EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

La paradoja de ser muchos

Federico Vite

Febrero 28, 2023

 

(Segunda de dos partes)

 

La novela, más allá de un género edulcorado por múltiples editoriales, también logra mostrar, aunque en pocas ocasiones, el oleaje profundo del oficio narrativo. En 4, 3, 2, 1 (Estados Unidos, Picador, 2017, 981 páginas), del norteamericano Paul Auster, se radiografía muy bien cómo empieza a crecer en el autor la idea de un libro. Puede apreciarse la manera en la que se anudan los hilos narrativos, las subtramas que nutren el relato hasta convertirlo irremediablemente en un affresco.
Hacia el final de la novela, uno de los Ferguson, después de haber sufrido una caída y salir de la rehabilitación, escucha una historia que su madre repite constantemente. Se trata de una broma familiar. Así que al replantearse desde otro punto de vista la anécdota jocosa, el protagonista se pregunta algunos aspectos de esa historia que conoce desde antaño: un judío llega a la aduana marítima de Estados Unidos y el agente de migración le pregunta, ¿cuál es su nombre? El judío, visiblemente nervioso porque no recuerda el nombre que le sugirió otra persona para su nueva vida en América, dice en yiddish: Ikh hob fargessen (He olvidado) y el agente de migración anotan esas palabras. Escribió: Ichabod Ferguson. Ferguson piensa en todo lo que implica perder el nombre, el apellido y la identidad al ingresar a un país distinto, donde se habla un idioma distinto. Piensa obsesivamente en Ichabod Ferguson. ¿Qué le ocurrió a Ichabod después de esa anécdota? Reflexiona al respecto y el devenir de sus pensamientos le hace creer que sería importante narrar la vida de los Ferguson.
4, 3, 2, 1 empieza con esa anécdota del judío arribando a Estados Unidos. Novecientas páginas después el ciclo vital de ese proyecto escritural se convierte en un corpus literario vivo, en construcción, digamos. Sólo hasta ese punto de la lectura se comprenden algunos saltos temporales en el relato, algunas elipsis y se conoce la resolución de ciertas historias que arañaron los años 70; pero en especial, insisto, las páginas finales de la novela refieren las experiencias del autor y de cómo se convierten en sustancia narrable, esas vivencias tuercen las vigas del relato para cimentar una firme proposición metaficcional. Cito fragmentos de la novela: “Ferguson volvería del revés la proposición, y en vez de seguir la idea de una persona con tres nombres, inventaría otras tres versiones de sí mismo, narraría las tres historias en paralelo a la suya (más o menos su propia historia, porque él también se convertiría en una versión novelada de sí mismo), y escribiría un libro sobre cuatro personas idénticas, pero diferentes que tuvieran el mismo nombre”.
Físicamente, la descripción de Ferguson se va consumando por lo que le ocurre, por ejemplo, se cae de un árbol y se lastima los dedos de la mano; queda lisiado y su temperamento se torna oscuro. Otro Ferguson practica deportes (beisbol y basquetbol), es un jovencito alto, musculoso y atractivo, tanto para hombres como para mujeres. Otro Ferguson es callado, obsesivo y proclive al robo. Es un sólo cuerpo moldeado por las circunstancias propuestas por el autor y se caracteriza, cada uno de ellos, por las huellas vitales.
En 4, 3, 2, 1 hay mucho sexo, tanto relaciones heterosexuales como homosexuales, y las descripciones del autor en situaciones íntimas no caen en el acicate erótico; no convierte el texto en un mecanismo de fluidos que oculta carencias en la estructura sino que forja una serie de aprendizajes ligados a la carne, porque el viejo Auster sabe que sólo así (explorando las pasiones corporales) se templa el espíritu. Ocurren muchas cosas, transitan muchos personajes y los vínculos entre ellos son de una verosimilitud completa. Ferguson se dispersa en cuatro, aunque al final se convierte nuevamente en uno. Ese Ferguson revela la pulsión por desdoblarse, por hacer que los cuatro tengan un sólo recorrido que los conduzca hasta los 22 años de edad. Arduo camino, diría yo.
¿Pudo haber sido un libro más corto? Sin duda, de hecho, hubiera sido amable quitar los cuentos del Ferguson narrador, quien escribió algunos textos y los reprodujo literalmente en la novela. Tal vez achicar algunos capítulos hubiera sido generoso, en especial los relacionados con las protestas políticas, pero al final se comprende el afán totalizador, se valora incluso la voluntad de emular una experiencia de vida en una época de grandes cambios sociales. Auster, tomando como referencia esa anécdota que nace de la expresión en yiddish Ikh hob fargessen, propicia una visión mucho más compleja de esa broma. Usa un molde autorreferencial para terminar construyendo la visión panorámica de una época. Ilustra con este libro la fragilidad y la fugacidad de la vida. Nos recuerda que estamos hechos de memoria y que la memoria es la materia del canto y el canto, un molde narrativo.
El grosor de 4, 3, 2, 1 nos habla prácticamente de que estamos frente a un elefante, aunque en palabras del autor se trata “de un elefante ágil” en el que la vida de un hombre y sus afectos están bien delineados. En especial, destacaría el factor político que deviene en una reflexión artística, no al revés, como lo ejercitaría la mayoría de los panfletarios. Hago hincapié en el asunto político porque los Ferguson de la novela forzosamente deben tocar ese asunto, lo político, y ese aprendizaje tienen diversas cauces que nos muestran la necesidad de politizar la vida pública, no la obra; es decir, la necesidad de dialogar sobre asuntos políticos a partir de la disidencia implica una reflexión vital, no un adoctrinamiento y es ahí donde encuentro el oleaje profundo de este libro, porque a pesar de la habilidad técnica del autor, a pesar del ejercicio sostenido de creación, Auster pone a los cuatro Ferguson a convivir con la realidad y esa realidad, saturada de aspectos sociales, los nutre de maneras distintas para que asimilen su tiempo sin caer en manierismos; por ejemplo, uno de los cuatro Ferguson está fascinado por el cine y visita las salas de proyección más de dos veces por semana. Se encuentra con el filme clásico de Sergei M. Eisenstein: El acorazado Potemkin. Atisba con azoro la rebelión de los marineros, la sed de justicia y el abuso de autoridad, ¿qué efecto puede tener en un joven una película así? Auster elige el entusiasmo y la sensibilidad, porque tras ver esa película, algo cambia en él, es igual de fuerte y pasional que el despertar sexual; lo mismo pasa al leer a Fiodor Dostoyevski o al adentrarse a la monumental arquitectura poética de T. S. Eliot: The waste land. Ese Ferguson no elige el panfleto como vocación política, escribe un libro en el que expone lo que representa el cine para él. Entiende que el “Séptimo arte” es un medio, no un mensaje y que lo mismo puede adoctrinar que sensibilizar, ese forma de narrar le permite a Auster bordear los efectos de la política en los personajes, pero nunca desde el adoctrinamiento sino como un complemento invaluable, necesario e indispensable de la existencia. La radicalidad de los años 60 moldean a Ferguson de una manera poco convencional.
Lo contenido en 4, 3, 2, 1 es una época. Se trata de una novela sumamente ambiciosa, cuya facultad mimética culmina en el solipsismo. ¿De qué otra manera puede apropiarse un hombre de la soledad? Quizá sólo pensando que uno es muchos. Eso cambia todo, ¿no cree?