EL-SUR

Jueves 19 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

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Federico Vite

Septiembre 10, 2024

 

(Segunda y última parte)

De la novela Vita (Italia, Einaudi, 2013, 462 páginas), de Melania G. Mazzuco, no avancé ni una línea. La mujer de piel oscura me había dicho que yo era rico, porque la gente no tiene tiempo para leer, ni dinero para comprar libros en otro idioma, y me preguntó con curiosidad, ¿por qué lee esa cosa tan gorda? No sabía si había un límite para que un libro fuera flaco o gordo, pero desde ese punto de vista, la novela que una escritora italiana escribió durante años, simple y sencillamente se convirtió en una voluminosa necesidad de silencio que en el consultorio no me iban a dar mis compañeras de espera. La mujer de piel blanca dijo en voz alta: ‘Ya se tardó mi mamá’. Extrajo su teléfono celular y puso el teléfono en speaker. Así que oímos toda la conversación, que en esencia fue simple, pero demoró, repitió el mensaje esencial. No había un momento de silencio. ¿Le tenemos miedo al silencio? Después de guardar su celular en el bolso de piel sintética, volvió a verme. ¿Usted cree que le gustaría ese libro a mi mamá? Es que habla mucho y a lo mejor si se lo compro se calla un poco. Quería imitar a Condorito y simplemente dejarme caer diciendo: ¡Plop! Pero me intrigó el hecho de que ella pensara que los libros podrían interesarle a los adultos mayores. Sí, dije, seguramente le va gustar. ¿Y usted dónde lo compró?, inquirió. Di referencia de una dirección electrónica en internet y conté que tardaban un poco en llegar los pedidos, pero llegaban sin falla. No es mucho tiempo de espera, agregó, pero bueno, si le va gustar se lo voy a pedir. Ahí vino la pregunta clásica: ¿cuánto cuesta? Yo he notado que la gente acá es muy abierta, habla casi de todo, eminentemente de lo sexual, de lo político, lo laboral, etcétera, pero en cuestiones de precios, nunca decimos cifras concretas. Así que dije: Alrededor de quinientos pesos. La mujer de piel oscura enfatizó su punto de vista: ¡Eso es para ricos!
¿La novela vale la pena? Yo estoy seguro que sí. La autora pone en perspectiva la búsqueda de su genealogía. Intenta, desde diversos flancos, la autoficción, la biografía y la recreación histórica del siglo pasado, tanto en Estados Unidos como en Italia, para dar cuenta de los problemas que padecían los personajes y, por añadidura, manifiesta las dificultades económicas como un motor que potencia los desplazamientos de la historia, y de los personajes, de un lado a otro de las geografías referidas. El crack de los años 30 del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial, hechos en los que puede notarse el impacto de la carencia, la pobreza y la urgencia de dinero. Pero Mazzuco no se detiene en la recreación del daño sino que pone en funcionamiento el rastreo de su linaje y, aunque no logra llegar a la raíz de los Mazzuco, se reconoce con cierto tipo de gente, quienes tienen “la misma ceja ancha de mis antepasados”.
Vita, la consciencia femenina de la historia, debe vivir en una espacio pequeño; primero, en la prisión de Agnello, luego en la escuela y posteriormente en la universidad, sin que el intento forzoso de americanización aportara beneficios rotundos. “Vita sigue siendo italiana: siempre será sucia y fea, siempre mentirosa e ignorante, coludida con un mafioso, relegada a los barrios bajos”. Me sorprendió un hecho, que los italianos ricos en Estados Unidos no construyeran una escuela para los recién llegados de Europa, para los pobres; al contrario, se avergonzaban de ellos y afirmaban que en realidad Italia no es un país, sino que se compone de dos países diferentes y, especialmente, que se compone dos razas diferentes: los de arriba –que son son celtas, buenos y confiables– y los de abajo –malolientes–. En definitiva, hay dos tipos de italianos: los nórdicos y los sureños. ¿A usted no le parece que hablamos de México?
Durante la lectura, los pasajes más duros son los que describen a la gente imposibilitada para crecer económicamente. Como si los trabajadores nunca dejaran de serlo ni pudieran escapar de esa epidemia de trabajar, trabajar y trabajar sin obtener resultados concretos ni mejoría alguna. Obviamente, la intención de Melania es contextualizar un periplo entre continentes e idiomas que le ayuda a rastrear sus raíces, pero el mayor acierto es describir con precisión que el sueño americano simplemente fue una pesadilla para muchos. Pareciera decirnos que nos han vendido una linda historia que no corresponde con la realidad. Obviamente no puedo decir eso a mis compañeras de espera, pero les conté que me interesa saber por qué se va la gente a otro lugar en busca de una mejoría económica. Por eso la leo, confesé. Entonces sí le va gustar a mi mamá, señaló la de piel blanca. Yo tengo familia en Estados Unidos, comentó la de piel oscura, pero nada más llaman para saludarme. Dijo que las cosas ya no están tan bien como antes, pero tienen dinero y mandan. Yo no comenté nada. Me abstraje un momento para entender que la idea del sueño americano ya no es lo que era, aunque yo tenga muchos conocidos en Estados Unidos y, sin duda, les va mejor que en México, pero el sueño americano no es lo que era.
Se abre la puerta del médico y sale una pareja de adultos mayores. Avanzan despacio y saludan a todos. A veces se nos olvida que en Acapulco la gente se solidariza con los otros hablando y hablando mucho, en realidad. Ellos pagaron la consulta a la recepcionista. Se despidieron de todos. La mujer de piel oscura se tomó su tiempo para entrar al consultorio. No dijo nada, por primera vez en la tarde, y cerró la puerta. La mujer de piel blanca volvió a sacar su celular. Hizo la llamada, pero esta vez la madre no contestó. Esta mujer, monologó, no se da cuenta que ya es bien tarde y nomás no se digna a llegar. Al oírla hablar pensé que hace años, yo iba a una casa –recuerdo que estaba en Costa Azul– que fungía como grupo de ayuda para débiles visuales. Estaban armando un proyecto que me ilusionaba mucho. Uno iba, leía en voz alta algunas páginas del libro que te indicaban los encargados del proyectoy poco a poco iban se iba engrosando el catálogo de audiolibros; otros compañeros capturaban los libros en computadoras para que poco a poco se hiciera la traducción al braille. Invertía mis horas leyendo en voz alta; después, capturando cientos de palabras en la pantalla electrónica. Me sentí un poco extraño al ver de nueva cuenta la portada de Vita en la mano. Pensé que antes era alguien más servicial. Se abrió la puerta junto a la recepcionistas. Una mujer de avanzada edad entró a reunirse con la mujer de piel blanca; la madre era más blanca aún y empezaron a platicar del calor, del tráfico, del hermano, del dinero. Ella aceleraba la conversación a una velocidad considerable, como si la inminencia del ingreso al doctor la pusiera inquieta. Consulté mi reloj; después eché una mirada a la ventana: el cielo completamente claro y azul me raptó. Repentinamente se fue la luz. Y el calor empezó a sentirse en cuestión de segundos. Yo no hablaba; no veía nada, pero mis compañeras de espera sacaron sus celulares y empezaron a hacer llamadas. Hacían la misma pregunta, ¿no se fue la luz allá? Diez minutos después, sin un sólo momento en silencio, regresó la energía eléctrica. La madre de la mujer de piel blanca me observaba con un ligero desconcierto. Escrutaba el libro que yo tenía en el regazo. Y me dijo: “Usted no es de acá, ¿verdad?” Fue el segundo momento de la conversación en el que sentí que alguien dibujaba la palabra ¡Plop! junto a mi asiento. La mujer de piel blanca agregó: “¿verdad que no parece de acá, mami?”. Y todo se repitió de nuevo.
* La traducción de las frases entre comillas es mía.