EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Rasgos del neorrealismo tropical

Federico Vite

Enero 30, 2024

 

(Primera de dos partes)

 

El sábado, por ejemplo, fue ideal para leer la realidad de Acapulco, para entender un poco nuestra inobjetable idiosincrasia. Podía leerse a este puerto con un entramado de novela, por supuesto, neorrealista, donde las verdaderas emociones de la gente no se matizan por los grandilocuentes discursos gubernamentales. Es una lectura pesimista, sin lugar a dudas, que nos recuerda que 90 días después de Otis la normalidad es algo más deplorable de lo que hubiéramos pensado y mucho más triste de lo enunciado en los discursos gubernamentales que todo lo maquillan y embellecen. Se veían filas inacabables en espera de despensas, ansiosos por enseres, desesperados por apoyos. Es el único trabajo: conseguir los apoyos. Una población que no llega al millón de habitantes se detiene por la dádiva, como si de verdad estuviera en la miseria, como si fuera imposible ir al supermercado, al mercado, como si no tuvieran dinero. No todas las personas formadas necesitan los apoyos. Muchas de ellas inmediatamente después de recibir la dádiva la anuncian en grupos de Facebook (uno muy famoso es “Adictas a las despensas”) o de Whatsapp, donde se ponen a la venta enseres, despensas y las cosas robadas durante los saqueos. Todo está tolerado, todo está permitido (se sabe que los extorsionadores van a las casas a pedir su moche a quienes hayan cobrado la ayuda gubernamental).
Puede entenderse este sistema de “apoyos” como una inyección a la economía local, como un recordatorio de que somos un puerto especializado en la dádiva y la capitalizamos muy bien. Esta dinámica es el santo y seña de nuestra tierra, porque no sólo, en casa, hacen esto, lo practican siempre con un buen desempeño actoral. Recuerdo una miserable anécdota relacionada con paisanos; pero es también un rasgo de abuso y, al mismo tiempo, la perfección de la dádiva.
En aquel tiempo yo vivía en Querétaro, no tenía muchos ingresos económicos; tampoco pasaba mucha hambre. A menudo hacía una comida al día y el resto de la alimentación consistía en galletas o pan dulce. Tuve la fortuna de recibir un premio por uno de mis cuentos y en varios periódicos de Acapulco se divulgó la noticia. Yo tenía contacto con mucha gente de acá (ahora, por razones incomprensibles, cada vez tengo menos vínculos amistosos con paisanos y muchos menos con colegas) y nos mandábamos largos emails. Recién publicadas las noticias sobre el premio llegaron las felicitaciones. Obviamente no tenía internet, vivía en un cuarto de azotea y la rentera solía cobrar la mensualidad en persona, así que cuando yo no tenía para la renta salía muy temprano y regresaba bastante tarde a casa. Así evitaba un encuentro desagradable, pero les decía que revisaba mis correos y leí uno, de una persona de Acapulco que ya no vivía en Acapulco, radicaba en la Ciudad de México, pero estaba muy contenta por mi premio. No tuve mucho contacto con ella, pero la ubicaba a la perfección (era una mujer joven, sin trabajo y la pasaba muy mal en Cdmx; dijo que comía sólo dos veces al día). Así que me felicitó efusivamente. Incluso me daba santo y seña de la lectura en voz alta donde nos conocimos y mencionaba a varios de mis amigos de aquella época. Fueron siendo cada vez más pesados los correos, es decir, cada vez hacía más evidente su ansiedad por el dinero. Y en el cuarto o quinto email decía que necesitaba dinero para regresar a Acapulco, y como éramos paisanos, necesitaba que yo la apoyara. Por el morbo que me propiciaban esas historias respondí que sí, que con todo gusto le daría dinero del premio una vez que lo cobrara, porque aún no sabía cuándo sería la ceremonia. Me respondió muy rápido. Dejó de fingir la prisa por el dinero y literalmente me indicó que podía esperar siempre y cuando le diera alguna fecha tentativa para el depósito. Así que di un mes de plazo y le pedí su número de cuenta. Lo hizo, estuvo al tanto del depósito, mandaba saludos cada semana. No volví a contestar. Se comunicó después para felicitarme por otro premio. Ya no hice caso. Pero no fue la única persona que se ha comportado así, es decir, no fue la única persona de Acapulco que al saber que uno recibía dinero de inmediato se comunicaba para pedir prestado, tal vez sólo por el hecho de ser acapulqueños se sentían con derecho para exigir ayuda. Cuando solía usar el Facebook (debido a las constantes fallas con la luz, a la escasa señal y al internet que por razones asombrosas se niega a funcionar bien después de tres meses del impacto de Otis) recibía solicitudes de amistad de personas que conocía de vista y a las primeras de cambio me pedían dinero; son de Acapulco y estaban en problemas, malas rachas, falta de trabajo, contingencias, enfermedades, etc. De alguna u otra manera eso se transformaba en una versión electrónica de estirar la mano para la dádiva. Pedían dinero a cambio de una mejoría personal, sin que les importara la situación del otro, el que se supone que tiene lo que el otro pide y, con la debida exigencia, debe ser solidario con los paisanos. Al fusionar aquellas anécdotas y compararlas con nuestra “normalidad” descubro un patrón: muchas personas se están aprovechando de una situación extraordinaria para sacar el máximo provecho personal y fingir, siempre fingir, una tragedia de proporciones superlativas. Con el molde de víctima se capitaliza la desgracia.
Acapulco no logra mantener una economía sana si no es con apoyos. Ofrecer esa cara de mendigo, ondear esa energía resulta contraproducente. La única forma de salir del estancamiento es el trabajo. No la ilusión que brindan los apoyos, sino el trabajo. Porque someternos al molde viejo de la hotelería, usted sabe, no va llevarnos a ninguna parte. Generará más pobreza, pero al gobierno no le importa. Trata de engañarnos con lo que puede y puede muy poco. Veamos neorrealísticamente nuestra casa. Y de esta lectura se concluye que venimos de crisis en crisis. Otis aceleró muchas cosas y obviamente la recuperación va para largo. Ver la ciudad así, tan volcada en la miseria, agranda la complejidad de nuestro sino. Un puerto en bancarrota, esa es la perspectiva que se tiene de este sitio. Si usted no lo cree, ¿en qué cree? ¿Que vamos a seguir viviendo de despensas? Lo que nos han enseñado algunos novelistas neorrealistas es contundente, como Giuseppe Tomasi di Lampedusa, autor de El gatopardo (1958), quien expone con solvencia y profundidad que muy de vez en cuando las cosas tienen que cambiar para que todo siga igual. Pero otro caso, sobre esa línea estética, es el de Alberto Moravia, en una serie de cuentos, justamente titulada Racconti romani (1954), el escritor detalla la forma de vida de los pobres en Roma, los apoyos que daba Benito Mussolini y analiza múltiples aspectos en los que la preponderancia era lo político por encima de lo económico y lo humano. Yo veo este Acapulco y pienso que algo ocultamos en esta fachada de la mendicidad. Uno de los trabajadores de la CFE que conectó la instalación de la calle Málaga y su entronque con la avenida López Mateos me decía algo que me causa suspicacia: Aquí hay mucho dinero, yo no sé porqué lloran tanto. Esa frase da motivos de reflexión a ultranza.