EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

La avioneta que cayó a la bahía. Fallecen tres y sobreviven cuatro, entre éstos la acapulqueña Chabe Batani

Anituy Rebolledo Ayerdi

Agosto 18, 2022

 

Otro querido amigo que se nos va: Luis Miranda Rivera, talento y simpatía. QEPD. Sinceras condolencias para los suyos.

Acapulco insular

A partir de que Acapulco queda comunicado con el exterior a través de la carretera México-Acapulco, dejando atrás la condición insular de varios siglos, su conexión aérea con el mundo será relativamente rápida y eficaz. Dos años más tarde de inaugurada la Ruta 95 empiezan a llegar avionetas de pasajeros tripuladas por hombres que hoy figuran en la lista de honor de los precursores de la aviación mexicana. Entre ellos Rafael Chante Obregón Santacilia, bisnieto por cierto de don Benito Juárez; Francisco Sarabia, Julio Zínser, Franz Bieler, Carlos Panini y Alfredo Zárate.
Las primeras apariciones de un aparato aéreo sobre la bahía, para circundarla antes de posarse en tierra, provoca entre los porteños reacciones diversas, comprensivas todas ellas ante un suceso nunca visto. Mientras que algunas beatas corren al templo de La Soledad, considerándolo “cosa del diablo”, aquella intromisión aérea, una chiquillería alharaquienta, se lanza a las calles dispuesta a “alcanzar” el ruidoso artefacto. Los animales domésticos, por su parte, se alteran perturbados por aquel sonido desconocido. Todo ello, mientras que el aparato se enfila hacia Hornos, cuya playa ha sido habilitada como pista de aterrizaje, para descender dando tumbos sobre la arena.
Un auténtico boom aéreo había desatado en el mundo la fabricación en 1925 del Ford Trimotor, cuyo hito histórico se escribirá dos años más tarde con el vuelo trasatlántico de Charles Lindbergh tripulando el Espíritu de San Luis. Cubrirá la distancia entre Nueva York y París en 32 horas con 33 minutos. Hazaña que estimulará la aviación en México, pagando cinco años más tarde un elevada cuota con la muerte del coronel Pablo Sidar y su copiloto Carlos Rovirosa. Intentaban un vuelo sin escalas entre México y Argentina tripulando un biplano Douglas 038 bautizado Ejército Mexicano. Falla el motor y se precipita sobre suelo de Costa Rica. A ellos dedicará el piloto mexicano Roberto Fierro su vuelo de Nueva York a México, consumado en 16 horas con 30 minutos (21 de julio de 1933). Rompe así la marca mundial impuesta por Amelia Earhart, la célebre aviadora estadunidense que más tarde cruzará sola el océano Atlántico. Fierro se desempeñará hasta en tres ocasiones como comandante de la Fuerza Aérea Mexicana.

Franciso Sarabia

Francisco Sarabia, aviador duranguense con grandes afectos en Acapulco, pulveriza nueve años más tarde la marca del general Roberto Fierro. Consume diez horas con 47 minutos y cinco segundos volando de México a Nueva York, para ser aclamado con un desfile tumultuario en la Quinta Avenida de la Gran Manzana. Ya de regreso a México, imaginando seguramente el recibimiento de héroe que le esperaba, Sarabia pierde el control de su aparato y el motor del Conquistador del cielo enmudece. Cae muy cerca del río Potomac. México lo llora y honra.

El aterrizaje

Para abrir y acondicionar en 1930 la primera pista aérea de Acapulco se cuenta con la participación de los soldados del 11 Batallón de Zapadores, al mando del general Jesús Beltrán. Trabajan duras jornadas sobre un enorme predio localizado en las cercanías del actual Auto Hotel Ritz –vil terracería– para ser inaugurada en marzo de 1931 por el alcalde Nicolás Reyes. Fueron invitados de honor los pilotos Obregón, Zínser y Sarabia. Una verde enrramada albergará la sala de espera y las oficinas administrativas, estas a cargo del joven José Pepe Villalvazo Alarcón.

Las rutas aéreas al sur

La aviación civil mexicana, iniciada por Alberto Braniff en 1910, tendrá en la década de los años 30 un desarrollo espectacular. Aeronaves de México inaugura sus vuelos a este puerto en 1934 y Mexicana de Aviación operará 10 años más tarde con aviones de 12 asientos. Ya para 1936 volarán en México hasta 12 líneas aéreas.
Las rutas aéreas del sur fueron cubiertas por las empresas Transportes Aéreos del Pacífico: Oaxaca-Pinotepa-Ometepec-Tututepec-Pochiutla-Acapulco y Acapulco-Ayutla-San Luis Acatlán-Ometepec.
Por su parte, Servicios Aéreos Panini cubría la ruta México-Arcelia-Pungarabato-Huetamo-Morelia-Huamuxtitlán-Tlapa-Cuajinicuilapa-Ometepec. La Acapulco-Petatlán era cubierta por el piloto Alfredo Zárate Leyva en su propio aparato.

Pie de la Cuesta

El aeropuerto de Acapulco, obligado por la modernidad y el impulso turístico, se inaugura en Pie de la Cuesta el 11 de junio de 1946. “Comenzaba en la laguna de Coyuca de Benítez y terminaba en la playa con su pista asfaltada, hangar y oficinas modestas” (cronista Carlos E. Adame). Diez años más tarde se entrega a la Fuerza Aérea Mexicana con el nombre de Base Aérea No. 7.
La novísima terminal aérea determinará la operación de nuevas rutas camioneras (Pasito-Parque Cachú-Mozimba-Campo Aéreo y de taxis: Transportes de lujo al Aeropuerto. Operaba ésta “fordcitos” del año tripulados por jóvenes porteños: Raúl Walton, Jesús Hernández, José Ma. Dávila, Rafael Camacho, José Villalvazo, Leobardo Cano, Fructuoso Román y Ramiro Sosa, entre otros. Diez pesos, la dejada.

Plan de los Amates

El presidente Díaz Ordaz inaugura en 1967 el nuevo aeropuerto internacional Juan Alvarez en Plan de los Amates y 10 años más tarde se pone en servicio la nueva terminal con su pista de tres kilómetros . Será entonces cuando reciba una treintena de vuelos internacionales por temporada, incluso de la lejana Australia a través de su línea Quantas. Todavía en 1974 (20 de octubre) provocará expectación general la última visita del Concorde, el avión supersónico franco-inglés.

La tragedia

Aquél 9 de septiembre de 1939 diluvia en Acapulco. El temporal azota al puerto desde varios días atrás, el clásico tapaquiahue o lluvias intensas hasta por dos semanas. La bahía permanecía cerrada por una gruesa cortina de agua y opacos telones de bruma.
El rugido de una avioneta reclamando pista libre sorprende al vigilante del campo aéreo ensabanado con su pareja. Y era que él ni nadie pudo imaginar que con aquel tiempo pudiera arribar aparato alguno. Refunfuñando y lanzando madres abandona el lecho para correr a medio vestir hacia la pista. Descubre lo imaginado, además de anegada está invadida por una docena de animales, vacas, caballos y marranos pastando. Intenta desalojarlos con gritos y aspavientos pero se topa con la indiferencia soberana de aquellos, principalmente los rumiantes. Se maldice por haber agotado tirando al blanco la dotación de la escopeta con la que acostumbraba ahuyentarlos. Lanza el ¡chingadamadre! con el que acompaña sus derrotas.
(Antonio Pérez Martínez, soldado de primera perteneciente al 32 Batallón de Infantería, acantonado en Acapulco, tenía la encomiendas de cuidar el campo aéreo, particularmente la de ahuyentar al ganado acostumbrado a pastar en aquella alfombra verde. Vivía en una choza de palaba al final de la pista).
–¡Y es que ningún cabrón me avisó la llegada de ninguna pinche avioneta! ¡chingadamadre!, repite una y otra vez.
La avioneta regresa luego de sobrevolar la ciudad. Toma la Bocana como eje para perfilarse de nuevo sobre el campo de Hornos. El piloto se arriesga volando tan bajo que casi roza los lomos de los rumiantes. El soldado Pérez, a mitad del campo, tendrá que lanzarse pecho tierra para no ser arrollado, acción que lo obliga a degustar una ración generosa de boñiga. ¡Chingadamdre!
El aparato se eleva para un nuevo intento de aterrizaje. Se enfila hacia la Bocana cuando el motor empieza a toser y el aparato a perder altura. El piloto logra en una maniobra desesperada enfilarlo hacia la pista pero todo será inútil. El motor se apaga y la avioneta se asienta con un golpe seco sobre la granítica superficie marina.

El rescate

–¡Chingada madre, ahora sí ya me cargó la chingada! –aúlla el soldado Pérez huyendo del lugar–. ¡Córrele vieja, porque de por sí me van a echar la culpa, correle!
Carmen Razo, hermosa azoyuteca de formas generosas, no sólo no obedece a su compañero sino que lo para en seco con un grito enérgico:
–¡Rápido, rápido, tú ayuda a los del avión, yo voy a dar aviso al puerto!
Antonio Pérez detiene su loca carrera reaccionando como si hubiera escuchado la orden de su general. Se lanza a las aguas para nadar hasta donde la nave flota precariamente. Desde el interior, Ramón Zúñiga, ayudante del piloto, le comunica con señas desesperadas que la puerta está trabada. Entrambos la abren rápidamente saliendo el piloto Zalce Leyva con el rostro cubierto de sangre para lanzar un grito desesperado, imperioso:
–¡Todos para afuera, rápido, rápido o esta chingadera se hunde!
El auxilio llegará pronto, tanto de la ciudad como de la Base Naval. Los lesionados son llevados a bordo de una lancha rápida al Hospital Naval, mientras que el Balandro S-1 transportará los cadáveres hasta el malecón del puerto, de donde serán trasladarlos al Hospital Civil Morelos, para las necropsias de ley.
Para entonces, todo Acapulco ha invadido la playa, del fuerte de San Diego a Hornos. Y es auténticamente el todo Acapulco, solidario y morboso, soportando la lluvia y el viento. La tragedia cala hondo en los porteños y no se hacen esperar los actos de emotiva solidaridad.

Chabe Batani

Conmueve particularmente a los acapulqueños los decesos del comerciante Odilón Espino Ramos y su hija Natividad, de Petatlán. La hermosa chiquilla venía ilusionada a comprar en Los Precios de México la tela y los accesorios para el vestido que luciría en su fiesta de XV años. La tercera víctima mortal fue don Gregorio Reynoso, sub recaudador de rentas de Tecpan de Galeana.
En un drástico contraste, la sociedad porteña festeja la sobrevivencia milagrosa de la señorita Isabel Batani Sotelo, perteneciente a una familia prócer del puerto. Habrá misa de acción de gracias en La Soledad y festejo en el vecindario. Doña Chabe formará más tarde una laboriosa familia con Gildardo Salas, simpático personaje acapulqueño conocido popularmente como El marqués de Llano Largo. También supervivientes, el doctor Carlos García Méndez y Emilio Solís, ambos petatlecos, Alfredo Zárate, piloto y propietario del aparato y su ayudante Ramoncito Zúñiga.

Trópico

La tragedia opacará aquél 9 de septiembre de 1939 el lanzamiento del semanario Trópico, que llegará a colocarse en las décadas siguientes como el mejor diario de Acapulco. Su reportero ofrecerá en el número siguiente la más amplia versión de la tragedia.

¡Fuímonos!

El soldado Pérez Martínez y su compañera Carmen Razo quedan finalmente solos en el escenario de la tragedia. Comentan cada momento de la misma y un hecho, subrayado por ella. El que nadie, ni autoridades ni marinos ni particulares hayan comentado nada sobre la actuación de ambos, determinante para la salvación de varias vidas. Ni un gracias, siquiera…
–No sé, Toño, dice ella, pero tengo el pálpito de que al final estos cabrones van a buscar culpable de la tragedia y llegado el caso señalarán al más pendejo. ¡Tú, Toño, y no otro!
–¡Es cierto, vieja! ¡Chingadamadre!, responde aquél
Muy temprano, al día siguiente, Carmen y Toño estarán abordando el primer chilolo con destino a Azoyú.
¡Chingadamadre! (este fue del autor).