EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Gentrificación y resistencia en Oaxaca

Tryno Maldonado

Febrero 14, 2023

En un artículo de Lisbeth Mejía Reyes publicado el 3 de febrero en el diario El Imparcial de Oaxaca, se presenta con datos duros un fenómeno que los habitantes de la capital del estado sólo podían constatar antes de manera empírica: el centro de la ciudad está siendo vaciado de sus pobladores en beneficio del dinero.
Citado por la periodista, el investigador José Omar Peral Garibay retoma las cifras del Censo de Población y Vivienda del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) de 2020. En su investigación, Peral Garibay confirma que el hoy llamado “centro histórico” de la ciudad de Oaxaca ha ido perdiendo su población considerablemente: “En 2010, ésta era de 11 mil 30 habitantes y en 2020 fue de 9 mil 544.”
La realidad es innegable: “El centro histórico de Oaxaca está perdiendo a su población. La zona que en 1987 fue inscrita a la Lista de Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) ha dejado de ser una de tipo habitacional para dar paso al uso comercial”.
Leyendo más a fondo la tesis del investigador, Peral Garibay sugiere que en estos procesos de desplazamiento “el capital privado se hace presente al usufructuar los principales espacios del centro histórico de la ciudad para su beneficio. En un mismo lugar se tiene la convergencia de actores que trabajan a distintas escalas –local, nacional, mundial– y con base en distintos intereses, pero construyendo en sus interrelaciones un mismo espacio patrimonial”.
El anglicismo gentrificación es el término que más se ajusta a este fenómeno que padece no sólo Oaxaca sino otras muchas ciudades del país. La gentrificación ocurre dentro de un sistema de mercado capitalista. Sucede cuando un espacio urbano es transformado arquitectónicamente por las fuerzas del mercado en alianza con los gobiernos partidistas para primar la demanda de espacios comerciales y residenciales. Estos nuevos espacios urbanos se vuelven privados y son rehabilitados para aumentar la plusvalía de la zona, lo que hace a los residentes originales imposible de seguir pagando el alza de las rentas, la alimentación y los servicios. Son las clases medias, criollos, turistas y extranjeros quienes tienen la capacidad ahora de apropiarse esos espacios. Oaxaca es un manjar para los extranjeros.
Pero los procesos de gentrificación no suceden únicamente a nivel urbano. Hay que decir también que son detonadores de la ruptura de las redes afectivas y comunitarias de una zona. Los antiguos habitantes, sus modos de organización, de subsistencia e incluso de sus fiestas, son disueltos u obligados a desplazarse a las periferias. Los ciclos que daban continuidad a ese espacio en el tiempo son rotos. La vida en comunidad, por tanto, es interrumpida, deja de tener sentido. La gentrificación es por ello, también, un fenómeno que aniquila los modos de resistencia, los imaginarios y los conocimientos colectivos de los pobladores.
Una insurgencia como la ocurrida en Oaxaca en 2006, cuando la gente de todos los barrios se organizó en cientos de barricadas populares y disolvió por una temporada las funciones del Estado en reclamo por justicia, sería más ardua de organizar hoy dentro de esta nueva configuración donde los barrios están ahora vaciados por comercios que ven por sus propios intereses y alquileres a extranjeros individualizados y despolitizados. Ambos, desde luego, protegidos por la policía y fuerzas armadas del Estado. La gentrificación es propiciada por los gobiernos porque es también contrainsurgente. La gentrificación, guardando sus distancias, es una suerte de apartheid blando. No es casual que sea siempre la gente racializada la primera en ser desplazada.
Lo que ocurre tanto en Oaxaca como en Ciudad de México es una disputa no sólo por los espacios urbanos de convivencia y organización. Es una lucha por el terreno de lo imaginativo y lo simbólico. Basta recordar, por ejemplo, el borrado de la expresión gráfica popular en las paredes y puestos de la delegación Cuauhtémoc por orden de su alcaldesa. Es, además, un borrado de los puntos de encuentro de las disidencias y las resistencias urbanas de abajo como los que vimos nacer en Oaxaca en 2006. Esto a cualquier gobierno capitalista como los actuales le conviene. No en vano el primer acto del gobernador morenista Salomón Jara en Oaxaca fue, como el de su colega capitalina, “limpiar” el zócalo de la ciudad del campamento del pueblo indígena triqui desplazado.