Si fuera por el espíritu que se manifestó en Acapulco, en Ixtapa o en Taxco, sólo por mencionar a los más importantes, el año que empieza augura trabajo, paz, alegría y felicidad. Luces, cuetes, fuegos artificiales que emocionan hasta al más escéptico, son característicos del arranque del 2018. Pero la algarabía termina pronto. Muchos mexicanos … Continúa leyendo Muchos buenos propósitos y una necia realidad
Enero 02, 2018
Si fuera por el espíritu que se manifestó en Acapulco, en Ixtapa o en Taxco, sólo por mencionar a los más importantes, el año que empieza augura trabajo, paz, alegría y felicidad. Luces, cuetes, fuegos artificiales que emocionan hasta al más escéptico, son característicos del arranque del 2018.
Pero la algarabía termina pronto.
Muchos mexicanos mantienen a Acapulco entre sus lugares favoritos para recibir el año nuevo. Nadie puede negar el despliegue de medidas de seguridad, la espectacularidad que adquiere la fiesta con que la bahía de Santa Lucía recibe el año nuevo.
Espectacularidad, algarabía, luces y explosiones que muestran el júbilo por despedir el año viejo y recibir al nuevo, cargado de buenos deseos, de inmejorables propósitos; de sueños y anhelos, aunque la realidad regrese apenas se extinguen las brasas de los fuegos artificiales.
Acapulco especialmente ya ha vivido el patrullaje de soldados y marinos, mucho antes de la promulgación de la ley de seguridad pública que amenaza con militarizar al país. El resultado de los programas Acapulco seguro y Guerrero seguro es dudoso. La ola de violencia lejos de disminuir creció bajo la observación expectante las autoridades federales, estatales y municipales.
Para el turismo Acapulco mantiene la magia, lo que para sus habitantes parece, más bien, un embrujo, una suerte de maldición que lo va extinguiendo poco a poco, con sufrimiento y dolor. Fuera de esta temporada el más bello puerto mexicano del Pacífico se parece cada vez más a una ciudad fantasmagórico, viva pero muy viva, en periodos cada vez más cortos, suficientes para que las autoridades argumente que todo está bajo control, cuando que desde hace mucho ocurre, exactamente, lo contrario.
Entre sismos, la violencia sin tregua que ahora toca incluso a los integrantes de la clase política, conflictos y rezagos sociales, pobreza y desigualdad, un año nuevo comienza y da pauta a la obligada reflexión sobre lo que nos depara el futuro cercano.
Por lo pronto, el fin de ciclo fue pretexto y marco de magno reventón colectivo en las playas, bares y salones de Acapulco y otros centros turísticos del estado, que estuvieron llenos a su máxima capacidad, en una temporada decembrina que hoteleros y gobierno calificaron de excepcional, y dio lugar a las tradicionales imágenes de playas y centros nocturnos atiborrados de turistas ávidos de diversión y entretenimiento.
Luego de resacas y desvelos, el gran turismo nacional y el cada vez más escaso de procedencia internacional que visita la entidad, emprenden el viaje de regreso, mientras aquí intentamos retornar a la realidad después de fiestas, brindis y fuegos artificiales. Una realidad de la que cada vez es más difícil evadirse pues se manifiesta en todo momento.
Fue así que apenas el jueves pasado ejecutaron al presidente municipal de Petatlán, Arturo Gómez Pérez, y dos días después, la tarde del sábado, Marino Catalán Ocampo, uno de los precandidatos del PRD a la alcaldía de José Azueta (Zihuatanejo), fue ejecutado en la cabecera municipal, los más recientes casos de asesinato de líderes políticos en el estado.
Un recuento somero señala que en un poco más de dos años de gobierno de Héctor Astudillo han muerto en atentados dos alcaldes, un ex diputado local, un regidor y un precandidato perredistas, y el secretario general de ese partido en Guerrero, así como dos dirigentes de Movimiento Ciudadano, además de la desaparición de un ex diputado federal del PRD.
Ya sabemos que no se trata de una problemática estrictamente local, pues la violencia del crimen organizado se extiende por vastas zonas del país, y alcanza a alcaldes, ex alcaldes y otros personajes de la política, y a trabajadores de los medios de comunicación, entre sus víctimas.
Pero lo cierto es que Guerrero cerró el año, una vez más, como la entidad más violenta del país, con una cifra acumulada de más de dos mil trescientos homicidios dolosos, con un promedio de cerca de 200 hechos cada mes.
Ello va de la mano con la realidad que ya citábamos: una pobreza que no cede pese a los programas sociales federales y locales, un bajo nivel educativo y uno de los peores aprovechamientos escolares, en lo cual un factor fundamental es un magisterio conflictivo que suspende clases a la menor provocación.
Fuera del turismo pocas son las fuentes de empleo y de creación de riqueza. Una de ellas, una de las más importantes minas de la región, está paralizada por un conflicto sindical a la vieja usanza desde hace varias semanas. Y ambiciosos proyectos como la zona de desarrollo económico especial en Lázaro Cárdenas, que impactará a toda la zona fronteriza de la entidad con Michoacán y el estado de México, no se sabe si no caminan o lo hacen con una extrema lentitud.
Los que pese a todo no sufren por chamba son los políticos, que apenas iniciándose enero empezarán en Guerrero la disputa por ochenta y un ayuntamientos, además de las diputaciones al Congreso estatal y al Federal, así como las senadurías que corresponden al estado.
En ello también hay riesgos, el más evidente la penetración del crimen organizado, que verá en cada municipio y en cada una de sus áreas de influencia, la manera de imponer a sus candidatos o amedrentar y comprar a quienes aún no están en sus redes.
Así nos pinta el año, y no se trata del panorama más alentador.
Ya pasó lo mejor. Regresa la realidad con su rudeza y crudeza. Ahora se oscilará entre promesas y promesas de campañas, entre millones de spots de radio de los partidos políticos, del INE o el mismo IFE pero más barato, y un gobierno estatal que cree que a la gente se le gobierna a espotazos.