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Lunes 03 de Junio de 2024

Guerrero, México

Opinión  

Otra vez el Espíritu de la Feria

  (Primera de dos partes) A Héctor Contreras Organista, por todo lo que rescata y crea con auténtico (¡y abstemio!) fervor chilpancingueño. No sólo para los tlacololeros viejos, que tenían sembradíos de a de veras y tallaban su máscara y no tenían que ensayar los pasos de la danza porque se los vienen sabiendo desde … Continúa leyendo Otra vez el Espíritu de la Feria

Enero 06, 2007

 

(Primera de dos partes)

A Héctor Contreras Organista, por todo lo que rescata y crea con auténtico (¡y abstemio!)
fervor chilpancingueño.

No sólo para los tlacololeros viejos, que tenían sembradíos de a de veras y tallaban su
máscara y no tenían que ensayar los pasos de la danza porque se los vienen sabiendo
desde chiquitos, desde que han tenido que pedir la caída de las lluvias; no sólo para los
cronistas ilustrados, los cancioneros sentimentales, los rimadores añorantes, no nadamás
para los que los jueves de pozole son tan sagrados que no los cambiarían ni por una cita
con Isela Vega –la de La intrusa, por ejemplo– en Acapulco. No nomás, pues, para los
ejemplares vivos de la tradición, sino para todos los chilpancingueños, el domingo anterior
al 24 de diciembre es como un campanazo de vitalidad colectiva, pues, bajo el pendón
afamado, por los barrios de Chilpancingo un larguísimo y fenomenal desfile de danzas
regionales anuncia la Feria de Navidad y Año Nuevo.
Claro, ya se ha cobrado el “aguinaldo”, la familia está reunida, las amistades antiguas y las
de más para acá se reencuentran… La Navidad está a la vuelta de los días… En el bullicio
de esparcimiento y refrendo de emociones familiares y populares, entre la apabullante y
anticristiana oferta mercantil, el mensaje de Cristo naciente aligera las cargas de los
oficios, chambas y responsabilidades y espiritualiza la vida social.
Lo que el Pendón anuncia desde hace unos 180 años, lo refrenda el Teopancalaquis
desde quién sabe cuándo; hay quien a este reencuentro de danzas y mirones
emocionados le ponen fecha y afirman que fue un feliz invento social, político y cultural que
se le ocurrió al padre Agustín para, en el aro infalible de la religión, poner paz y una que otra
cordialidad entre los chilpancingueños del bordo y los de los vados –por ejemplo–, que a
cada rato se agarraban a pedradas. Los caminos de la cristiandad y de la conciliación
social son inmensurables, dijo el padre Agustín, que (si así fue la cosa) tan
inteligentemente puso a bailar a todos, frente a la iglesia de Santa María de la Asunción, la
noche del 24 de diciembre y de ahí pa’l real. Los barrios se abrazan, los vecinos se echan
al pescuezo cuelgas de tapayolas y todo mundo se acuerda de que también es pueblo y se
pone su chamarra de navidad y año nuevo y todos se saludan y parten el piñón.
Antes, y hasta adelante, el Pendón. Va a caballo, lo sostiene una hermosa jineta. Trota el
equino, casi no avanza, tal vez para darle chance al gobernador y al alcalde a detenerse a
saludar y a darse un ligero baño de sol y pueblo. Los siguen mayordomos y vecinos y el
que reparte el mezcal, y de ahí las danzas regionales del estado y otras más. Por ahí viene
el burrito (o burrita) cargado con castañas de mezcal y –Platero mestizo–, adornado con
flores hasta las orejas… Si el burro (o burra) es el trabajo, la “joda” cotidiana, el mezcal es
el esparcimiento, y ahí van los mayordomos, llevando el ritmo de los tlacololeros o los
diablos, floreando a todos con confeti y regalándole a los que quieran su carrizo de agüita
de amistad, su chisguete de punta de puritita comunión popular…
El frenesí devoto
Si bien, para nosotros, el origen de la Feria está en los festejos a San Mateo, en la
religiosidad popular, como fiesta institucionalizada, como sitio cívico relevante, como
orgullosa exposición de nuestras artesanías y productos regionales la ubicamos en 1825,
con el decreto emitido por el Congreso del estado de México (al que lo que ahora es
Guerrero pertenecía), que especifica que “se concederá a la Ciudad de Chilpancingo de los
Bravo una feria anual en el mes de diciembre, cuya duración será de ocho días”. En el
Artículo segundo del decreto queda claro que “en este período de tiempo quedan
exceptuados los tratantes y comerciantes que concurran a ella, del pago de los derechos
que pertenezcan al estado y de los municipales que estén impuestos en el lugar”.
Este decreto ha servido a historiadores para opinar que la naturaleza de la feria, “contra lo
que se ha afirmado, no era de tipo religioso, sino económico”, lo que a primera vista no
está mal. Pero nosotros preferimos seguir considerando la tradición religiosa como la
bisagra de los negocios y el guateque popular, independientemente de la fecha y de que el
decreto se enfoque exclusivamente a la cuestión tributaria. Los festejos a San Mateo se
celebraban alrededor del 21 de septiembre, Día de San Mateo, y si el decreto en cuestión
traslada la fecha a diciembre es para aprovechar el asueto campirano y citadino y facilitar el
mercadeo.
En Bajo el fuego (1951), la escritora chilpancingueña María Luisa Ocampo nos ofrece esta
visión del “frenesí devoto” que provocaba señor San Mateo muchísimos años atrás:
“Antiguamente –dice–, cuando las Leyes de Reforma no habían venido a interrumpir el
esplendor de las fiestas religiosas, un San Mateo de bulto, con túnica bordada de oro y un
manto de terciopelo, era bajado en hombros hasta el puente del río (Huacapa), en medio
de una innumerable cantidad de danzantes. Allí esperaba a otro San Mateo, patrón de
Amojileca, que venía a hacerle una visita y se presentaba también rodeado de danzantes y
músicos. A cada lado del puente se levantaban suntuosos altares donde eran colocados
los santos con respeto y miramiento y en seguida los devotos oraban pidiendo buenas
cosechas; que no hubiera epidemias, que las fuentes del río no se secaran y hubiese paz y
concordia. Luego se organizaba la procesión con los dos santos al frente, las danzas,
músicos y pueblo. Llevaban velas encendidas en las manos. Oraban a gritos. Algunos
lloraban; otros caían de rodillas al paso del cortejo… (…), las muchachas vestidas de fiesta
arrojaban flores desde las puertas y balcones. Las mujeres se cubrían la cabeza y los
hombres se turnaban para llevar a las imágenes en andas. La procesión caminaba con
paso lento, deteniéndose de vez en cuando.
“Al pasar frente a la parroquia –prosigue la novelista chilpancingueña– los dos santos
hacían una visita al Santísimo que lucía en su relicario de oro (…), sonaba el órgano, el
párroco con capa pluvial y el incensario en las manos entonaba el Tantum Ergum
Sacramentorum. Las Hijas de María cantaban con voz chillona. Luego se unían a la
procesión que seguía adelante, cerro arriba, hasta el barrio de San Mateo donde estaba la
capilla de su advocación. Allí seguían las fiestas por espacio de una semana”.
“¡Pero aquello pasó! Las Leyes de Reforma contuvieron el frenesí devoto. Sin embargo, la
costumbre ha sido más fuerte que todo. Se suprimieron los santos y en vez de ellos son
dos hombres disfrazados de tigres los que se encuentran en la orilla del río acompañados
por sus respectivas danzas y músicos, y emprenden descomunal pelea…”.
Cuando en Los días de ayer (1988) Félix J. López Romero da un repaso a las danzas de
las fiestas decembrinas de su infancia –los pasados años 30–, al referirse a los
Tlacololeros apunta: “El final feliz entre dos grupos, generalmente San Mateo y San
Francisco, culminaba con el porrazo de tigres que se efectuaba en alguna playita del río
Huacapa”. Rodrigo Vega Leyva (Voces y cantos del camino, 1984) ubica la playa: “El desfile
recorría varias calles y terminaba en una playa que estaba a la margen del río Huacapa
donde desemboca la calle Madero, allí se llevaba a cabo el famoso porrazo de tigres…”.
La gran cosa
Para 1939 la Feria de San Mateo ya era la gran cosa. Rubén Mora encontró una feria laica,
en la que las regiones ofrecían sus ganadería y productos artesanales: sarapes, machetes
ayutecos, sombreros de cinta, aretes de Taxco, lacas de Olinalá, además de jaripeos (“hay
toros de Mochitlán y novillos de Zumpango”), música (“Margarito Damián Vargas ¡pasa
tocando en las noches!”), paisajes y, en fin, todo tipo de motivos de orgullo de un estado de
Guerrero preponderantemente campirano. De ese Canto criollo de Rubén Mora le queda a
la Feria la aposición festiva de Feria de luz y alegría, ¡morena feria de amor!…
No sólo Mora ha cantado a la Feria de Chilpancingo. Muchos han elevado su ronco pecho
en festiva elegía al sur heroico, productivo y folclórico que se da cita en las ferias, a las que
por cierto, a través de Juegos Florales, los poetas populares acuden solícitos, a sellar con
sus arrebatos líricos estos emotivos ejercicios de identidad regional.
Oiga nomás lo que le escribió el bardo Manuel S. Leyva en 1961:

Jinetea tu gusto el “chile frito” / con líricos reparos en el viento, / el “porrazo de tigres” te
emborracha / y a diciembre le llamas San Mateo.
Chilpancingo de danzas y de fiambre / de palenque, de toros y rancheros, / de música y
“castillos” que nos brindan / pirotecnia en el alma y en los cielos…
Te subes a la “silla voladora” / por llevar tu alegría al firmamento / y le tiras al blanco de
artificio / por ganarte la feria como premio.
Tu Feria es cornucopia de ilusiones / y fiel teopancalaquis de tu suelo, / diadema de
canciones campesinas / y fiesta de domingo para el pueblo.