EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Mujeres

Florencio Salazar

Marzo 10, 2020

 

Defiende tu derecho a pensar. Pensar equivocándote es mejor que no pensar. Hipatia.

Natalia González Alcocer está inclinada sobre su Singer. Mira a la gente que pasa, a los que llegan. Saluda, conversa, sin soltar la costura. Lo suyo es coser pantalones, todos los pantalones de la sastrería de don Eutimio. Es puntual en su trabajo, a la hora de ir, de volver, de lunes a sábado. Toda su juventud fue vivida junto a la máquina de coser. Cara redonda, pelo trenzado, cuerpo ancho. Se casó ya sin edad para los hijos. Recibí de sus manos uno de los más hermosos regalos por mi cumpleaños: una gran bolsa de plástico llena de láminas de chicharrón. Supongo que sus huesos aún no se deshacen. Mejor no haberme enterado de su muerte. Un día supe que había partido hacia el descanso por tantos años de fatiga. Respiré pura tristeza.
El viejo y desaparecido Jardín Cuéllar de Chilpancingo, con su kiosko al centro, tenía cuatro puestos metálicos, uno en cada esquina. Los del sur eran de periódicos y revistas; de aguas frescas, los del norte; en esta orientación había uno intermedio, el de “N”. Las aguas de “N” fueron célebres, de frutas riquísimas: “¿De qué la quieres? ¿mamey, guanábana, guayaba, mango, zapote, plátano, papaya, melón, sandía?” Colocaba en vaso de vidrio trozos de fruta y azúcar para batirlas con un mortero; luego agregaba agua y hielo, embonando al vaso con otro de aluminio y agitaba y agitaba haciendo una mezcla colorida y refrescante. Ahí estábamos esperando turno para quitarnos el calor, la sed. Enedina Calvo tenía algunos dientes de oro, alegría, y palabras elocuentes, soltadas sin ofensa. Me apoyaba con cinco pesos para la publicación de Tribuna Estudiantil. Yo creo que “N”, con sus aguas, debe estar dándole probaditas de paraíso al mismísimo san Pedro.
El sacerdote ofreció una sala del curato para que ahí se instalara la primera biblioteca de Tixtla. Los tixtlecos asociados en el Distrito Federal enviaban constantemente paquetes de libros. Llegado el momento, adquirieron un local para la biblioteca, pero el sacerdote se negó a entregarla aduciendo ser propiedad de la Iglesia. Los ciudadanos acudieron a la Secretaría de Patrimonio Nacional para la devolución del acervo. El litigio duró años. A finales de los 60 se resolvió a favor del pueblo. De puro gusto, se organizaron en Tixtla diferentes eventos. La maestra Edelmira Hernández Alcaraz tuvo a su cargo el concurso estatal de oratoria de escuelas secundarias. Inteligente y con inevitable personalidad, fue una promotora eficaz. Gané ese concurso, pero sobre todo tuve el premio de su amistad. Fue alcalde y dejó huella con su trabajo. Ese acto para mi fue venturoso, pues también conocí a mi querida amiga Violeta Campos Astudillo, quien representó al Espejo de los dioses en aquel evento de la palabra.
Su esposo siempre me recibía con todo el grupo de jóvenes priistas en su hotel, con el único costo de dar las gracias. Él empezó a invitarme a su casa, a comer, cenar, a hospedarme ahí. Siempre estuve cómodo en el acapulqueño domicilio. ¿Y cómo no? Silvia Buitrón, su esposa, siempre me recibía como si fuera de su familia. Jamás una cara de molestia, un gesto de enfado, un mal modo. Soy negado para llegar a casas particulares, incluyendo mi familia. Quiérase o no, una persona extraña altera la vida doméstica porque se levanta temprano, porque se levanta tarde, porque hace ruido o es enfadoso. Pero en la casa de Silvia siempre me sentí a mis anchas. Y eso se debía a su magnífico don de gentes, a esa generosidad que no se anuncia, que solamente se entrega y, al hacerlo, fertiliza el corazón.
Cuando fui alcalde de Chilpancingo, la comuna municipal tuvo por primera vez dos regidoras, Guadalupe Lobato y Noemí Trujillo. Guadalupe fue propuesta por la CTM; Noemí invitada por mí, profesora de profesión, se hizo cargo de la comisión de educación. Joven, entusiasta, comprometida, fue enlace eficaz con el sector educativo, con el que celebró innumerables reuniones de trabajo. Después de la experiencia municipal, continuó en la academia. Alcanzó la maestría y el doctorado en pedagogía. Autora de ensayos, es sin duda una de las destacadas educadoras de nuestros sureños lares. Meritorio esfuerzo pasar de profesora a maestra.
Leticia Zubillaga y yo fuimos compañeros en la secundaria. Ella, junto con Martel y Berenice, era la de los dieces. Sus apuntes eran modelo de caligrafía, ortografía, sintaxis y síntesis. Pasamos a la prepa y Leticia ofreciendo siempre los mismos resultados. Yo privilegié el trabajo en el PRI juvenil y faltaba frecuentemente a clases; ella me pasaba sus apuntes. Se inscribió en Filosofía y Letras al tiempo de emplearse de bibliotecaria en la propia Universidad. Oía música clásica y leía y leía; además de talentosa, culta. Se casó, partió a Zacatecas y tiempo después me enteré con sorpresa, que era artista del grabado y del dibujo. He acudido a algunas de sus exposiciones. Tengo obra de ella, faltaba más. Cuando le pregunté de dónde la había surgido esa vocación, respondió que desde niña dibujaba. Leticia decidió ilustrar un poema mío, un grabado por cada verso de ¿Dónde está el perfume del árbol más reciente? Y también Leticia obtuvo las presentaciones de Alberto Ruy Sánchez y de Sofía Gamboa. Este bello libro, patrocinado por el Instituto de Cultura de Zacatecas, la UAG y la Tertulia de Gloria Luz Gutiérrez (Colombia), es su obra, es su amistad.
Pocas con esa calidez desbordada, ese ánimo para reunir a los desanimados, para juntar a los amigos, para ofrecer su mirada clara, su sonrisa fácil, su palabra chispeante, como Guadalupe Garzón. Abría las puertas de su casa como los bosques al viento. Ocurrente, vasta en aguinaldos, lo suyo era el afecto, la cordialidad. Era líder, iba y venía en las fiestas de las tradiciones y por las más bellas plazas de México. Murió sin querer morir y muriéndose dejó dispuesta la próxima comida para los amigos. No quiero olvidarla y aunque quisiera nomás no se podría. Su cariño sin condición y la luz de su rostro siempre acompañará a quienes la conocimos. Me gustaba repetirle dos versos de Renato Leduc: El caramelo que mi boca chupe / será tu nombre, Guadalupe.
Narradora, poeta, ensayista, académica, impulsora de la cultura, Gela Manzano es como el aire, refrescante. Parece omnipresente: ora aquí, compartiendo sus saberes literarios, presentando libros; ora allá, hurgando, buscando verdades bajo piedras. Parece absorber el conocimiento a través de sus ojos y compartirlo con su sonrisa. La conocí cuando dirigía la revista literaria Hojas de Amate, pero mis primeras conversaciones fueron en el Museo José Juárez. Para mí fue muy grato escribir unas notas para su reciente libro de poesía El territorio de la noche. Isaías se casó con mujer que combate.
Inteligentes, cultas, fuertes, solidarias. Mujeres.