EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Los malhumorados mexicanos

Juan García Costilla

Mayo 25, 2016

(Última parte)

Notables y escasas excepciones confirman una regla universal: las malhumoradas son personas non gratas.
Ejemplos excepcionales, según el personalísimo gusto de este escribidor, todos comediantes: mexicanos como Emilio Brillas y Óscar Ortiz de Pinedo (cubano de nacimiento), memorables cascarrabias ambos; cubanos como José Candelario, el legendario Tres Patines de La Tremenda Corte; los gringos Lenny Bruce, cuyo sentido del humor utilizaba con profusión la blasfemia; Lewis Black, conocido por su discurso enfadado, ridiculizando la historia, la política, la religión, y las tendencias culturales de su país; los dos ruquitos ácidos de The Muppet Show, viboreando desde su balcón del teatro… y el puñado, no más, que personalmente gusten a los 61 lectores de este espacio.
Pero la regla es que las personas malhumoradas son nefastas, insoportables, irritantes, desagradables, pesimistas, contreras, perjudiciales e incómodas para cualquiera, incluso para los seres humanos más pacientes y tolerantes. Todo les parece mal, a todo se oponen, nada ni nadie les gusta, ni pichan, ni cachan, ni dejan batear, y les encanta estropear y agüitar planes y ánimos ajenos.
Por eso, al presidente Enrique Peña Nieto, aunque reconoce su existencia, el mal humor social le parece una ironía; por eso, a quienes defienden avances de su gobierno, se les hace incluso contradictorio; por eso, otros piensan que el “mal humor” es el mismo de siempre, pero que las “redes sociales amplifican los mensajes y generan la impresión de que el ánimo colectivo está más polarizado que nunca”.
¿Será?
Acepto que quizá tengan razón, en parte. Pero en reciprocidad, los antes mencionados debieran aceptar que motivos y razones sobran para andar de malas, echando pestes, de mírame y no me toques, o, como dice mi madre, muy de pitiminí.
Seguro la tienen los que dicen que el mal humor social es añejo en México, pues añejos son muchos de nuestros peores males: pobreza, corrupción, impunidad, injusticia, desempleo, salarios sin poder adquisitivo, inflación (¿o cuál es el nuevo eufemismo?), y no pocos etcéteras bien sabidos y sufridos por casi todos.
Pero si agregamos los recientes males nuestros, más que pocos y tan malos como los añejos, la razón que presumían aquellos languidece, ruboriza, porque además desacreditan su segunda presunción: las redes sociales empoderan el mal humor social, pero no lo causan.
La ausencia de respuestas convincentes obliga a replantear con más precisión, la pregunta básica: ¿cuál es la principal causa de este notable repunte del malhumoramiento colectivo?
Si me preguntan, les diría humilde y realista que no soy sociólogo ni nada respetable como para aventurar alguna idea, al menos decorosa. Sin embargo, la ignorancia es el mejor estímulo para encontrarlas. Por eso, les comparto en seguida la respuesta que me ha parecido más convincente hasta ahora.
Al intervenir en el seminario “Transición y consolidación democrática: el contexto internacional y la experiencia mexicana”, organizado por el Instituto Federal Electoral, en febrero de 2003, el periodista, político y sociólogo español, Ludolfo Paramio, advirtió que el mayor riesgo para una democracia naciente consistía en el aumento de la pobreza y la desigualdad en la región.
“Si se esperaba de la democracia una mejora de las condiciones sociales, y por el contrario sus primeros años venían acompañados de un fuerte deterioro de los niveles de vida, sería lógico temer un alejamiento de los ciudadanos de las instituciones de la democracia”. Al concluir, Paramio adelantó, profeta, adivino: “Ante el fracaso –o la derrota– de la acción colectiva, se impone una dinámica de sálvese quien pueda”.
Trece años después, los malhumorados mexicanos parecen confirmar ese temor.

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