Jorge G. Castañeda
Junio 12, 2020
Entre las muchas ridiculices de este gobierno deberá figurar el invento del Bloque Opositor Amplio (versión mexicana del Bloque Opositor Alternativo de Venezuela). Confieso que no me lo tomo muy en serio, y que le atribuyo un daño y una importancia menor que algunos de mis colegas. Pero en todo caso, conviene dejar constancia de ciertas definiciones.
No formo parte de la BOA. Mis participaciones políticas a lo largo de los últimos cuarenta años han sido públicas, explícitas y transparentes, para bien o para mal. Nunca he negado mi carácter de intellectuel engagé sartriano, ni he criticado a quienes no comulgan con esta definición. Hasta donde a mi me consta, la BOA no existe, y ninguno de los colegas que fueron mencionadas en el libelo caricaturesco de Palacio pertenecen a la misma.
Ojalá existiera, con la membresía de las personas e instituciones que coincidieran con su hipotética razón de ser: arrebatarle la mayoría a Morena en la Cámara de Diputados el año entrante, y ganarle a López Obrador la revocación de mandato en 2022. En lo tocante a los partidos de oposición, me parece un no-brainer: sin la unidad tácita o formal, es imposible ganarle un número suficiente de distritos para lograr ese propósito, ni tampoco disputarle seriamente un buen número de las 15 gubernaturas en liza. Entre otras razones, por esto siempre he sido partidario de una segunda vuelta o de la representación proporcional completa, ya sea para los cargos de elección popular legislativos, o para ejecutivos. No hay tal, y sin algún tipo de alianza, resultará imposible parar a AMLO y a Morena.
También he pensado siempre –en estos tiempos más que nunca– que la llamada sociedad civil debe involucrarse en la lucha política. No todos, no siempre, no de manera permanente, pero en ciertas coyunturas, sí. La actual no es cualquier coyuntura. Los empresarios, en particular, poseen una responsabilidad especial. Sin su respaldo, o sin la amenaza de suspenderlo, será más difícil convencer a los partidos de oposición a ponerse de acuerdo. Esto también es cierto para otras instancias: las organizaciones de la sociedad civil, la iglesia, los intelectuales, los activistas sociales. Tienen menos divisiones que el empresariado (Stalin dixit), pero no carecen de influencia.
El gobierno inventó la BOA para distraer y para amedrentar. Logró, de manera muy efímera, creo, lo primero; dudo de lo segundo. Me dicen que las actividades de algunas de las personas mencionadas en el documento fabricado por el régimen están recibiendo más anuncios y apoyos que nunca. A pesar de todo, criticar a López Obrador sí compensa.
Si se piensa, como es mi caso, que este gobierno encamina al país directamente al desastre, me parece lógico hacer todo lo posible para acotar su poder o arrancárselo. Dentro del marco legal y electoral que dicho gobierno ha creado o aceptado, por supuesto. Lo que hayan hecho los gobiernos anteriores –en el caso de Calderón y Peña, creo que pocos los criticaron tanto y tan temprano como yo– es harina de otro costal. La BOA es como el dios de Voltaire: si no existiera, habría que inventarla.