EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Granjas del Marqués: despojo brutal a los más pobres para favorecer a los más ricos

Anituy Rebolledo Ayerdi

Julio 13, 2023

 

Conmoción política

A escasos siete meses de su administración, el al-calde Jorge Jóseph Piedra –acapulqueño güero, periodista, risueño y carismá-tico– toma una decisión tan insólita como riesgosa. Decisión histórica que provocará una grave desavenencia entre la golosa familia revolucionaria hasta colocarla al filo de la navaja.
La mañana del 4 de julio de 1960, el hombre que en su niñez voceó el periódico Regenera-ción, de Juan R. Escudero, encabeza una invasión de tierras. El suceso es calificado como el más duro golpe a la contrarrevolución en Acapulco, sin faltar desde luego quienes hablen de una “chifladura”. Ambas reacciones dispares obedecían a que la ocupación tumultuaria afectaba las otrora famosas Granjas del Marqués, reserva estratégica de un grupo de políticos y empresarios favorecidos por el gobierno del presidente Miguel Alemán Valdés.

¡El Palacio Nacional se cimbra!

–¡La cagaste, Jorge, la cagaste! –aúlla en el teléfono Humberto Romero, secretario particular del presidente Adolfo López Mateos. ¿Qué pretendes, cabrón, al meter cizaña entre el jefe y Don Miguel?… ¡Dime, carajo, a qué oscuros intereses estás sirviendo? ¿No te das cuenta que nadie se ha tragado la ino-centada de que actuaste por cuenta propia?… ¡Ahora mismo, el poderoso Clan Alemán culpa justamente indignado al Señorpresidente de tu pendejada… ¡El señor, como podrás imaginarte, no quiere saber nada de ti!… ¡Estás acabado, Jorge, acabado!
Una sentencia, por cierto, ya intuida por Joseph a partir de que el teléfono de su amigo el mandatario no era contestado a sus reiteradas marcaciones.
La indignación de López Mateos quedará exhibida cuando ordene hacerse cargo del “Caso Acapulco” al secretario de la Presidencia, Donato Miranda Fonseca, el mismo a quien Joseph solía referirse como “El ministro del odio”. Este se hará acompañar por Roberto Barrios, jefe del Departamento Agrario y por el procurador general de la República, Fernando López Arias. Significando todo ello, efectivamente, que Joseph Piedra estaba acabado. Acabado y quizás encarcelado.

Las tierras ociosas

Con todo, el alcalde periodista mantendrá la convicción de haber actuado legalmente con la ocupación de las Granjas del Marqués. Lo había hecho bajo el amparo de la Ley de Tierras Ociosas, promulgada por el presidente Adolfo de la Huerta (1920) y reglamentada en Guerrero por el gobernador José Inocente Lugo (1935-37). Ley que claramente facultaba a los ayuntamientos del país a entregar, en alquiler o aparcería (porcentaje), las tierras no cultivadas en un año con esa misma temporalidad y hasta por tres años si el abandono era mayor.
“Una ley anacrónica, ridícula y derogada hace tiempo. Un esperpento, pues”, será la respuesta de los jurisperitos presidenciales.
No obstante que los invasores eran militantes del PRI, los líderes de los comités estatal y municipal de ese partido recomendarán al alcalde “poner los pies sobre la tierra y dejarse de desplantes demagó-gicos. Usted es de los nuestros y está obligado a evitarnos problemas”, lo reconvienen.

La historia

Retrocedamos al Acapulco de 1925. Corre el mes de septiembre cuando los habitantes de la cuadrilla de El Marqués, solicitan al gobernador, general Héctor F. Berber, la dotación de tierras agrícolas. Durante una visita del mandatario al puerto le exponen: “Queremos sembrar la tierra pues la pesca ya no nos da para sobrevivir” e invocan un ordenamiento carrancista del 6 de enero de 1915. Una ley, explican, que ordena la restitución a los pueblos de tierras expropiadas ilegalmente y que anula las enajenaciones y las concesiones de tierras y aguas. La reacción del mandatario es favorable.
Originario del municipio de La Unión, el general Héctor Berber ordena la atención inmediata a la demanda de los marquesanos, misma que en dos meses más tarde se estará procesando ante la Comisión Agraria. Con tan mala suerte que el procedimiento se atora. Una, porque los terratenientes se defendían como gatos boca arriba, y dos, porque los funcionarios agrarios estaban corrompidos hasta el tuétano. Figuraban entre los posibles afectados Jacobo Harotian, de la Hacienda de La Luz (3 mil 471 hectáreas que comenzaban en la laguna de Tres Palos y terminaban en La Sabana), Hacienda de El Coloso (582 hectáreas.) de doña Virginia D. viuda de Uruñuela, y la hacienda de El Potrero. Su propietario original, Mariano Moreno, la vende en 1900 a los hermanos Stephens.
Dueños de una paciencia franciscana, los marquesanos esperarán seis años para obtener, finalmente, una resolución favorable a sus demandas. La decreta el presidente Pascual Ortiz Rubio, el 26 de junio de 1931. La dotación de 624 hectáreas para el ejido de El Marqués provendrá exclusivamente de la hacienda El Potrero, una inmensa heredad de más 6 mil hectáreas que incluía el poblado de La Zanja, el cerro del Diamante y terminaba en Barra Vieja. Diez mil cabezas de ganado Hereford llegaron a pastar en aquellas verdes vastedades, valuadas fiscalmente en 100 mil pesos oro.

Los Sthepens

Los hermanos Hugo, Enrique y Guillermo Sthepens habían llegado al puerto en las postrimerías del siglo XIX, procedentes del estado de Arkansas (Estados Unidos). La misión de los tres era instalar aquí una nueva maquinaria para la fábrica de jabón y aceite La Especial (hoy IDHASA). Dos de ellos se quedan aquí y forman dos familias acapulqueñas. Hugo con Elodia Estrada Orozco, de Tecpan de Galeana y Enrique con la acapulqueña Juana Galeana.
Afectar las tierras de ricos capitalistas extranjeros se cantó entonces como un triunfo de la Revolución Mexicana, en su justo papel de “redentora de los parias”. Se exaltó, igualmente, la vocación agrarista del gober-nador Adrián Castrejón Castre-jón, miembro de la escolta del general Emiliano Zapata y sobreviviente de la emboscada en la que muere abatido el cau-dillo, en Chinameca, Morelos. El hombre de Apaxtla (hoy de Castrejón) fundará más tarde el Frente Zapatista de la República Mexicana.
Dieciocho años más tarde, la Revolución Mexicana se escribirá con minúsculas y se tendrá sólo como un referente anecdótico. Por eso se llamará “locos exal-tados” a quienes califiquen como contrarrevolucionario el decreto del presidente Alemán del 13 de junio de 1949. Acordaba, a solicitud de la Junta Federal de Mejoras Materiales de Acapulco (JFMMA), la expropiación del ejido de El Marqués “para que ese organismo lo fraccione y venda destinando esos recursos a obras de interés general”.
Los ejidatarios, salvo algu-nas voces rebeldes, finalmente sometidas, estarán de acuerdo con el despojo. Los campesinos recibirán a cambio una casita con valor de 10 mil pesos, además de una suma igual en efectivo. A unos cuantos se les pagarán sus palmeras y árboles frutales.

Melchor Perrusquía y las granjas del Marqués

Melchor Perrusquía, presidente de la JFMMA, le vende al presidente Alemán la idea de que el Marqués es el sitio perfecto para trasplantar a México las edénicas farms californianas. Granjas con casitas blancas, vacas contentas, hortalizas en glorioso technico-lor, puerquitos parlanchines y gallinas coquetas. “Granjas capaces de producir los insumos requeridos por la industria turística, cualquiera que llegara a ser la demanda, asegurando calidad uniforme y un importante ahorro al eliminarse los altos costos de acarreo. Una central de abasto con precios abatidos, frente al cine Río, beneficiaría directamente a los porteños”, era la oferta.
Cada granja poseía una dotación de seis hectáreas, un pozo profundo, energía eléctrica, casa principal, vivienda para el encargado, establos, porquerizas y gallineros. Acceso fácil y expedito además de protección con una cerca de alambre de púas. La granja modelo exhibía sementales de varias clases de ganado, obsequiados por la Secretaría de Agricultura y Fomento. De Arabia se trajeron varas de morera con la loca pretensión de propagar aquí su cultivo. Un árbol originario de la China de hasta 15 metros de altura y cuyas hojas verdes oscuro acorazonadas han sido durante milenios el alimento de los gusanos de seda. El precio de la unidad se estableció en 80 mil pesos, 15 mil pesos de enganche y el resto en cinco mensuali-dades , sin intereses. Setenta de ellas se vendieron inmediata-mente.

Brutal desalojo

Con la fe del notario Julio García Estrada, el alcalde Jóseph había probado que, salvo las granjas del ex presidente Alemán, del ex gobernador Gómez Maganda, varias de Melchor Perrusquía y las de algunos gringos, las restantes nunca llegaron a ocuparse a partir de 1949.
–No te hagas pendejo, Jorge, el principal adefesio de Puerto Marqués es su gente: negra, fea y cochina –le dijo aquí Miranda Fonseca y el acapulqueño habría estado a punto de abofetearlo.
Así pues, el 7 de julio de 1960 se producirá el desalojo anunciado. Un grueso contingente militar, al mando del general Álvaro García Taboada, comandante de la 27a Zona Militar, echan a punta de bayoneta a los nuevamente engañados marquesanos. Tres días de intensa fajina les habían bastado para limpiar “sus granjas” de maleza acumulada durante 11 años.
No obstante el descalabro en este caso, el alcalde no dará su brazo a torcer en cuanto al desalojo de las enramadas playeras, cocinas y restaurantes de Puerto Marqués. Serían barridas con bulldozers para suplirlas por quioscos diseñados por la Casa Disney y cuyas concesiones ya poseían empresarios locales como Carlos Barnard y José Martino. Joseph regresará al puerto sólo cuando tenga en sus manos la orden de respetar las fondas del balneario, dirigida a la Comisión Administradora de Terrenos de Acapulco (CATA), autora del proyecto de claros tintes racistas. El romántico periodista convertirá así su derrota en triunfo.

Jóseph, ¡fuera!

El alcalde Jorge Jóseph preside la primera sesión de Cabildo luego de un mes de licencia. Fuera del Palacio Municipal centenares de acapulqueños lo aclaman, demandando su presencia. Los ediles le piden al presidente municipal que salga a calmar a sus partidarios. Jóseph abandona la sesión. La continúan el síndico y el resto de los ediles, todos ellos afines al gobernador Raúl Caballero Aburto. Cuando el alcalde regresa ya no lo dejan entrar. Por debajo de la puerta le pasan una nota notificándole que ya no es presidente municipal de Acapulco, que el síndico Alfonso Villalvazo ya ha sido nombrado su relevo. Él mismo comunica los hechos a sus simpatizantes y les propone rescatar la alcaldía por las vías legales. Hombres y mujeres, enfurecidos, rechazan la propuesta del periodista disponiéndose a penetrar por la fuerza a Palacio para devolverle su cargo. Jóseph los convence de que él sería acusado de cualquier acto de violencia y evita así lo que pudo terminar a una dolorosa tragedia.

Brutal agandalle

La expropiación de El Marqués despoja de sus tierras a ejida-tarios acapulqueños como Sabi-no Palma, Adrián Deloya, Francisco García, Cornelio Ávila, Pablo Chegüe, Germán Salinas, Cipriano Nava, Ray-mundo Salinas, Ernesto García, Eduarda Juanico, Nazario García, Julio García, Leopoldo Olea, Claudio Salinas, Natividad García, Pedro Valeriano, Ventura Palma y muchos más. Un brutal agandalle para beneficiar a los políticos y empresarios más ricos de México.
Entre los mexicanos que serían criadores de vacas, gallina y cuches estaban Ramón Beteta (secretario de Hacienda); Joel Rocha (socio de Salinas); Manuel Suárez (Techo Eterno Eureka y Casino de la Selva); Antonio Carrillo Flores (ex secretario de Hacienda y titular de Relaciones Exteriores); Antonio Díaz Lombardo (hotel La Marina, Acapulco, director del IMSS); Enrique Parra Hernández (ministro sin cartera del alemanismo); general Sánchez Celis, Alberto Braniff, Rafael Mancera, Yuco del Río, Enrique Cusí, Raúl Martínez Ostos, Moisés Cossío, Eduardo Ampudia, Elías Suranski, Antonio Domit y una dama, doña Soledad Orozco, viuda del presidente Ávila Camacho. Y más.
Otro millonario beneficiado será extranjero, Paul Getty, el entonces hombre más rico del mundo. Melchor Perrusquía le hará su apartado de 655 mil metros cuadrados para su hotel Pierre Marqués.