibió un adelanto de lo que le espera.

Cuando muchos esperábamos que el ambiente de las semanas previas a la ceremonia del viernes fuera mucho más terso y sereno, o en todo caso festivo, los hechos demostraron una vez más que las predicciones no valen cuando las circunstancias cambian.

Eso esperábamos, porque Torreblanca ha cumplido de manera impecable la lista de requisitos para merecerlo. Surge de la sociedad civil, enfrenta al gobernador más poderoso y diestro que ha tenido Guerrero, conquista el apoyo de un partido político a todas luces alejado de su perfil natural, después de dos intentos fallidos, no se rinde, ocupa una curul federal y en su tercera candidatura conquista por fin la alcaldía de Acapulco.

Luego, encabeza un gobierno municipal exitoso, consolida su prestigio administrativo, incrementa considerablemente su popularidad, desafía el poder hasta entonces imbatible del régimen priísta estatal contendiendo por la gubernatura y obtiene una contundente victoria electoral, quebrando incluso la presunta confiabilidad de las encuestas.

Por si fuera poco, reconocidos politólogos de cuño tan diverso como Porfirio Muñoz Ledo y Roy Campos califican su triunfo como el más relevante y amplio que haya conseguido cualquier candidato perredista, por encima incluso de los de Cuauhtémoc y Andrés Manuel en el DF.

Pero si desde mucho antes las fuerzas políticas ya se movían en Guerrero, a pesar de los espacios reducidos de los gobiernos priístas, con mayor razón lo hacen ahora, reanimadas con el aliento democrático de la alternancia partidista. Todos, cuando menos la gran mayoría, quieren practicar el largamente escamoteado derecho a opinar, criticar, protestar, proponer, disentir, participar, informar y ser informados sobre los asuntos públicos; por antonomasia, propiedad de todos.

Hasta el momento, parece que el intenso debate que ha generado la conformación del gabinete zeferinista es apenas una probadita de lo que viene. Por eso, así como el nuevo gobernador pidió paciencia a los ciudadanos, también ellos esperan correspondencia de su parte.

Aunque muchos de los cambios que generalmente produce una coyuntura como la que ahora vivimos los guerrerenses requieren de tiempo y, but of course, de la voluntad de los nuevos actores, algo ya se transformó, espero que para siempre: el cómodo espacio y la firme verticalidad en el ejercicio tradicional del poder.

Los que formarán parte del próximo gobierno, empezando por Zeferino Torreblanca, deben estar preparados para gobernar de manera distinta a una sociedad que ya demostró estatura y madurez para los nuevos tiempos. Deben asumir que la tarea no será sencilla; si en circunstancias normales no lo era, mucho menos este gobierno de transición, que estará sin duda bajo la mirada atenta de los guerrerenses, de por sí respondones.

Mala señal sería si durante el impass de la elección y la toma de protesta alguien se sintió incómodo, presionado, molesto, irritado o agraviado por el estrecho marcaje o la intensa interlocución de la opinión pública, sobre todo con relación al probable gabinete.

Es cierto, no faltó el que intentó presionar y demandar privilegios, cuotas y plazas, usando las artimañas, inquinas y grillas de siempre, pero fueron los menos; la mayoría se preocupó por saber, señalar, sugerir, denunciar y demandar perfiles, criterios, candidatos, proyectos y asuntos que considera relevantes para los próximos seis años.

Aunque a algunos no les guste, lo mejor que le puede suceder a la política es que se convierta en un espacio abierto, compartido, que su ejercicio no pueda entenderse sin la participación y la interlocución de la sociedad. E incluso en ese caso no bastaría esa dinámica si queremos, además de democracia, eficiencia, desarrollo, bienestar y oportunidades para todos.

La responsabilidad es también de la ciudadanía, en todos sus niveles de organización. Porque no se trata de estorbar, sabotear o resistir por consigna; la verdadera meta debe ser que gobierno y sociedad, juntos, definan rumbo y proyecto.

Con un poco de suerte, la democracia servirá para mucho más que ganar elecciones.

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