EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

La mariguana y los políticos conservadores

Jorge G. Castañeda

Noviembre 02, 2015

La discusión detonada por el proyecto de sentencia de Arturo Zaldívar en la Suprema Corte de Justicia de la Nación sobre la legalización de los clubes de cannabis ha puesto de relieve lo mejor y lo peor de la sociedad política mexicana. En realidad, ha magnificado lo que ya se había entrevisto hace tres años, cuando algunos ex secretarios de Estado de gobiernos pasados, junto con distinguidos escritores y activistas de hoy, promovimos diversas iniciativas a favor de la legalización de la mariguana, y cuando legisladores del PRD de entonces, como Mario Delgado, Fernando Belaunzarán y Vidal Llerenas, procuraron avanzar en la materia en el Distrito Federal, así como lo ha hecho Graco Ramírez en Morelos.
Lo mejor: personalidades de historia política y cultural conservadora dan un paso monumental, para ellas: avalar la legalización de una sustancia satanizada por las clases bien pensantes de una sociedad clasista y en ocasiones racista, y por un pueblo aterrado por las mentiras de gobiernos volcados a una guerra sin fin. Lo peor: el panaceismo de unos, y la proclividad infinita de la clase política y la comentocracia mexicanas de hacerse pendejas. Ya hablé de los panaceos en una entrega anterior, y Aguilar Camín profundizo en el tema con mucho más humor y perspicacia que yo. Ahora toca el segundo vicio.
Me refiero a la repetición incansable de la falsa salida de la apertura al debate. Para evitar cualquier toma de posición, para no comprometerse, para quedar bien con todos, unos y otros recurren ad nauseam al fatigado recurso del debate en abstracto: que se discuta. Tesis esquiva, medio cobarde, y poco productiva, en el mejor de los casos. Por tres razones.
Primera: no está en sus manos decidir si el debate se abre o no. Está abierto en México hoy, lo quieran o no. En la Asamblea del DF, en los tribunales, en las columnas, ese debate existe. Se da también en las universidades, en las cenas, en las capitales del interior de la república. Quien desee enterarse de las opiniones de comentaristas o de los puntos de vista eruditos de científicos nacionales, lo puede hacer fácilmente.
En segundo lugar, está abierto en el mundo, lejano y vecino: en Holanda y Portugal, en Uruguay y Colorado, en la ONU y en la OEA, en CNN y en las revistas científicas como Lancet. La insularidad mexicana no obliga al mundo a compartirla: la indigencia de los argumentos contrarios a la legalización en México sorprende por el desfase entre la sofisticación y liberalidad de la sociedad capitalina, y el anacronismo de los “anti mariguanos” vergonzantes.
Tercero: llamar al debate sin tomar partido en el mismo equivale a sacarle el bulto al tema. Es una forma típicamente mexicana de abstenerse de adoptar una posición –por miedo o por convicción inconfesable– sin oponerse a una tendencia ya irreversible en el camino a la modernidad. Las definiciones tajantes –y aberrantes– de López Obrador y de El Bronco encierran por lo menos la virtud de la claridad. Las abdicaciones de tantos otros reflejan el instinto conservador de hasta cuatro generaciones de políticos mexicanos.