EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

La oratoria

Florencio Salazar

Agosto 29, 2022

La oratoria levanta su mensaje como expresión de la conciencia de México.
Moisés Ochoa Campos.

Siempre he tenido inclinación por la oratoria. Siendo adolescente obtuve el primer lugar en el Concurso estatal de oratoria de escuelas secundarias (1963), convocado por la secundaria de Tixtla, dirigida por la inolvidable maestra Edelmira Hernández Alcaraz. En aquellos años había en Guerrero sólo 26 escuelas de este tipo. En Chilpancingo, la Diurna Número Uno, que laboraba en el edificio de la Escuela Primera Vicente Guerrero.
Cuando yo tenía 10 años iba a la alameda Granados Maldonado a escuchar a los líderes estudiantiles del movimiento de 1960. Sobresalían por su elocuencia: Ángel Rábago, Juan Sánchez Andraca, Jorge Vielma Heras, Juan Alarcón Hernández, Eulalio Alfaro Castro, Imperio Rebolledo Ayerdi y el líder Jesús Araujo Hernández. Día tras día me la pasaba escuchando sus discursos, así como a los representantes de diferentes sectores de la sociedad que se integraban a la huelga, incluidos sindicatos y ayuntamientos.
Desde niño tuve contacto con la política. Mi padre, cuando no se dedicaba a levantar firmas de apoyo a algún aspirante a gobernador o legislador, participaba en la organización de las elecciones como presidente de la Comisión Local Electoral, responsable de instalar casillas, integrar a sus funcionarios y a representantes de partidos y candidatos. Ante la proximidad de las elecciones las habitaciones de nuestra casa se llenaban de cajas y más cajas; contenían actas, sellos, cojines, tintas. Después llegaban las cajas de boletas. Mi papá reclutaba a un ejército de chamacos y nos ponía a sellar por el reverso las boletas que se entregarían a los ciudadanos para votar.
Así conocí candidatos que posteriormente serían diputados federales y senadores. También a algunos políticos locales como al diputado y escritor Juan R. Campuzano, quien fue premio nacional de cuento, autor de novelas y semblanzas de los caudillos de la Insurgencia. Al terminar su encargo, volvió con su familia al Distrito Federal. Cuando regresaba a Chilpancingo visitaba la casa. Mi papá y él hablaban de política y a mí me entregaba unos 100 ejemplares de su periódico El animal político, título proveniente de la definición aristotélica del ser humano.
Decían que su periódico era el animal católico porque salía cada vez que Dios quería. La irregularidad se debía a que él era director general, redactor, corrector, excepto voceador, pagando de su bolsillo la edición y con frecuencia el maestro Campuzano andaba de vacas flacas. Era un desplegado de cuatro páginas, muy bien diseñado, impreso en buen papel a dos tintas, ilustrado y la redacción cuidada con esmero. Para mí era magnífica la llegada de El animal político, pues las ventas íntegramente eran mías. Con el rollo bajo el brazo me lanzaba a los jardines Bravo y Cuéllar, al centro de la ciudad, a vocear las noticias y llenar el bolsillo con monedas de cobre de 20 centavos.
La política, el periódico, la huelga de 1960, fueron creando en mí el deseo de hablar en público. Las aulas de la secundaria me dieron esa oportunidad y la suerte de tener de profesor a Juan Alarcón Hernández, que me orientó, capacitó y corrigió modos expresivos. En el cine de Tixtla fue el concurso. La población estaba de fiesta. Una asociación de tixtlecos radicados en la Ciudad de México, entre los que destacaba Joaquín Mier Peralta, fundaron y fomentaron la biblioteca pública. El párroco ofreció un local del curato para instalarla. La ubicación de la biblioteca se consideró transitoria. Pero cuando se quiso cambiar el domicilio, el párroco –ignoro si el mismo u otro– se opuso argumentando que la biblioteca era de la iglesia. El litigio ante la Secretaría de Patrimonio Nacional duró años. Al final el fallo favoreció al pueblo. El concurso de oratoria fue una de los eventos. Previamente se había llevado a cabo en cada secundaria por lo que participamos 26 estudiantes. Mi amiga Violeta Campos Astudillo obtuvo el segundo lugar.
En mi afición por la oratoria tuve tres maestros: Juan Alarcón Hernández, Arturo Solís Pinzón que, como profesor de civismo nos hacía exponer diversos temas, por lo cual perdimos rigidez corporal y timidez expresiva; y Juan Pablo Leyva y Córdova, sobradamente generoso conmigo. Al único que escuché, quizá con más hechura oratoria que Juan Pablo, fue a don Alejandro Gómez Maganda, en una comida ofrecida en Acapulco al Héroe Civil Eduardo Neri.
Los concursos de oratoria cayeron en el vacío. A algunos participantes los escuché como público y luego compitiendo con ellos. A los 18 o 19 años dejé de competir. Las mismas caras con los arrebatos demagógicos de siempre, vacíos como los caracoles fuera del mar. Ignoraban, alejados de Cicerón: “La agudeza de análisis de los dialécticos, la profundidad de pensamiento de los filósofos, la habilidad verbal de los poetas, la memoria indeleble de los jurisconsultos, la voz potente de los trágicos y el gesto expresivo de los mejores actores” en la exposición estética del conjunto del discurso.
Advierto que la oratoria empiezan a recobrar su brillo a través de talleres como los organizados por Olivia Hidalgo Domínguez. Ahí está el filón: formar, capacitar, impulsar. La oratoria es fundamental para la vinculación social. Y en el caso de la oratoria política ésta es indispensable en la confrontación de ideas que da vida a la democracia. La palabra transforma las ideas en hechos. Esa es la misión del orador: con la convicción de la verdad trasmitir el mensaje con claridad y elocuencia, convencer con la solidez de sus argumentos y mover a la acción.
La oratoria es otorgar dignidad a la palabra, que nos une y nos anima.