EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Para no cruzazulearla en serio

Juan García Costilla

Marzo 10, 2017

En la política casi nunca hay consensos, y menos en una democracia cuyo propósito es que prevalezca la voluntad de la mayoría, mientras que el consenso es “acuerdo o conformidad en algo de todas las personas que pertenecen a una colectividad”. Y es que sí, un poco de eso se trata, ¿o no? De discrepar, disentir, y opinar libremente sobre cualquier cosa relativa a la administración y dirección de las cosas públicas.
Pero digo un poco, porque de lo que realmente se debería tratar un sistema democrático es de compromisos políticos, de apoyar proyectos colectivos, de construir una convivencia sana, funcional, justa, armónica, útil.
¿O no por eso nos vendieron y les compramos el Xanadú democrático, la derrota del PRI-gobierno, el final del presidente omnipotente, el derrocamiento de la dicta-blanda? Porque estaríamos mejor, México sería un país más moderno, avanzado, próspero, con gobiernos eficientes, honrados, respetables, populares, comprometidos con los intereses y el bienestar de la mayoría, porque la idea colectiva de “pueblo” tendría forma, carácter e identidad, y los mexicanos seríamos más alegres y felices que nunca.
Ahora, dicho lo anterior y perdonando la impertinencia permisivos lectores, permítanme preguntarles: luego de tres lustros de alternancia electoral, ¿cómo la ven hasta ahora? ¿Cómo se sienten en este comienzo de 2017? ¿Están satisfechos con lo logrado?
Como que no mucho… ¿o sí?
Para empezar, porque todo lo relativo a las cosas públicas mexicanas parece hoy más complicado, incierto, conflictivo, explosivo y polarizado que ayer. Nadie nos advirtió que la vida en una democracia era tan difícil, que a veces la dicta-blanda se recordaría más sencilla, más simples las decisiones electorales, y más clara la diferencia entre la verdad y la mentira.
Ojalá sólo fuera una percepción personal de este escribidor y un puñado de lectores, pero me temo que hay más sustancia.
Según los resultados más recientes sobre bienestar ciudadano, elaborado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en una escala de valores del 1 al 10, los mexicanos califican con 5 el nivel de satisfacción con el país. Tan poco satisfechos estamos, que la calificación bajó 1.1 puntos respecto al año anterior.
El Inegi entrevistó a personas de 18 años y más en tres categorías básica divididas en 10 aspectos: “satisfacción con la vida en general y con aspectos específicos de la misma, o dominios de satisfacción; fortaleza anímica y sentido de vida, es decir, su grado de acuerdo con enunciados referidos al concepto de eudemonía” (palabra griega clásica traducida comúnmente como “felicidad”) “y balance afectivo, que explora la prevalencia de estados anímicos positivos o negativos en un momento de referencia”.
La buena noticia, extraña pero buena, es que los mexicanos nos sentimos mucho más satisfechos con nuestras relaciones personales, con 8.5 puntos en la misma escala. Específicamente, en cuanto a logros de vida y en cuestiones de salud, la satisfacción fue de 8.3, en nivel de vida de 7.9, en vecindario 7.8, en tiempo libre de 7.6, y en perspectivas a futuro, ¡8 puntos!
Por eso, a pesar de los insatisfactores antes mencionados, me quedo con el presente. Aunque en este momento que escribo y leen, las cosas se vean y sientan más complicadas que nunca. Aunque sea claro lo mucho que nos falta por aprender y hacer para convertirnos en una sociedad democrática de a de veras, funcional, útil.
Nomás por eso, a pesar de que no nos satisface la realidad del país, que de hecho nos desagrada, entristece, enoja, intimida y atemoriza, la mayoría parece conservar espíritu, esperanza, y ganas de cambiar vicios por virtudes. Porque después de tanto desencanto, sentirse bien en lo personal, familiar y vecinal, es buena, muy buena señal.
Porque si bien es cierto que en la política casi nunca hay consensos, y menos en una democracia, entre la mayoría de los mexicanos sí parece haber una idea común: el deseo de cambio.
El mundo vive un paradigma, y los signos de esos tiempos en México son evidentes. El cambio parece inminente, ineludible, urgente, aunque no sepamos exactamente cómo debe ser nuestro país cuando cambie, ni nos pongamos de acuerdo en quién debe dirigirlo. Pero confiemos en que encontraremos las respuestas, si asumimos el paradigma con más esperanza que con miedo.
Estoy convencido de que el primer reto es desengancharnos de la agenda y los intereses de los candidatos a la Presidencia y sus partidos. Ojalá y seamos capaces; aunque siendo francos, hasta ahora la sociedad civil parece caminar por la senda de siempre, dirigida por la retórica electoral de los que juran entender la voz ciudadana, de los que se asumen los únicos representantes del cambio.
El segundo reto no sólo consiste en elegir al candidato que más nos simpatice, sino exigir que quien sea electo presidente se comprometa con la construcción de un país distinto, mucho mejor que el de hoy, y representar por fin las demandas de su pueblo.
Sin embargo, el reto más difícil no termina ahí, de hecho, apenas comienza. El mayor desafío es aprender a vivir en una verdadera sociedad democrática; ergo, convertirnos en ciudadanos demócratas, con todo lo que significa e implica el título.
Nada sencillo, porque “educar para la ciudadanía democrática puede ser objetivo de las sociedades pluralistas, pero no para cualquier forma de organización democrática, sino la que entienda que el ejercicio de la autonomía personal y la formación dialógica de la voluntad son indispensables”, según el portal digital de la Fundación Universia, una entidad privada sin ánimo de lucro que promueve la educación superior inclusiva y el acceso al empleo cualificado de las personas con discapacidad en España.
En un apartado dedicado a la educación de ciudadanos demócratas, Universia sostiene que “para alcanzar tal meta parece necesario cultivar el capital humano (destrezas técnicas y conocimientos), el capital social (habilidades sociales) y la prudencia para desarrollar una vida buena. Pero no sólo eso, también un sentido de la justicia, ejercido en el marco del mutuo reconocimiento, en el marco de un diálogo no sólo lógico, sino también sentiente”.
Nada fácil, porque demandará chamba, esfuerzo, buena fe, compromiso, generosidad, confianza. Nomás chequen la lista de habilidades, destrezas y capacidades del perfil del ciudadano demócrata, según los estudiosos:
Capacidad de manejar y resolver conflictos de manera no violenta y a través de canales legales y legítimos.
Aprendizaje del servicio, la toma de conciencia de la sociedad civil, el compromiso comunitario y la responsabilidad cívica.
Disposiciones subjetivas y éticas como la autoestima, la autorregulación, la responsabilidad, la honestidad, la franqueza, el respeto, la confianza en los compañeros, la solidaridad, la primacía del bien común sobre el bien individual.
Habilidades para analizar la realidad, reflexionar sobre sí mismos, precisar lo que se quiere conseguir y resolver problemas complejos.
Saber participar a través de los canales y las formas legalmente establecidas.
Capacidades de argumentación, diálogo, escucha activa, construcción de consensos y toma de decisiones; y,
Desarrollo de la perspectiva del otro, la capacidad empática y el sentido de justicia como condiciones de la autonomía.
Ta’ duro, ¿no? Para nada es enchílame ésta, ¿o sí? Casi todo lo anterior se nos complica, nos cuesta mucho y se nos da muy poco.
Ya sé, la culpa es de nuestros pinches gobiernos que no educan ni ponen el ejemplo. ¿Cómo aprender a ser ciudadanos demócratas con tan malos maestros? ¿Cómo llenar semejante perfil, estando tan insatisfechos con el país y su gobierno?
Por fortuna, hay al menos dos buenas, muy buenas señales para confiar en que podemos: una, estamos razonablemente satisfechos en lo personal, familiar y vecinal; dos, hay suficiente consenso para el cambio.
Además, la razón para aprender es obvia, contundente: el sistema y sus políticos nunca cambiarán, si antes no cambia la sociedad civil, los gobiernos no serán democráticos, si no les enseña y obliga el pueblo.
Ni Andrés Manuel, ni Margarita, y ninguno de los candidatos que se acumulen en las boletas, podrán cumplir promesas de cambio, si la sociedad no demuestra que es capaz de cambiar, gane quien gane la elección.
El balón está en nuestra cancha. De nosotros depende no cruzazulear en serio.

[email protected]