Por las espaciosas avenidas de Nueva York y las lujosas tiendas de la famosa Quinta Avenida en Manhattan, inmigrantes mexicanos, entre ellos indígenas de La Montaña de Guerrero presumieron su fe a la morenita del Tepeyac el pasado 12 de diciembre y en una carrera de relevos llevaron hasta la majestuosa catedral de San Patricio … Continúa leyendo Plegarias por la justicia en Nueva York
Diciembre 18, 2007
Por las espaciosas avenidas de Nueva York y las lujosas tiendas de la famosa Quinta Avenida en Manhattan, inmigrantes
mexicanos, entre ellos indígenas de La Montaña de Guerrero presumieron su fe a la morenita del Tepeyac el pasado 12 de
diciembre y en una carrera de relevos llevaron hasta la majestuosa catedral de San Patricio la Antorcha Guadalupana que desde el
7 de octubre partió de la Basílica de Guadalupe y durante 57 días recogió en nueve entidades de la república mexicana,
bendiciones de madres, esposas e hijos que esperanzadas aguardan el regreso de sus familiares que no sólo se fueron en busca
de mejores condiciones de vida, sino que se mudaron con sus costumbres hasta ese lugar.
Si bien esta celebración es la más representativa de la comunidad mexicana que se emigró hacía la Ciudad de los Rascacielos, hay
otros homenajes más. Pero a pesar de que se realizan en menor escala, los vítores, oraciones, cantos y hasta aplausos, se viven y
escuchan con la misma intensidad y fervor. Uno de éstos es el Maratón Guadalupano que en conjunto con indígenas de Guerrero
y Puebla a iniciativa de éstos últimos organiza desde 1996 la iglesia de San Pablo, ubicada en Manhattan dentro de la zona
conocida como El Barrio y que habitan prioritariamente mexicanos. Esa actividad religiosa no se realiza el 12 de diciembre, ni
durante la víspera como ocurre en México, sino que escogen el primer domingo de cada mes de diciembre porque casi todos los
participantes tienen libre ese día. Con ello evitan el riesgo de perder su empleo como ha sucedido a varios indocumentados que
contra la voluntad de los patrones paraban sus labores para ir a agradecer a la Virgen de Guadalupe todos los favores otorgados.
Los guadalupanos de El Barrio entre los que se encontraban indígenas de Tlapa, Alcozauca, Metlátonoc, Xalpatláhuac y Atlixtac
entre otros, se citaron el domingo 9 de diciembre a las 6 de la mañana. En vehículos de voluntarios fueron trasladados hasta la
iglesia de la Virgen de Guadalupe localizada en la calle 44. Unas dos horas y media tardaron para regresar en carrera de relevos
con la Antorcha Guadalupana encendida. Todos vestidos con uniforme deportivo, otros agregaban a su atuendo una bandera
tricolor que prendían como capa sobre su espalda. En cada tramo, a cada paso, entre el helado frío y en medio de la ligera lluvia
que caía, así como ante la mirada curiosa de quienes se topaban en el trayecto, los casi 200 participantes no dejaban de corear
vítores a la Virgen de Guadalupe y a México.
Con los ojos bordeados por la nostalgia, cerca de las 11 de la mañana entraron a oír la misa en la iglesia de San Pablo, y en el
sermón el párroco advertía que la realidad católica en Estados Unidos es que la Virgen de Guadalupe se está extendiendo “como
plaga”. A la entrega de ofrendas que hicieron los inmigrantes, le siguió una procesión a la que se adhirieron ciudadanos
estadunidenses además de indocumentados afroamericanos y asiáticos. Al frente iba una cruz, banderas de países
latinoamericanos y una banda de música de viento. Volvieron los rezos y las miradas curiosas, aunque ya eran menos pues el
recorrido se hizo ahora dentro de El Barrio, ahí donde hay modestas tiendas departamentales y restaurantes de comida mexicana
en su mayoría. Un convivio con tamales, tacos de arroz con huevo y un festival de danzas aztecas anunciaron el fin de la
peregrinación.
A diferencia del año pasado, este 12 de diciembre, por primera vez en 10 años, la Corte Suprema de Nueva York permitió a la
comunidad católica –encabezada por la Asociación Tepeyac, organización que defiende los derechos de los inmigrantes latinos–
que cantara las nochecitas a la Virgen de Guadalupe dentro de la Catedral de San Patricio que se ubica en la Quinta Avenida, la vía
en la que proliferan tiendas de ropa de marca y de joyas preciosas. Sin embargo el permiso vencía a las 9:30 de la noche. A las
10, la iglesia estaba totalmente cerrada. Para las 11 de la noche, cientos de indocumentados esperaban afuera que alguien les
permitiera dejar sobre el altar el ramo de flores que compraron a la Morenita del Tepeyac y cantar las nochecitas a la Virgen de
Guadalupe como una hora antes había ocurrido en la Basílica de México. Pero nadie salió y nadie explicó que las puertas de esa
iglesia se abrirían hasta la mañana siguiente.
Justo a las 12 de la noche, mientras a unos metros los gringos se tomaban la foto del recuerdo frente a un enorme árbol de
Navidad y otros patinaban sobre la pista de hielo, una mujer delgada, de tez morena y bajita de estatura, originaria de Puebla,
prendió a su pecho un cuadro con la imagen de la Virgen de Guadalupe que llevaba a bendecir, se colocó frente a la entrada
principal de la catedral de San Patricio y con su esposo improvisadamente comenzaron a entonar las nochecitas. Minutos
después, eran ya unos 100 quienes ahora coreaban: “Desde el cielo una hermosa mañana…”. Todos siempre estuvieron vigilados
por unas cuatro patrullas de la policía neoyorkina.
La tensión y desconcierto continuó al siguiente día, esta vez por la llegada de la Antorcha Guadalupana (que recorrió municipios
del estado de México, Morelos, Guerrero, Puebla, Oaxaca, Tlaxcala, Veracruz y Tamaulipas en manos de familiares de
indocumentados), pues había el temor de que igual que en 2006 no permitieran su ingreso a La Gran Manzana, pues otra vez no
lograron que la Corte les permitiera cargarla por la Quinta Avenida, ni siquiera por la banqueta. El argumento es que no debe
haber una antorcha encendida en esa zona. Pese a esto y a que tanto la Antorcha como las imágenes de la Virgen de Guadalupe y
San Juan Diego entraron por una calle lateral, las porras y los vítores cimbraban los cristales de los altos y ostentosos edificios
que ahí fueron construidos y en donde las actividades seguían normal.
Pronto comenzó la homilía, ahí lo mismo había niños y mujeres vestidos de inditos, que guaruras de la catedral actuando como
si se tratara de cualquier acto oficial. Más tarde llovieron las plegarias, y todas coincidían en pedir una reforma migratoria justa.
Otros hablaban de mantener la dignidad y unidad como pueblo mexicano. Unos más pedían un alto al racismo y a la
discriminación, también había quienes como el director de la Asociación Tepeyac, Joel Magallán que sugirieron organizarse y
organizar a los hijos de inmigrantes que ahora son ciudadanos estadunidenses, para que se registren y voten en la elección
presidencial de 2008, pues aseguró que ellos son la clave para cambiar las cosas en ese país y garantizar que los derechos de los
inmigrantes sean respetados.
Una hora más tarde los indocumentados, las imágenes y la Antorcha salieron de la iglesia, nuevamente custodiados por la
policía, aunque ahora los corredores caminaron por una banqueta hasta llegar a un parque en donde dividirían el fuego. Cada
comité católico partió hacia su iglesia, cada mexicano nuevamente volvió a su departamento, para al siguiente día, otra vez,
regresar a las cocinas de los restaurantes, a las florerías, a las calles para entregar comida, a las fruterías, a las construcciones, a
seguir siendo inmigrante.