EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Redimir a los medios

Jesús Mendoza Zaragoza

Mayo 09, 2005

Ayer, domingo de la Ascensión, la Iglesia católica celebró la 39ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales con el tema Los medios de comunicación al servicio del entendimiento entre los pueblos, acompañado de un mensaje póstumo de Juan Pablo II, quien en el mes de febrero había enviado una Carta Apostólica a los responsables de las comunicaciones sociales, titulada El rápido desarrollo.

La reciente crisis política en la que el país se vio sumergido a partir del desafuero al jefe del Gobierno del Distrito Federal nos da cuenta de las potencialidades y de las ambigüedades del mundo de los medios de comunicación, que fueron, sin lugar a dudas, un factor del desarrollo de la crisis, a la vez que un factor de su solución. Sin la amplia difusión que los medios dieron al hecho no se habría dado una movilización social como la que tuvimos en días pasados como manifestación pública de inconformidad ante una injusticia y de un atentado contra la transición a la democracia en el país. En este sentido, los medios fueron un factor de solución y de entendimiento.

Pero por otro lado, no podemos ocultar que los medios, muchos medios, jugaron también el papel de factor de enfrentamiento, mediante el manejo distorsionado, doloso y tendencioso de la información. Es muy sabido que la comunicación no es neutra y que tras la línea editorial de cada medio y del manejo concreto de la comunicación, se dan rasgos de ideologías cerradas, de intereses económicos y políticos y del afán incontrolable de lucro y de poder. Los efectos de estos condicionamientos pueden ser devastadores.

Señalaba Juan Pablo II, en su mensaje escrito para la Jornada de ayer, que “los medios pueden enseñar a la gente a mirar a los miembros de otros grupos y naciones, ejerciendo una influencia sutil sobre si deben ser considerados como amigos o enemigos, aliados o potenciales adversarios. Cuando los demás son presentados en términos hostiles, se siembran semillas de conflicto que pueden fácilmente convertirse en violencia, guerra e, incluso, genocidio. En vez de construir la unidad y el entendimiento, los medios pueden ser usados para denigrar a los otros grupos sociales, étnicos y religiosos, fomentando el temor y el odio”.

Para que los medios asuman su “potencial enorme para promover la paz y construir puentes, rompiendo el círculo fatal de la violencia, la venganza y las agresiones sin fin”, necesitan ser redimidos. Todas las expresiones e instituciones humanas están expuestas a la ambigüedad de la condición humana, como dice la Carta de Santiago (3, 10): “De una misma boca proceden la bendición y la maldición”. Los medios, dueños de tantas y nobles potencialidades pueden convertirse en “armas destructivas” si se usan para alimentar injusticias y conflictos. Y, de hecho, en muchos casos tenemos que lamentar graves efectos destructivos cuando la información se vende al mejor postor, cuando se da el maridaje con el poder, cuando se manipula la información para hacer daño a personas o sectores sociales, cuando se abandona el interés público y se atienden intereses estrechos.

La redención de los medios, que tienen la palabra como su fundamental instrumento, la reciben en la medida en que acogen a la palabra, al verbo encarnado, como su paradigma. “En la historia de la salvación Cristo se nos ha presentado como “comunicador” del Padre: “Dios… en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” (Heb 1,2). “Él, Palabra eterna hecha carne, al comunicarse, manifiesta siempre respeto hacia aquellos que le escuchan, les enseña la comprensión de su situación y de sus necesidades, impulsa a la compasión por sus sufrimientos y a la firme resolución de decirles lo que tienen necesidad de escuchar, sin imposiciones ni compromisos, engaño o manipulación”, según el texto de Juan Pablo II. La Palabra originaria, Cristo, tiene la virtud de dar sentido a toda palabra humana que busca transmitir una verdad de manera humilde y respetuosa, transparente y eficaz. Los medios de comunicación tienen su sentido en la transmisión de aquellas palabras que sean capaces de describir los acontecimientos, de explicar sus causas y visualizar sus efectos, de estimular la esperanza y de poner las condiciones para                           generar y promover la justicia, la paz y el progreso en todo sentido. Además, Jesús enseña que la comunicación es un acto con una irreductible dimensión moral. “Os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el Día del Juicio. Porque por tus palabras serás declarado justo y por tus palabras serás condenado” (Mt 12,35-37).

La sociedad no puede prescindir de los medios, que se han convertido en instrumentos necesarios para el desarrollo, pero ella necesita medios tocados por el Misterio de la Verdad. La información y, más ampliamente, la comunicación tiene una dimensión espiritual, invisible e intangible que da sentido a la imagen y a la palabra, al texto y al discurso. Los medios tienen un efecto que trasciende el momento, la coyuntura y el acontecimiento, y marca a la persona y a la sociedad, ya con el sello del vacío, de la hojarasca, de la falacia y del desencanto o ya con el sello de la sustancia, el contenido consistente, el razonamiento y la esperanza. Después de todo, entre las verdades y las mentiras, las razones y los sofismas, la buena voluntad y la escoria que un medio transmite, lo que queda indeleble en la historia y en el corazón de un pueblo es su acercamiento a la verdad y su esfuerzo por la justicia. Lo demás, es basura.