EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Entre la pobreza y la opulencia

Juan García Costilla

Septiembre 09, 2006

Félix Salgado Macedonio puso el dedo en la llaga, tanto que nadie se atrevió a criticarlo –como lo han hecho muchos, muchas veces, desde que llegó al Ayuntamiento. Aunque ya lo había declarado antes, esta semana lo dijo con precisión y claridad insuperables: “El alcalde de Acapulco gobierna la miseria y la federación administra la riqueza”.
Se dijo soñador y romántico, pero sostuvo que su máxima aspiración es reducir el abismo entre la pobreza y la opulencia que ha caracterizado a este puerto. “Quiero ser un presidente municipal de a de veras, no de mentiritas”.
Insinuó además que ha sido excluido, o marginado al menos, de todo lo que tiene que ver con la planeación y las decisiones sobre el crecimiento de la zona de Acapulco Diamante.
Ya es más que un rumor el disgusto y la distancia fría del gobernador Zeferino Torreblanca Galindo, debido principalmente a la insistencia del alcalde en marcar limites a los inversionistas y exigir que se acaten las disposiciones del reglamento de construcciones.
Han sido varios episodios de enfrentamiento y conflicto entre el Ayuntamiento y los empresarios; entre otros, el de los restaurantes de la plaza Galerías Diana, y la apertura de la cafetería Starbucks de la Costera. En ambos casos, Félix ha terminado cediendo a la soberbia de los propietarios, con la complacencia del gobernador.
Pero el centro de la queja del alcalde consiste en reclamar para el municipio una parte más justa de la enorme riqueza que genera Acapulco, no sólo como industria turística, sino como mercado de consumidores. Aunque él se refiere a presupuestos y recaudación públicos, la desequilibrada distribución de los beneficios del boom económico se distingue en todos los niveles.
Que yo sepa, por ejemplo, ningún acapulqueño ni guerrerense es propietario o socio de grandes desarrollos inmobiliarios, o de tiendas, almacenes o plazas. De hecho, la lista de millonarios lugareños, capaces de competir con el poder económico de los inversionistas de fuera, no llega ni a diez.
Por eso los exclusivos hoteles y condominios de Diamante, con sus avenidas (dos) anchas, limpias y sin… casi sin baches, y los vehículos nuevos, lujosos, grandes y carísimos de los turistas, están rodeados de calles sucias y deterioradas, de casas sencillas y dignas, las mejores, y humildes y precarias las más; y de gente pobre, medio pobre y clasemediera.
No es necesario llegar hasta las colonias más marginadas para descubrir los contrastes de los que habla Félix, los que han caracterizado a este municipio. También se observan en Diamante, quizá hasta más crudos.
Lo trágico es que con el tiempo nos hemos acostumbrado a esa realidad, a una resignación impotente, fatigada, sumisa, intimidada y corresponsable. Esa resignación nos ha destruido el autoestima colectivo, llegando incluso hasta la autodenigración. No es raro soprendernos diciendo algo como: “es que la gente de aquí está jodida por güevona, porque no le gusta trabajar, porque se opone al progreso, porque se conforma con su hamaca y su coquito”.
Pues ya ni eso. Porque las consecuencias de tanta pasividad y abuso están ya a la vista.
El avasallamiento feroz de los últimos años, por parte del comercio corporativo y la empresa transnacional –que por cierto, ven a Acapulco como una plaza muy lucrativa–, ha hecho urgente e ineludible un replanteamiento social, político, turístico, ambiental y urbano.
El boom comercial e inmobiliario terminó de transformar el clásico paisaje tropical del puerto, en la imagen homogénea que comparten casi todas las ciudades grandes y medianas del país. Cadenas de abarrotes, comida rápida, súpers, plazas comerciales y gasolineras, levantaron sus muros de cemento y falso plafón, sus fachadas plásticas y agringadas, bloqueando sin recato la vista y la brisa cotidiana del mar, aniquilando los vestigios de la peculiar identidad costeña –que en un tiempo hizo famosa a la gente de esta tierra–, e imponiendo una forma de vida de acuerdo con sus intereses económicos. Y encima de todo, convirtieron la ciudad en un horno ardiente y agobiante.
Después de más de medio siglo de trabajo, tolerancia y sacrificio de los acapulqueños, en favor de la industria turística y de los inversionistas, uno se pregunta ¿en dónde están los beneficios para Acapulco?, ¿cuáles han sido las ganancias de los lugareños?, ¿qué tanto se ha elevado su nivel de vida, su capacidad económica, sus expectativas?
Perdón, pero pienso que ha sido un pésimo negocio. Hay que revisar las cláusulas y las condiciones del contrato, por el bien de todos. Para eso está el gobierno, para proteger y privilegiar los intereses de la mayoría. ¿O no?

[email protected]