EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

La doble certeza de un libro de culto

Federico Vite

Marzo 09, 2021

El color púrpura (Traducción de Ana María de la Fuente. España, De Bolsillo, 2018, 218 páginas), de la escritora Alice Walker, es una novela que mantiene la tensión dramática y el suspenso mediante misivas. Se trata de un libro epistolar en el que se aborda la historia terrible de dos hermanas, Celie y Nettie, quienes logran sublimar su existencia gracias al trabajo y el esfuerzo. La regla de oro para el cambio. Nettie es misionera en África; Celie vive en el sur de Estados Unidos.
La correspondencia dura aproximadamente 40 años. Así que Walker se toma su tiempo para describir y criticar, sin tremendismo ni panfletariamente, el machismo y el racismo. No es redundante al señalar los usos y las costumbres del heteropatriarcado. Explora con rigor narrativo los grilletes que moldearon la sique de las heroínas de este volumen. Un libro de culto, por cierto, originalmente publicado en 1982 por la editorial estadunidense Harcourt Trade Publishers.
Celie es una joven negra del sur que le escribe cartas a Dios (en la traducción no se nota el vértigo de una persona poco alfabetizada; en inglés es mucho más identificable este proceso, poético, de irle ganando palabras al silencio. En las últimas misivas que ella envía se muestra el dominio del lenguaje, un símil de la madurez). Una y otra vez, notamos en el texto la siguiente frase: “Querido Dios, Querido Dios, Querido Dios”. Ella describe la habitual tristeza de quien crece entre monstruos. Cuando era una niña fue violada por su padrastro. Tuvo dos hijos, que le arrebataron. Se casó sin su consentimiento con un hombre mayor, Albert, quien la trataba como a una sirvienta. Ese mismo hombre quiso casarse con Nettie, pero ella huyó. A la mitad del libro, Shug Avery le entrega a Celie un montón de cartas de Nettie. Son misivas desde África. Celie no las había recibido porque Albert las confiscaba. Shug toma a Celie bajo su protección. Forman una pareja tanto sexual como sentimental. Así que la independiente Shug se convierte en amante de Celie y de Albert. Gracias a las cartas guardadas en un baúl, Celie conoce la vida de su hermana.
Durante el transcurso de la novela, que comienza a principios de 1900 y termina a mediados de 1940, Celie se libera del marido represivo. Se une con otras mujeres y se muda a Memphis, donde comienza un negocio de diseño y confección de ropa. Shug y la rebelde Sofía son quienes apoyan la evolución personal de Celie. Me detengo en este punto porque es sumamente interesante; después de que Albert y otros hombres hicieron sufrir a Celie (torturada, golpeada, ninguneada y violada), ella logra, a final de cuentas, hacer las paces con ellos y consigo misma. Entiende que todo lo que ocurrió en su vida fue un proceso de autodescubrimiento. Llegó a convertirse en la mujer que debía ser. Sin odio ni violencia, se aceptó. En novelas similares la venganza, la violencia, el odio, etcétera, finiquitan las historias, pero en este libro hay una consciencia plena de la vida, de la libertad y de la paz. Algo inusual, pero bien logrado y verosímil. Eso es lo importante.
En este escueto resumen del libro no exploro las relaciones entre los personajes, ni mucho menos la hondura y la profundidad sicológica de muchos de ellos, actantes importantísimos que moldean el tema general que aborda Walker en El color púrpura: la relación entre hombres y mujeres afrodescendientes. Este mismo asunto se había planteado en Their eyes were watching God (1937), de Zora Neale Hurston; Otro país (1962), de James Baldwin y Los flagelantes (1967), de Carlene Hatcher Polite. Toni Morrison, Toni Cade Bambara y Gayl Jones también han publicado novelas que diseccionan el drama entre hombres y mujeres. Digamos que estamos ante un tópico actual de la literatura afrodescendiente.
En este libro, Walker también explora el distanciamiento de los hombres y las mujeres en un triángulo amoroso. Es Shug Avery quien obliga a Albert a dejar de brutalizar a Celie, y es Shug con quien Celie consuma por primera vez una relación satisfactoria y recíproca. “No me sorprende que ames a Shug Avery”, le dice Albert a Celie y agrega: “He amado a Shug Avery toda mi vida. Le dije a Shug que era cierto que te pegué porque tú eras tú y no ella” […] “Pero Shug habló directamente por ti, Celie”.
La diferencia entre El color púrpura y otros tantos novelas que abordan estos asuntos es el procedimiento narrativo que siguió Walker. Los personajes principales hablan sin la interrupción de un narrador, reflejan la visión del mundo que poseen y a eso se aferran. La mayoría de las cartas están escritas por Celie; la correspondencia de Nettie aparece en la segunda parte del libro.  No es gratuito este hecho, pues la autora nos permite ver, gracias a esos textos, que Celie fue una adolescente sin educación que adquirió experiencia y dominio del lenguaje. Gracias a esa madurez, de cabeza y de corazón, las frases adquieren cadencia y agudeza. Por ejemplo: “Después de todo el mal que hizo, sé que te preguntas por qué no lo odio. No lo odio por dos razones. Una, él ama a Shug. Y dos, Shug solía amarlo. Además, parece que intenta hacer algo por sí mismo. No me refiero sólo a que él trabaja y se limpia a sí mismo. Quiero decir, cuando le hablas ahora, él realmente escucha, y una vez, de la nada, en la conversación que estábamos teniendo, dijo Celie, estoy satisfecho de que sea la primera vez que vivo en la Tierra como un hombre natural”.
El efecto acumulativo de lo epistolar convence al lector por la autenticidad de una voz que florece y madura. Una voz, obviamente femenina, pero con diversos registros. De ella surgen las otras féminas memorables que la acompañan en esta historia. Los hombres son seres grises, borrosos y simples. Personas fuera de foco, digamos. Esa es la intención del libro, retratar la distancia que toman las mujeres de los machos. Una distancia de rescate, ciertamente. Destaca, por encima de todos los actantes, Shug Avery, cuyo orgullo, independencia y apetito por la vida actúan como un catalizador para Celie. Aparte, claro, el lector conoce a Sofía, cuyo espíritu rebelde la separa de su esposo autoritario y la hace enfrentar el orden social de una comunidad racista.
En la correspondencia de Nettie, desde África, el lector encuentra elementos que refuerzan la crítica en contra de la opresión femenina. Describe, por ejemplo, las costumbres de la tribu olinka, costumbres, por cierto, similares a las de algunos hombres del sur de Estados Unidos. Esas cartas largas completan los lamentos epistolares de Celie. Dotan de equilibrio la novela. Walker disecciona con fortuna la lucha de las mujeres por la igualdad y la independencia. Señala las palancas de la opresión femenina. El artefacto que resulta de estas dos conciencias epistolares es sumamente recomendable; sobre todo, para quienes no ven lo evidente, para quienes no entienden este instante de la historia.