EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Tres semanas de Kafka como amanuense de una muñeca

Federico Vite

Abril 18, 2023

 

Las entrañas de una novela suelen mostrar algunos aspectos de lo humano que no podrían ser detallados de otra forma más que como una estancia del edificio que contiene la vitalidad de un personaje. Por ejemplo, en The Brooklyn follies (Estados Unidos, Picador, 2006, 306 páginas), el escritor norteamericano Paul Auster detalla durante una conversación entre el protagonista de la novela, Nathan Glass, y su sobrino, Tom, acerca de Kafka. Pero no sobre la obra del narrador polaco. Tom, estudiante de literatura y especialista en Edgar Allan Poe, describe un hecho que podría manifestar el valor o la utilidad a la literatura. Aunque este hecho, cito a Tom, manifestaría que Kafka no sólo es un buen escritor sino un ser humano extraordinario. Esta es la historia de la buena voluntad: “Un año antes de su muerte, en 1923, Franz Kafka solía dar paseos por el parque Steglitz, en Berlín. Encontró a una niña llorando desconsolada porque había perdido su muñeca. Se ofreció a ayudarle, pero no tuvo resultados favorables. Se le ocurrió entonces decirle a la niña que la muñeca se había ido de viaje y le envió una carta, pero por error la dejó en la casa. Así que se dispuso a reunirse con la niña al día siguiente en el parque. Leyó la carta que él había escrito y se la entregó. “Por favor no me llores, he salido de viaje para ver el mundo. Te voy a escribir sobre mis aventuras”. Refiere Auster por voz de Tom que durante tres semanas, día con día, Kafka se empeñó en escribirle a la niña la historia de la muñeca que espontáneamente se le reveló como una viajera incansable. Kafka lee las cartas en voz alta y enfatiza que la muñeca la quiere y la extraña, pero el retorno de la muñeca se desdibuja cada vez más hasta considerarlo algo imposible. La muñeca se queda en un país lejano e informa que se ha hecho novia de un tipo con el que está a punto de casarse. En esa última misiva, la muñeca indica que durante mucho tiempo no podrá seguirle escribiendo, porque los preparativos para el casamiento le demandan mucho tiempo y será imposible hacerle llegar noticias. “Pero que ella nunca olvide cuánto la quiere y cuánto la extraña”. No sé a ustedes, pero a mí este gesto de erudición amistosa me parece algo que bien valdría la pena analizar. Es decir, alguien escribe para evitarle dolor a una infante. ¿Sirve la literatura como un calmante?
Visto de manera sencilla, Kafka, convertido en un amanuense de muñecas, logra que la niña pueda despedirse de su juguete atesorado sin que la separación fuera tan violenta. ¿Podemos confiar en la veracidad de esta anécdota? Tom confiesa que durante su trabajo en una librería estuvo leyendo todo sobre los escritores que admira y encontró que la compañera de Kafka, la actriz polaca Dora Diamant, daba fe y testimonio del hecho. Y expone: “Kafka va directo a casa a escribir la carta. Él se sienta en su escritorio, y como Dora le observa mientras escribe da cuenta de la misma seriedad y la tensión que él despliega cuando compone su trabajo. Él no está engañando a la niña. Esta es la real labor de la literatura, y él determinó hacer lo correcto. Si él puede venir con una bella y persuasiva mentira, eso podría suplantar la pérdida de la chica con una realidad diferente “o falsa, quizá, pero se trata de algo verdadero o creíble de acuerdo con las leyes de la ficción”.
La historia de la muñeca es real, pero no pasa de una anécdota que sirve para entender algunos usos de la literatura, porque la literatura adquiere un valor extraordinario en este caso, al utilizarse como palanca para destrabar los nudos de The Brooklyn follies. Pero no es una tesis, sobre todo, entendiendo la apuesta literaria de Franz, tan enrarecida por las relaciones humanas, casi gótica, existencialista y, sobre todo, burocrática. “Poco a poco, Kafka fue preparando a la niña para el momento en el que la muñeca desapareciera de su vida para siempre. Busca un final satisfactorio”, señala Tom. Obviamente la muñeca nunca vuelve al lado de la niña. Nunca se encontró a la pequeña, ni las cartas, pero “Dora afirmó que Franz se sentaba frente al escritorio a redactar las cartas de la muñeca viajera y lo hacía con la misma gravedad y la tensión con la que laboraba en su obra”. Es decir, Franz no menospreció esa tarea, por diminuta que fuera, ni le dio un rango menor a la faena de “curar” a una niña. Buscó ser verosímil, divertido y conciso. Es decir, hizo alarde de su estilo narrativo y su talento. “Pero el punto, por supuesto, no fue alargar la añoranza de la muñeca. Kafka dio a ella algo más en lugar de lo perdido y durante las tres semanas las cartas la curaron de la infelicidad. Ella tenía la historia y cuando una persona es lo suficientemente afortunada para vivir dentro de una historia, para vivir dentro de un mundo imaginario, los dolores de este mundo desaparecen. Mientras la historia continúa, la realidad no existe”, sentencia Tom.
¿Qué ilustra Paul Auster con esta breve historia? Como parte de la novela, esta conversación se realiza durante una viaje en carretera y ayuda a entender algo que no sale de la mente de quien lee The Brooklyn follies: “Siempre empezamos a contarnos una historia para entender qué es lo que nos está pasando”.
La anécdota de la muñeca también es un termómetro de la novela, sirve al lector para entender que el piso de The Brooklyn follies está plagado de historias que arrancan y se detienen, son intentos fallidos que muestran el estado emocional del narrador, quien se encuentra en completa confusión, una confusión nacida de la incapacidad para comprender la vida actual de un hombre maduro en el siglo XXI. Insisto, es un termómetro que colocado en la página 155 clarifica la apuesta escritural del señor Auster. Tanto en la literatura como en la vida, lo que habla realmente de nosotros son nuestros actos. Y de acuerdo con Auster, el hombre sólo puede actuar de verdad por golpe y gracia del azar.
Piense un poco, si usted encuentra en un parque a una niña que llora porque ha perdido su muñeca, ¿qué haría? Alguien que tomó en serio este ejercicio fue Jordi Sierra i Fabra. Escribió Kafka y la muñeca viajera (2006), aunque su búsqueda está completamente dedicada a ilustrar esa anécdota. Auster alecciona resignificando los hechos. Hace más grande una historia real dentro de una gran ficción.
*Como es habitual en este espacio, todo lo que escribo entre comillas es traducción mía.