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Opinión  

La tamalera

  ESTRICTAMENTE PERSONA     La penetración del narcotráfico en las estructuras de poder en México ha estado sobre la piel nacional desde que en 1985 un grupo de sicarios del Cártel de Guadalajara asesinó al agente de la DEA Enrique Camarena Salazar, que le sirvió a la agencia para la Lucha contra Narcóticos de … Continúa leyendo La tamalera

Febrero 16, 2005

 

ESTRICTAMENTE PERSONA

 

 

La penetración del narcotráfico en las estructuras de poder en México ha estado sobre la piel nacional desde que en 1985 un grupo de sicarios del Cártel de Guadalajara asesinó al agente de la DEA Enrique Camarena Salazar, que le sirvió a la agencia para la Lucha contra Narcóticos de Estados Unidos como un pretexto para su misión, su razón de ser, y como motivo para que desde entonces no dejen de investigar a funcionarios, militares y policías mexicanos supuestamente vinculados con la delincuencia organizada. El asesinato de Camarena Salazar y las revelaciones de qué tanto había infiltrado el narco a los cuerpos de seguridad, le quitó la ingenuidad al mexicano sobre su entorno.

Desde entonces, también, mucho se ha dicho sobre lo extenso de esa penetración, pero poco se conoce de los detalles de cómo se realiza, cómo se recluta, se soborna y se va actuando. Un vistazo a la mecánica de la corrupción del poder lo da una tarjeta confidencial enviada a una alta dependencia del gobierno mexicano sobre Víctor Manuel Contreras Espinoza, un empresario de Culiacán, nacido en Navolato, en el mismo estado de Sinaloa, que pasó de estar sólo relacionado con el narcotráfico a ser un activo del Cártel de Juárez, vinculado directamente con Ismael “El Mayo” Zambada, a quien envió la familia Carrillo Fuentes a Mexicali y Tijuana para desafiar a los hermanos Arellano Félix, para minar la plaza controlada por el Cártel de Tijuana.

La tarjeta de Contreras Espinoza lo ubicaba en Mexicali al arrancar el gobierno del presidente Vicente Fox, y tenía girada una orden de aprehensión por homicidio, aunque lo perseguían también por narcotráfico de “alto nivel” y lavado de dinero. El empresario parecía un hombre importante en la industria de la pesca, con cinco barcos camaroneros con un valor de casi 10 millones de pesos cada uno, dos plantas congeladoras en Topolobampo, una más en Mazatlán, una granja acuícola en Navolato, otra en Elota (Sinaloa), y 10 pangas de 250 caballos de fuerza. Todo esto, de acuerdo con la tarjeta confidencial, para el negocio de la droga.

Contreras Espinoza tenía toda la infraestructura para el transporte de la droga, de mar abierto a tierra firme. ¿Cómo lo hacía? La misma tarjeta da las claves. Entre sus antecedentes investigados, se incluían tres niveles: corrupción de altos mandos militares, corrupción de altos mandos de la PGR, y sobornos a personal de la Armada de México.

En la tarjeta confidencial, el apartado denominado “conexión”, explicaba claramente de lo que se trataba:

“(Es) célula del Cártel de Juárez en la plaza (Mexicali), bajo instrucciones del Lic. Loya (que no aclara de quién se trata). La relación se da directamente con Ismael Zambada García, ‘El Mayo Zambada’. Es el encargado de sobornar a altos mandos militares de la Sedena en esta plaza y de personal comisionado por parte de la Armada de México en el litoral desde Puerto Peñasco hasta el Golfo de Santa Clara en el estado de Sonora. Este último punto es clave para el desembarco de drogas que se envían a los Estados Unidos a través del estado de Baja California y sus fronteras. El señalado (Contreras Espinoza) paga una cuota periódica de 50 mil dólares (unos 600 mil pesos), mas una comisión por desembarco aéreo y marítimo de droga”.

Es decir, para garantizar tranquilidad en el desembarco y redistribución terrestre de la droga sobornaba a los marinos para que no interceptaran sus barcos en alta mar o en las costas mexicanas; y a los soldados para que pudieran circular libremente los cargamentos por las carreteras. A los policías federales de la PGR les pagaba sobornos para que voltearan los ojos cada vez que recibían reportes que en sus congeladoras o granjas acuícolas había narcóticos. De esta manera, compradas las voluntades de todos los cuerpos de seguridad que luchan contra el narcotráfico, el Cártel de Juárez podía extenderse de sus ramificaciones en Sinaloa al territorio del Cártel de Tijuana, transportando y distribuyendo cocaína y marihuana, las dos drogas que operaba la célula de Contreras Espinoza.

La estructura funcionaba perfectamente como célula, donde no importaba que se detuviera a miembros de la misma organización. Al no conocer a los integrantes de la otra célula, podían seguir operando con márgenes de seguridad. Pero aún dentro de las células, la compartamentalización permitía tener bien aceitado el funcionamiento de las estructuras. Espinoza Contreras, a quien apodaban “La Tamalera”, fue detenido en el 2001, pero el resto de la célula continuó operando hasta septiembre del año pasado, cuando arrestaron a sus dos lugartenientes y los sentenciaron a 16 años de cárcel y una multa de 400 días de salario mínimo.

A Espinoza Contreras, desde el primer momento en que lo detuvo la PGR, lo llevaron a un lugar secreto en Estados Unidos para protegerlo. Qué tanto les ha dicho, no se sabe. Pero qué tan eficiente deben ser las redes de corrupción con las autoridades que tardaron todavía tres años en detener a sus lugartenientes. Este vistazo a un microcosmos de la delincuencia organizada, permite contemplar lo complejo de la lucha contra el narcotráfico, y lo difícil y lo largo que será ir batiéndolo en el campo de batalla.

 

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