EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Un proceso electoral más visceral que racional

Jesús Mendoza Zaragoza

Abril 22, 2024

Un proceso electoral de gran importancia se está desarrollando en México, en el que están en juego la Presidencia de la República, el Congreso de la Unión, varias gubernaturas, los congresos locales y las presidencias municipales. De esta elección dependerá, en gran parte, el futuro de nuestro país. Por ello, es fundamental y una gran responsabilidad política y social de todos los actores institucionales, nacionales y locales que este proceso tenga los mejores resultados que garanticen un paso adelante para la democracia y para el desarrollo del país.
Las campañas electorales son la oportunidad que tienen los candidatos y sus partidos políticos para presentar sus ideas, sus argumentos, sus propuestas y, aun, sus proyectos de nación, de manera que el electorado escuche, compare y razone las diferencias que estén plasmadas en la propaganda de los partidos políticos. Así, los ciudadanos tenemos la posibilidad de estar informados, de razonar y decidir el voto, de acuerdo con los criterios que cada quien considere necesarios.
Hay que reconocer que los partidos propagan sus ideas y sus propuestas de gobierno. Esto es un acierto. Pero, a la hora de la verdad, las ideas y los argumentos no suelen ser lo más contundente de las campañas, sino el tejido emocional de su discurso. Este tejido es muy legítimo porque es parte de la comunicación humana. El problema está en que entran en juego las descargas viscerales como la parte más destructiva y violenta del ser humano. Y así, entran en juego en los procesos electorales el discurso, las actitudes y las acciones que provienen del odio, del desprecio, del insulto, de la provocación, de las mentiras y falsedades. Y la violencia política se suma a las demás violencias que tenemos en el país.
Cuando la razón se apaga y las vísceras hablan, significa que suspendemos lo genuinamente humano y nos enfocamos en el monstruo que llevamos dentro. Le damos cuerda a lo peor de lo humano, esa parte que destruye todo lo que toca. Esta violencia de carácter político electoral tiene efectos destructivos para el país pues es parte de la violencia institucional y cultural que tanto daño está haciendo a México. A la par de las violencias de la delincuencia organizada que han estado generando y desarrollando una devastación social, esta violencia política y electoral produce desconfianza hacia las instituciones políticas.
El lenguaje visceral lo distorsiona todo. Mata la confianza y deteriora la unidad nacional, tan indispensables para afrontar los graves problemas que sufre la sociedad, tales como la inseguridad, las múltiples violencias, las desigualdades y la pobreza extrema. Distorsiona el lenguaje mismo que, en lugar de comunicar, desinforma, y en lugar de comunicar ideas y propuestas, siembra rencores que harán daño a las generaciones venideras. Hemos heredado un sistema político que contiene vicios ya muy conocidos que se sintetizan en la corrupción pública y en la impunidad.
Necesitamos transitar hacia una democracia civilizada, sustentada en el respeto de las diferencias y en la tolerancia a la pluralidad de opiniones y de corrientes políticas. No podemos pensar en una sociedad uniforme ni en una política facciosa. Es deseable una democracia en la que la búsqueda del poder se desarrolle a partir de relaciones sociales y políticas orientadas hacia la amistad social y la fraternidad. Es muy necesaria la rehabilitación de la política, superando polarizaciones tales como el individualismo, el inmediatismo y cualquier clase de exclusión.
De esta manera, las campañas electorales pueden tomar otro tono, otro estilo. Para que esto suceda, tenemos que recuperar la lucidez de la razón y del sentido común. La pasión es buena y necesaria, pero tiene que estar bajo el control de la razón o, al menos, tiene que haber un equilibrio entre lo pasional, sobre todo si es visceral, y lo racional. Si no hay control de lo visceral, se manifiesta una gran debilidad de la razón, de la misma actividad política y, por supuesto, de la democracia.