EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Entre el hambre, la violencia y el coronavirus

Jesús Mendoza Zaragoza

Mayo 25, 2020

 

Extremadamente delicada es la situación actual del país. Estamos ante una emergencia muy compleja que requiere toda la atención para ser manejada con sabiduría y coraje con el objeto de ser remontada a futuro. El contexto global de la crisis sanitaria ha sido un componente más que pone en riesgo al país, a sus instituciones y, sobre todo, a la población más desprotegida. La caída de la economía global, como siempre, tendrá sus grandes perdedores y también quienes salgan ganando. Los efectos políticos de esta crisis están por verse y puede ser que no sean menores. Pero lo que más preocupa es la situación de indefensión social en la que quedará gran parte de la población.
El primer componente de esta gran crisis es ya crónico y tiene que ver con la desigualdad económica, que se irá acrecentando paulatinamente, desde la contingencia sanitaria. Durante ésta, un segmento muy significativo de la población se siente arrinconado entre el hambre y el virus: o muere contagiado por el coronavirus o muere de hambre. Así de sencillo. La caída de la economía y la caída del empleo se han sumado ahora a las ya delicadas condiciones que atraviesan los millones de mexicanos que viven en situación de pobreza alimentaria, es decir, de pobreza extrema. Es de prever que el hambre no se remediará a corto plazo, ni con la llamada vuelta a la “nueva normalidad”. El hambre seguirá campeando al lado de la incertidumbre y de la desesperanza. Y, muy posiblemente, se convierta en un factor más de violencia. Lo que actualmente estamos haciendo para mitigar el hambre es insuficiente, y más allá del tiempo de confinamiento, esa hambre no quedará resuelta y lo peor es que se mantendrá invisible. ¿Cuáles medidas económicas se tomarán para afrontar el hambre que hay ahora y que seguirá estando por todas partes?
El segundo componente de la crisis que atraviesa el país sigue siendo la violencia, que lejos de disminuir durante la cuarentena se ha mantenido y se ha agravado en algunos casos. Los grupos delincuenciales han mantenido su presencia pública y parece que se han fortalecido. En algunos lugares se han lucido durante este tiempo repartiendo despensas para fortalecer su base social y no han disminuido sus dinámicas violentas para conservar o acrecentar el control de sus territorios. En nuestra región no han disminuido sus prácticas de extorsiones y de amenazas a la población. Por otra parte, el confinamiento en casa ha dado lugar a que se manifieste con más intensidad la violencia contra las mujeres, esa violencia tan añeja pero tan dolorosa que suele ser invisible porque “la ropa sucia se lava en casa” y porque no la hemos afrontado a cabalidad.
Y el tercer componente de la actual crisis es, desde luego, la pandemia del coronavirus, que ha puesto a prueba todo y nos ha mostrado cuán vulnerables somos. Todo ha quedado rebasado, cuando no colapsado. Y ya nos han adelantado que ese virus llegó para quedarse y que el tiempo de la vacuna aún está lejos. Así que, una vez que pase la emergencia, aprenderemos a vivir con él, lo que obliga a necesarios cambios del estilo de vida. ¿Cómo haremos para seguir lidiando con él? ¿Y cómo harán quienes no tienen una casa o la tienen en situación de precariedad?
Se ha repetido el discurso de que el coronavirus está afectando a todos. Es cierto, pero no de igual manera. Los países europeos fueron duramente afectados, pero tienen recursos como para lidiar de mejor manera con el virus. No así los pueblos del Tercer Mundo. Ni menos, los pobres de México. Esto es evidente en las periferias urbanas. En todas las desgracias colectivas, quienes salen perdiendo más son los más desprotegidos en términos de oportunidades económicas, de capacidades y habilidades y de seguridad social. Son los mismos los más golpeados por el hambre, por la violencia y por el coronavirus. He podido encontrar en estos días a personas y a familias que están acorraladas por estos tres monstruos, sin opciones viables, que buscan sobrevivir de la mejor manera. Una familia, por mencionar un caso, fue amenazada por una banda criminal en una colonia de la periferia de la ciudad y tuvo que abandonar su casa en plena pandemia, sin empleo y sin casa donde protegerse del virus, tuvo que deambular por las calles expuesta a la violencia, al hambre y al virus.
Esta situación de emergencia de muchas familias no se va a resolver con el simple hecho de la activación de la economía. Seguirán acorraladas. También lo estarán pueblos y regiones enteras del estado de Guerrero, tanto urbanas como rurales. La economía vigente no está pensada para favorecer a los más desprotegidos sino para seguir enriqueciendo a los ricos. El rebalse de los beneficios económicos no alcanza para todos, ni siquiera para la mayoría. Y los subsidios gubernamentales nunca serán la solución, pues representan sólo una forma de contención de la pobreza. Quien nació con hambre está condenado a vivir con hambre. Así funciona nuestro modelo económico. Y este neoliberalismo que padecemos, va para largo.
Diversos sectores sociales lamentan las condiciones que les aguardan para reponerse de la vulnerabilidad económica que ya experimentan y que les espera. Andan buscando el respaldo del Estado para lograrlo. Es más que justo ese reclamo, puesto que el Estado tiene la gran responsabilidad de poner las condiciones para el desarrollo de todos en un contexto de bien común. Empresarios, artistas, sindicatos, universidades y demás, todos necesitarán ser apoyados para reponerse de las pérdidas económicas. Se necesitas medidas inmediatas y también estratégicas.
Pero, hay un pero. Quienes no tienen la capacidad de ser escuchados por el poder público y por la sociedad, ni están organizados para demandar los apoyos necesarios y suficientes para afrontar a esos tres monstruos, ¿qué va a ser de ellos? ¿Seguirán huyendo del hambre, de la violencia y del virus? ¿O es que necesitamos que se den condiciones para una revuelta social que nos obligue a mirarlos y a pensar en ellos?
“Quédate en casa” ha sido el mensaje más recurrente desde el gobierno y desde la sociedad, a lo largo de la pandemia. Ojalá que se convirtiera en la divisa fundamental para lo que sigue después de nuestras cuarentenas. La “casa” es la metáfora más viva que nos ayuda a entender y a encontrar seguridad, protección, cuidado y apoyo. Es el lugar de la “hoguera”, el fuego del amor, del calor de la familiaridad. México es la casa de todos, pero no todos la disfrutamos. Unos pocos se han adueñado de la casa y han marginado o excluido a muchos de su derecho a estar en casa. Hay tantos que no se sienten protegidos por las instituciones, por las leyes, por los gobiernos y por la sociedad misma. Han sido echados de casa desde tiempos inmemoriales.
Y no tienen casa para refugiarse del hambre, ni de la violencia, ni del virus. ¿Acaso no es tiempo de pensar y diseñar una casa para todos? ¿A quien le toca este reto? Claro que a todos. A quienes estamos en casa y a quienes no están en casa.