EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

La pena de una emoción ajena

Federico Vite

Noviembre 07, 2023

 

(Tercera parte y última)

 

La vida nocturna de Belgrado me recordó con ansia y furor lo que fue la vida nocturna de Acapulco en los años 80. Yo era un niño de cinco años, claro, pero tengo esos instantes grabados a fuego, no debido al calor sino gracias a la noche, porque siempre me ha gustado vagar nocturnamente por las ciudades. Mi padre fue barman. Tal vez sea una herencia. Y la noche de Belgrado permite el regocijo de quienes anhelan pasear sin el peso de los abrigos; basta con un suéter o una chamarra ligera que permita moverse con total libertad. Estuve en un par de cafeterías, presencié algunas conversaciones, me uní a charlas que lo mismo aplaudían a Cuba y a México, especialmente, a las playas de México. Esto, la tranquilidad de una noche otoñal, empezó a salpicarse de México, no por las conversaciones sobre Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Jaime Sabines o Efraín Huerta. Las noticias de Guerrero empezaban a filtrarse a la conversación. Me hablaban de la violencia, de los narcotraficantes, de algunas series de televisión basadas en El Chapo Guzmán y llegó de manera imperceptible el presente de mi zona geográfica: en Coyuca de Benítez habían asesinado a varios policías, los habían dejado acomodados de manera siniestra; también supe que en Acapulco habían asesinado a dos jóvenes y les habían colocado algunas máscaras. Una cosa digna de The Joker. Esos dos hechos literalmente erizaban la piel, pero uno está curtido y dejé pasar esos asuntos, porque no quería que la violencia se filtrara hasta esos sitios en los que Umberto Eco llegó como una deriva de la charla. A mí me interesaba saber si la gente de Italia lo veía con reverencia o si de alguna manera, la fama y el trabajo de Eco gozaba de mucho respeto. Y lo tenía, cierto; sobre todo, de escritores nacidos en los años 60. Ellos tenían muy presente la obra de Eco, pero también es cierto que le consideraban un escritor aburrido. De Cementerio de Praga mejor ni hablamos. Nos fuimos saltando monstruos y aprendí que el interés por conocer otros autores de países distintos no era un pasatiempo compartido en aquella mesa. Ellos tenían bien definidos sus gustos. Muchos colegas regresaron al hotel y me quedé conversando con un poeta de Hungría, un tipo que hablaba poco inglés y mucho húngaro. Me dijo que tenía una amiga rusa que se llama Sasha y vivía en Belgrado. Hizo un par de llamadas telefónicas y minutos después aterrizó en nuestra mesa una rubia esplendente, con una chamarra negra plastificada y un short blanco, calzaba botas oscuras también plastificadas. Ella tampoco hablaba inglés, ni italiano, ni francés, ni español; se enfrascó en una conversación amable con su amigo poeta. Yo emprendí el regreso a mi hotel. Obviamente caminando. Me despedí con un amable Ciao! Crucé varias calles, algunos puentes, muchos edificios. Había pasajes oscuros, fachadas tristes, conversaciones y silencio. Supuse que durante una caminata de hora y media podría capturar algo del alma de Belgrado y creo que lo hice, pero más bien fue porque recordé algunos nombres inolvidables de aquella región. Ivo Andric, sin duda, autor del imprescindible Puente sobre el Drina. Caminaba pensando en eso, un puente, una ciudad, una familia, el agua de un río que baña o refresca, elija usted ese verbo, baña o refresca, un río merece mucho respeto y cuidado. Imaginé con sorna el Río del Camarón, el Río de La Sabana y, por supuesto, la laguna de Coyuca de Benítez, escenario final de la novela más atractiva de José Agustín, en la que mejor refleja el espíritu de la acapulqueñidad y sus vicios. El agua como un elemento vital, como un punto de fuga y un habitáculo de la basura, esencialmente el nido de la contaminación. El agua. Me detuve en varios momentos a observar la lejanía del río Sava y la potencia del Danubio, esto es otra realidad, un manto que cubre una historia enorme como la de esta ciudad que podría reflexionar sobre su identidad desde diversos flancos: la religión, las batallas culturales, la migración, los gitanos, los turcos, los bosnios, ¿qué son los belgradenses? No lo sé, pero son esencialmente blancos, de cabello rubio muchos y otros tantos trigueños, son amigueros, parlanchines y amables. Yo perdí el rumbo para volver a mi hotel y en dos ocasiones pedía referencias a tres caminantes. Un grupo de jovenes mujeres me dio indicaciones. Me cobijan aún las indicaciones que dieron de buena fe, con precisión; no como en México, donde damos referencias malas por cortesía, para que los extranjeros se pierdan un poco y entiendan la mentalidad mexica. ¿Qué somos nosotros para estos ciudadanos, qué representamos que tanto nos quieren?
En algunas de las noches, de regreso a mi hotel después de una caminata, me encontré con el Teatro de Ópera, vi el regocijo con el que salían de una función de Fausto. ¿Cuál es el símil de esto en Acapulco? Y pensé también que la Facultad de Idiomas de Belgrado me hicieron una pregunta, ¿en qué libros estás trabajando ahora? Yo señalé que escribía una novela sobre el agua, es decir, sobre las caídas de agua, sobre el agua potable, sobre el agua estancada, sobre el mar, sobre el sudor y sobre las lágrimas de la gente que vive en Acapulco. El agua como un elemento que refleja el estado anímico de los ciudadanos. El agua, expuse, como un medio para describir el alma del puerto. Y el agua, en cierta forma, me dio más aspectos para reflexionar sobre ese libro en ciernes. He escrito Carácter y Parábola de la cizaña, dos novelas en las que el agua cobra una vital importancia en la dinámica existencial de los personajes. En Carácter describo los efectos de un huracán; en Parábola de la cizaña el agua es una forma de redención.
Días después de esas experiencias en Belgrado, ya en Berlín, con la intención de efectuar un par de entrevistas de trabajo, fue cobrando importancia la presencia de otro huracán en México. Durante las charlas telefónicas con mi esposa supe que Acapulco esperaba el impacto de Otis durante la madrugada del 24 de octubre. Mientras hablábamos se fue la señal; me contó que estaría con mi familia, resguardada en casa. Fue la última conversación que tuvimos. Empecé a ver noticias y evidentemente perdí la calma. Cuarenta y ocho horas después arribé al aeropuerto de la Ciudad de México. Después ingresé a la terminal de Taxqueña, horas más tarde llegué a Cuernavaca, luego Iguala y finalmente a Chilpancingo. Logré tomar transporte. “Voy hasta donde me dejen pasar”, dijo el chofer. Arribamos a la caseta de Palo Blanco, donde inicia la Autopista del Sol. Saqué mi maleta y empecé la caminata hasta Caleta. No puedo procesar todo lo visto, el panorama en decadencia, pero atestigüé la realidad del pillaje; pude comprobar también que muchas personas fueron expulsadas de hoteles y de las plantas altas de los edificios, sus cadáveres yacían sobre las avenidas. En el Paseo del Pescador había un par de cuerpos, hinchados por los impactos de la carne contra el cemento. No entendía lo que tanta gente se pregunta, ¿por qué el pillaje? Fui testigo también de asaltos a vulcanizadoras, vandalismo puro en tiendas departamentales, ferreterías, ópticas, cajeros bancarios, supermercados, incluso trataron de quitarme la maleta cerca del parque Papagayo. ¿Por qué una ciudad asolada por un huracán también sufre las consecuencias del pillaje? Vi camionetas repletas de mercancía, juguetes, zapatos, chamarras, iban de un lado a otro de la Costera maltrecha enlodada para saquear farmacias, tienditas, incluso se llevaban motos y bicicletas de tiendas departamentales. Presenciar algo así impele otra pregunta, una más grávida y seria: ¿quiero vivir con gente que aprovecha el caos para ejercer la delincuencia con impunidad? No nos merecemos eso, pero hay que lidiar con el problema. Como deriva, queda una pregunta más, ¿por qué el gobierno consintió el saqueo durante 72 horas? Durante la madrugada del 28 de octubre vi que robaban los condominios en la colonia Las Américas, me refiero a los inmuebles vecinos al Club de Yates. Había gente armada llevándose pantallas, muebles y evidentemente dinero. Se oyeron disparos en la densa noche de octubre. No vi guardias nacionales, pero sí muchos vecinos organizados, solidarios, gente preocupada por los delincuentes, por el caos, por la falta de gobierno en un puerto repleto de basura. Con los vecinos hablé de los balazos que se oyeron durante la madrugada. He visto muchas escenas similares a las que confieso en esta página, tanto en películas como series y videojuegos, he leído muchas escenas como estas en novelas, cuentos y relatos distópicos. Pero vivir algo así sólo confirma la oscura certeza de una pesadilla colectiva.
Trece días después del impacto del huracán llegó la luz al cerro de Las Américas, unas cuantas casas se iluminaron. Presencié todo desde la Plaza de Toros de Caletilla. Yo nunca he sido capaz de invocar la esperanza con la iridiscencia de la luna llena. Nunca como en estas noches. Lo que aprendí en la oscuridad fortificada por escombros fue claro: Acapulco es demasiado para una sola vida. Y todo esto que abarco con la mirada es Apocalíptico. Ser acapulqueño en Acapulco no es una inversión, sino un desperdicio.