EL-SUR

Jueves 17 de Octubre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Los poderes federales, a la costa

Humberto Musacchio

Noviembre 24, 2016

El problema del tránsito ya se hizo crónico. Antes las marchas, los cierres arbitrarios de calles por las autoridades o los accidentes podían bloquear una vía importante y causar serios problemas de circulación. Ahora los embotellamientos, la lentitud para circular y el caos motorizado son cosa de todos los días y prácticamente a todas horas.
En la Ciudad de México y la zona conurbada se dice que cada año entran en circulación 300 mil automóviles, aunque un estudio de la OCDE afirma que la cantidad de vehículos automotores crece anualmente a una tasa de 8.5 por ciento. Para hacer frente a la demanda de una mayor superficie de rodamiento, a las autoridades sólo se les ocurre construir segundos pisos sobre las vías principales, donde ya existen los carriles exclusivos para bicicletas y los coches estacionados gracias a los parquímetros.
El resultado de este desastre es que quienes viven en la periferia ocupan en promedio cuatro horas diarias para trasladarse a su centro de estudios o de trabajo, lo que influye en una muy baja productividad laboral o estudiantil, en más contaminación, mayor incidencia de enfermedades, falta de vida familiar y escaso tiempo dedicado al esparcimiento.
Numerosas familias capitalinas se han ido a vivir a la periferia atraídas por el bajo precio de la vivienda y la mayor facilidad para adquirir una “casa sola”. Lamentablemente, el ahorro que significa la adquisición de ese inmueble se ve suprimido por el gasto diario en el traslado, que puede requerir hasta de cuatro vehículos diferentes y una erogación que llega al 45 por ciento del ingreso.
El problema se ve agravado por las pésimas condiciones del transporte urbano. No es un secreto que el Metro de la ciudad de México ha entrado en un acelerado proceso de obsolescencia, que los autobuses y peseras, además de ser inseguros, resultan eficaces instrumentos de tortura, y que los taxis son en su mayoría viejos, feos y sucios, además de constituir un peligro para los peatones y pasajeros. El pésimo transporte colectivo ha sido el principal estimulante de la demanda de automóviles.
Para las autoridades capitalinas, la razón del desplazamiento de la población a la periferia es la falta de vivienda, aunque por toda la ciudad se construyen edificios de departamentos, frecuentemente a costa de casas catalogadas o de romper con la armonía urbana de ciertas zonas. Pero construir más vivienda significa más problemas de drenaje, más escasez de agua, más aglomeraciones, más tránsito en zonas ya saturadas y una mayor falta de estacionamientos.
Un problema adicional ante la falta de vivienda es el crecimiento de la mancha urbana que devora áreas verdes, sobre todo en el sur del valle de México, fenómeno que ya resienten delegaciones como Xochimilco, Tláhuac y Tlalpan, de acuerdo con un documento del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Excélsior, 22/IX/2016).
La pérdida de las llamadas “áreas de conservación” significa menos capacidad de la cuenca para reciclar y oxigenar el contaminado aire de la ciudad, menos captación de agua y por consecuencia menor recuperación de los mantos freáticos. La ocupación de esas áreas se debe en buena medida a la ineficacia de las autoridades y a la corrupción, pero de seguir la depredación a este paso, en 2030 habremos perdido los busques del sur de la cuenca, con las consecuencias ecológicas que son de suponerse.
Ante el crecimiento incesante del llamado “parque vehicular”, tampoco hay soluciones a la vista. La industria automotriz es clave en las políticas de empleo y a ninguna autoridad se le ocurriría cerrar las plantas productoras de vehículos para despejar el tránsito, pues se trata de una rama estratégica de la economía, que ofrece muchos empleos directos y genera muchos más indirectos.
En tales condiciones, la vida en la Ciudad de México tiende a ser cada vez más costosa, pues casi todo lo que consumen sus habitantes tiene que ser trasladado desde fuera del valle de México y sacar los desperdicios es el complemento antieconómico de este desastre. Las autoridades federales –y las otras– deben asumir que la gran urbe ya se colapsó y que cruzarse de brazos es suicida.
Ha llegado la hora de sacar del valle de México los poderes federales y llevarlos a la costa. Insistir en que es incosteable es olvidar que lo incosteable ya lo están viviendo los habitantes de la Ciudad de México. No hay más…