EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Se vale soñar

Juan García Costilla

Febrero 19, 2005

Arturo Solís Heredia  

Como a los mexicanos hace cinco años, cuando Fox ganó la presidencia de la República, en estos días a los guerrerenses nos ha dado por soñar, soñar en un cambio. Se siente en el ánimo de la gente, casi se lee en los rostros de muchos… cambio. La derrota del PRI y las expectativas que ha despertado Zeferino Torreblanca en la mayoría y, en otros más, la inminencia de un gobierno estatal perredista, germinaron una esperanza colectiva que en sus sueños los ciudadanos bautizaron con el nombre de cambio.

La ensoñación es contagiosa, pero temo que su permanencia sea mucho más frágil de lo que deseamos. Independientemente de que el próximo gobierno legitime pronto, con acciones y actitudes, su triunfo electoral, el problema es que dudo mucho que exista una idea concreta y única de lo que los guerrerenses entendemos como cambio, que sepamos a ciencia cierta qué cosas deben cambiar, desde dónde debe arrancar y en qué momento dejar de soñar.

Hay claridad, sin duda, en algunos objetivos básicos: combate a la corrupción, menos impunidad, mayor eficiencia administrativa, justicia igualitaria, menos inseguridad, empleo, más ingreso, mejores niveles de salud, educación para todos, avanzar en la transparencia administrativa. Todas, demandas justas y posibles, aunque ninguna probable de manera inmediata. También hay claridad y consenso en otras, mucho menos viables: que desde el primer mes del gobierno zeferinista se sirva un pan en la mesa de todos, que se erradique la pobreza, al menos la extrema, que líderes populares y representativos sustituyan a los sumisos y mafiosos y el ejercicio pleno de la democracia en todos los niveles de nuestra vida pública.

Zeferino Torreblanca entiende su reto, por eso pide “paciencia, mas paciencia”. Con razón, nos recuerda un cartón publicado días después del triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en el Distrito Federal: una mano tamborileando sus dedos sobre la mesa, detrás de un texto impaciente que reclama: “Hace 40 minutos que ganó y no ha pasado nada”.

Aunque no lo diga, al menos de manera explícita, Zeferino tratará de aterrizar el vuelo de la conciencia colectiva, de interrumpir el dulce sueño de sus paisanos, para diluir un poco la presión de los primeros meses de su administración. Lo entiendo, y sé que muchos ciudadanos también, que la mayoría tendrá la paciencia que solicita para demostrar que está a la altura de las circunstancias que le tocó y buscó vivir.

Pero también debe entender que, en estos días, si a algo tienen derecho los guerrerenses es precisamente a soñar, a imaginar que un voto puede ser suficiente para renovar la esperanza. Se lo merecen, todos. Los que votaron por él, porque ejercieron con prudencia su fuerza en las urnas y asumieron la victoria con tranquila alegría, sin humillar al derrotado; los que lo hicieron por Héctor Astudillo, porque supieron perder con decoro y madurez; todos, porque demostramos civilidad y estatura democrática.

Y porque además, aquí entre nos, si se trata de soñar, Zeferino sabe que no hay realidad que ancle, ni pesimismo que despierte. Como le dijo un albañil a un amigo, cuando juntos discurrían qué haría cada uno en caso de ganarse 20 millones en el Melate. Mi parna, precavido y ahorrador, dijo que se compraría un Tsuru y una casita en Tixtla, le daría 100 mil pesos a cada uno de sus hermanos (cuatro) y el resto lo guardaría, para no despilfarrar. El albañil, con alegre y lúcido sarcasmo, lo remató de inmediato: “Arajo don Rafa, usted hasta pa’ soñar es pobre”.

El verdadero problema en este momento, repito, no es soñar ni dejar de hacerlo, sino evitar que ese desahogo onírico se reproduzca en infinidad de versiones, con múltiples escenarios, actores y argumentos, según los gustos y las circunstancias inmediatas de cada guerrerense soñador. La preocupación principal de Zeferino no debe ser bajarnos de la nube, sería muy difícil y peligroso contener tanto ánimo en tantos. Peor aún, sería un desperdicio lamentable, un derroche político desactivar un impulso tan anhelado por todo representante popular, pero casi siempre fuera de su alcance.

Mas allá de jaloneos, despilfarros, insultos, denuncias y acusaciones mutuas, el saldo pendiente de las campañas consiste en la ausencia de una oferta definida, específica, omisión de ambos candidatos pero relevante ahora sólo en el caso del ganador. Zeferino ganó por su prestigio, por carisma, por hartazgo social en contra del régimen imperante, por la fuerza del PRD en Guerrero. Pero no porque los electores prefirieran un proyecto por encima de otro, por la sencilla razón de que ni uno ni otro se definieron con claridad. Por eso, a los sueños de los guerrerenses nadie les marcó fronteras ni límites.

Mejor estrategia sería que el próximo gobernador propusiera un sueño colectivo, más realista y pragmático quizás, pero atractivo y convincente, capaz de detonar un respaldo social sin precedentes en nuestra historia política. En lugar de tratar de reprimir o desalentar nuestra capacidad y nuestro derecho a soñar, que mejor se afane Zeferino en la construcción de un proyecto común, que nos convenza de sustituir nuestros sueños privados por un interés colectivo, más terrestre pero más viable. Si lo logra, muy pocos le reclamarán habernos despertado.

 

 

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