EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Heráldica porteña I

Anituy Rebolledo Ayerdi

Marzo 07, 2024

Acapulco, de siempre
y para siempre.

Cortés-Saavedra-Cerón, Humboldt

Hernán Cortés descansa en Cuernavaca cargado de títulos y honores entre los que destacan dos: gobernador y capitán general de la Nueva España. No obstante, su mente no tiene reposo proyectando nuevos descubrimientos y conquistas Dispone por ello que Juan Álvarez Chico, uno de sus capitanes más leales , viaje hacia el Sur hasta toparse con la bahía sobre la que sus adelantados le han hablado maravillas. Y así sucede el 13 de diciembre de 1521 , día que el calendario religioso dedica a Santa Lucía. El conquistador llega mucho más tarde a su bahía anticipada y al conocerla le provoca una emoción tan intensa como la experimentada ante el Valle de Anáhuac. ¡Es perfecta!, exclama conmovido quien pareciera haber perdido toda capacidad de asombro. “Una bahía ideal por su tamaño, forma, fondo y protección natural” , comenta emocionado a los suyos. Una bahía a la que dos siglos más tarde el sabio Alejandro Von Humboldt calificará como “la más hermosa jamás conocida”. Un descubrimiento que don Hernando entrega a sus monarcas avizorando lo que significará económicamente para ellos. Él se asienta en 1533 en la rada vecina que tomará el nombre de su título nobiliario, Bahía del Marqués, otorgado por sus servicios a la corona española. Un marquesado llamado de Oaxaca y que comprendía pueblos de varias entidades significados todas por su alto valor económico.

Zúñiga, Alarcón

Hernán Cortés ya había cruzado el Atlántico en dos ocasiones y será en la tercera cuando traiga a su esposa, Juana Zúñiga. Aconsejado por el propio monarca, había contraído matrimonio para así terminar con el “oprobioso” escándalo de su amancebamiento con una indígena, que había cimbrado particularmente a la Iglesia. Para doña Juana Z. de Cortés, la Malinche no significará ninguna rivalidad amorosa, pues la consideraba una simple aventurilla de su esposo, obligada por las circunstancias.

Oro, oro, oro

Luego de 45 días de navegación resistiendo hambre, enfermedades y tormentas, la primera pregunta de marinos y viajeros al desembarcar en Acapulco no era donde están las “malinches”, por ejemplo, sino donde está el oro. Y todo porque, vencidos y humillados, los autóctonos encontraron una venganza dulce al inventar leyendas fantásticas sobre ciudades áureas y argentíferas en cuya búsqueda morirán miles de conquistadores. Una de ellas fue Quivira, ciudad con árboles de oro macizo, ramas de esmeraldas y frutos de zafiros, que estaría localizada al norte de la Nueva España. Una leyenda basada en la medieval de las Siete Ciudades áureas. Una expedición naval sale de la Nueva España en busca de Quivira, pero se pierde en las inmensidades oceánicas. Cortés, quien no creía en tales leyendas, ordenará entonces una expedición en su búsqueda. Sale de Acapulco compuesta por las naves San Pedro y Catalina, al mando del capitán Hernando de Alarcón, mismas que retornarán al poco tiempo con una trágica noticia, ya esperada por cierto.

Arzola, Las Casas, Martín, Villafuerte

La nao Santiago, al mando del capitán Tomás Arzola, abandona la bahía de Acapulco con destino a Manila, Filipinas. Uno de sus pasajeros es un joven llamado Felipe de las Casas Martín , cuyo destino es el convento de Santa María de los Ángeles, de Manila. En Acapulco, mientras espera la salida de su embarcación el religioso había frecuentado la parroquia de NS de los Reyes, construida cuarenta años atrás por fray Francisco de Villafuerte, en el mismo sitio que hoy ocupa la catedral de NS de la Soledad. Villafuerte había fundado las comunidades católicas de Tecpan y Petatlán.
El espíritu inquieto de Felipillo seguramente lo llevó a vagabundear por el deprimente villorrio que era entonces Acapulco. Tomando el callejón de Salsipuedes (hoy Francisco I. Madero), debió llegar al barrio de La Poza donde quizás no pudo vencer la tentación de abrevar en el generoso ojo de agua zarca. Desoyendo las advertencias del cura párroco, se internará en el barrio de El Rincón (hoy La Playa) “habitado por gente muy mala”. Se encontrará, por el contrario, con personas sencillas y amables que lo saludarán cariñosamente, sin faltar la hermosa morena que le guiñe el ojo derecho, con todo lo que ello significara entonces.
Por las tardes, luego de asistir al rosario, el muchacho se sentará bajo el amate de la plaza de armas, explanada de la parroquia, para leer y admirar la bahía. Siete años más tarde, Felipe de las Casas Martín, de 22 años, hace Profesión Solemne y satisface los deseos de sus padres de ordenarse sacerdote en México, para cual adquiere pasaje en la embarcación próxima en salir para Acapulco.
Aborda finalmente el galeón San Felipe en el que viaja gente adinerada y va cargado de mercaderías finas para la Feria de Acapulco. La alegría de los pasajeros se tornará temor y desasosiego cuando a nave se sacuda peligrosamente al enfrentar una poderosa tormenta que deja maltrecha. El capitán ordena rumbo a las cercanas islas japonesas para repararlos y una vez en tierra, el joven Felipe de las Casas indaga la ubicación del convento franciscano de Santa María de los Angeles de Macao.
Se incorpora a él participando en misiones en principio muy exitosas. Vendrá enseguida una despiadada persecución religiosa, desatada por el poder supremo japonés.
El convento de los franciscanos será de los primeros victimados. Felipe, por no ser aún sacerdote, pudo haberse evitado los tormentos y la prisión, pero optó libremente por la suerte de los misioneros. Fue por ello que figuró entre los veintiséis franciscanos llevados en procesión por varias ciudades, de Kioto a Nagasaki, siendo objeto de la befa popular.
Para esto, cada uno de ellos había sufrido el corte brutal de ambas orejas. Finalmente, dice la crónica, en la colina Nishizaka fueron colgados en cruces 6 franciscanos, 3 jesuitas y 17 laicos japoneses. Felipe clamaba en su agonía: “Jesús, Jesús, Jesús”. Viendo que se ahogaba por la argolla que le ceñía el cuello , dos soldados lo atravesaron con sus lanzas ambos costados, una de las cuales le atravesó el corazón. El calendario marcaba el 5 de febrero de 1597.
Felipe de las Casas será beatificado como San Felipe de Jesús, el 14 de septiembre de 1627, y canonizado el 8 de junio de 1862, convirtiéndose en el primer mexicano canonizado como santo.
En Acapulco se estableció en 1607 un convento de los Franciscanos Descalzos que operó durante un siglo. Sus instalaciones albergará un hospital y más tarde el Palacio Municipal.

Bello, Ruiz

A propósito, el arzobispo de Acapulco, monseñor Rafael Bello Ruiz, obtuvo que las provincias franciscanas volvieran a estas costas surianas. Primero entre los amuzgos y mixtecos, en Xochistlahuaca y Tlacoachistlahuaca, donde los franciscanos conventuales asumieron las parroquias y, posteriormente, los hermanos menores asumieron las parroquias de Huajintepec, (Ometepec) y Ciudad Renacimiento.

Hernández, De la Cruz, Altamirano

Para poner punto final a las condenas infernadas desde los púlpitos y las hablillas del vecindario, pero sobre todo a la marginación social que padecen, Antonio Hernández y Mariana de la Cruz deciden santificar una unión libre de tres años. Ella mulata de ojos verdes y unas formas esculturales que reclamaban urgentemente a un Fidias con mucho mármol. El día de la boda, Mariana lucía espectacularmente hermosa, tanto que más de un señoritingo al servicio de Felipe II hubiera dado el dedo chiquito del pie por ocupar esa noche el lugar de Toño. Bien dicen las filosas filósofas de la televisión que “la felicidad absoluta es imposible”.
Tal será el caso de la pareja, cuando más tarde Mariana esté bajo el escrutinio de Tribunal del Santo Oficio , lo que significa estar en el umbral del más allá. Una denuncia anónima llegada al aguacil inquisidor, con sede permanente en Acapulco, afirma que Mariana vivía en el estado de bigamia, agraviando no sólo a su pareja sino a la comunidad y fundamentalmente a Dios.
Sustentaba el anónimo que Mariana , residiendo en Michoacán, había contraído matrimonio con un “liberto” de la familia Altamirano. Una acusación que no sólo sobrecogerá al marido, sino a todo Acapulco. Sin embargo se le rechaza, adjudicándola a algún perverso despechado.
Pero como la Santa Inquisición no estaba para escuchar opiniones, ordena la inmediata aprehensión de Mariana para ser llevada, engrillada y a lomo de mula a la capital de la Nueva España. Allá será puesta a disposición del temible tribunal inquisidor. Toño siempre detrás de ella.