EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Mande usted

Juan García Costilla

Agosto 26, 2006

Ricardo Lavolpe ha sido un eficientísimo promotor del estereotipo que identifica a los argentinos –”a los porteños, che”, me reclaman mis amigos de ese país– como soberbios, vanidosos y pagados de sí mismos, que tantos chistes han inspirado. Durante su paso como técnico de la selección nacional de futbol, parecía decidido a erigirse como representante máximo de esa imagen, sobre todo frente a la prensa deportiva, ganándose a pulso la antipatía de muchos aficionados, yo entre ellos.
Para mi desgracia, debo reconocerle la aguda estocada de despedida que nos dejó a los mexicanos, el día que firmó como entrenador del Boca Juniors. En entrevista, Lavolpe se dijo agradecido con nuestro país en el que se formó como técnico, y donde nacieron sus nietos; pero luego, como de paso, comentó que una de las cosas que nunca le gustaron es la costumbre de decir “mande usted”, tan arraigada entre nosotros.
Esa referencia a la cultura del apocamiento mexicano me recordó la teoría de otro entrenador argentino, César Luis Menotti, también ex ténico de la selección. Decía que la principal diferencia entre los jugadores de su país y los mexicanos era que los primeros creen que son mejores futbolistas de lo que realmente son, lo que los hace jugar mejor; mientras que los nuestros se sienten peores jugadores de lo que son, y por eso juegan por debajo de su capacidad real.
¡Boludos argentinos!, ¿con qué derecho vienen a decirnos nuestras verdades?
Como muchos, desde niño me enseñaron a decir “mande”, en lugar de “qué”, considerada una respuesta grosera e irrespetuosa. Lo asumí sin chistar y la expresión se integró a mi vocabulario, hasta que me convertí en papá. Ahora es motivo de conflicto con mi padre, porque cada vez que su nieto le dice “qué”, y él lo corrige con un “se dice mande”, me rebelo y trato de explicarle que quiero criar un hijo inmune a los estigmas de la cultura de la sumisión.
Revisé el Manual de Carreño para convencerlo de que ni esas convenciones arcáicas se hacía referencia al “mande”, como señal de buenas maneras; pero para mi padre esa expresión forma parte de la cortesía y la “tradicional amabilidad” que caracteriza el habla de los mexicanos, según afirman algunos expertos.
“Los términos de ‘mande usted’, ‘a sus órdenes’ y ‘ésta es su casa’ ya no expresan complejos de inferioridad ni sumisión alguna; han quedado como parte de nuestra tradicional cortesía, y como está el mundo, se agradece”, asegura José Moreno de Alba, director de la Academia Mexicana de la Lengua.
Igual de optimista es María Angeles Soler, filóloga e investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que sostiene que “los mexicanos ya no somos sumisos. Los términos que antaño así lo expresaban eran una mezcla entre el español y los restos de las lenguas indígenas”.
O como lo explica Lorenzo Meyer, historiador del Colegio de México: “En esa época (siglo XVI), México tenía una estructura de autoridad que ni siquiera era comparable a la de España. De los millones de habitantes en la zona central, sólo un puñado eran españoles. ¿Cómo dominaban entonces a la sociedad? Con una cultura cívica de sumisión”.
Pero no estoy tan seguro. Estarán de acuerdo conmigo los adeptos a la neurolingüística, en que el lenguaje no sólo nos ayuda a expresarnos, sino que nos marca y condiciona para aceptar valores y acatar los símbolos de autoridad de nuestra sociedad.
“Patrón”, “jefe”, “licenciado”, son algunos ejemplos que escuchamos a menudo en la calle, que se usan para señalar diferencias jerárquicas, casi siempre injustas, impuestas y heredadas por nuestra historia de autoritarismo y desiguladad.
La sociedad mexicana no es una unidad integrada, es una estructura diferenciada que no ha superado la idea de las castas, a pesar de su común denominador: la cultura mestiza predominante. México es dos naciones en una: la moderna, la de la minoría privilegiada que acapara ciencia, poder, y riqueza; y la de la mayoría, oprimida y marginada.
Expresiones como “mande usted” delatan actitudes de sumisión; las acciones de las personas están condicionadas por el pasado más que por su orientación al futuro, y se adoptan actitudes de resignación y conformismo, en lugar de confrontación, superación y participación en los problemas. Todo esto trasciende en la vida social y laboral, en las que no hemos podido consolidar una cultura organizacional creativa y participativa.
Por ejemplo, la dependencia y el individualismo están presentes en muchas organizaciones políticas, gremiales, laborales y sociales mexicanas, lo que puede explicar la escasa motivación para el trabajo en equipo y el excesivo deseo de obtener beneficios a través de influencias o compadrazgos, que generan beneficios individuales y no colectivos.
Esta cultura define parámetros y restricciones intangibles de lo que se puede realizar o no, que rara vez son explícitas o escritas, pero que se asumen como si fueran ley, tanto por los que “mandan” como por los que “deben obedecer”.
Así lo demuestran muchos gobernantes que desprecian y condenan cualquier asomo de critica, disenso o protesta social, calificándo a sus protagonistas de enemigos del Estado que atentan contra la estabilidad política y las instituciones públicas.
Tal vez quieren que sigamos respondiendo “mande usted”, cuando los que deben obedecer son ellos. Más les vale entenderlo.
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