EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Un silencio enfermo y dañino

Jesús Mendoza Zaragoza

Octubre 30, 2017

En momentos críticos de nuestra historia contemporánea se ha dejado escuchar la voz sufriente de la sociedad mexicana. Con el movimiento zapatista chiapaneco se escucharon voces con mucha fuerza. Los indígenas del sureste gritaron fuerte y provocaron muchas voces en el país. El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad levantó la voz de las víctimas de las violencias del país, mientras que los jóvenes estudiantes levantaron su voz a través del movimiento YoSoy132 contra los desmanes del poder y de sus medios. Se escuchó la voz de las víctimas de Ayotzinapa que retumbó en el país y la voz de muchos se hizo escuchar ante los gasolinazos que el gobierno nos impuso.
Se escucharon fuertes todas estas voces, cada una en su tiempo, pero después ha regresado el silencio, de manera irremediable. Pero un silencio enfermo y dañino. Las voces y los gritos de inconformidad y de exigencia de cambios se han estrellado siempre contra un sistema político sordo y refractario. Y han terminado por ceder ante la poderosa maquinaria que mantiene el control del país. Ya lo decía antes, se trata de un silencio enfermo, un silencio que tiene detrás historias tejidas de impotencia, miedo e indiferencia. Muchas familias y pueblos asumen el silencio como una estrategia de supervivencia y de resistencia y prefieren callar a morir, donde hablar significa un riesgo. Conozco pueblos que se sienten obligados a callar disimulando sus penas y replegándose en sus silencios.
¿De dónde viene tanto silencio? ¿Por qué los pueblos y muchas víctimas deciden callar? ¿Por qué atraen el desprecio de las vanguardias de la lucha social que no soportan este silencio de las mayorías, sobre todo del lumpen, de esa fuerza no organizada y pasiva? ¿Por qué no se atreven a hablar y a gritar? Conviene hacernos estas preguntas y buscar una respuesta. Es preciso escuchar ese silencio y comprenderlo. Tantas veces nos quejamos de la pasividad y del conformismo de la gente, de esa maldita resignación que permite los abusos de los poderosos, ya sean empresarios, narcotraficantes o gobernantes. ¿Cómo explicar ese silencio, que sigue haciendo tanto daño? Creo que podemos indicar algunos factores.
El primero apunta a una experiencia de impotencia de las personas, de las familias y de las comunidades. Mirando el inmenso desafío que significa dar salida al sufrimiento que se acumula, enfrentando sus causas. La gente se experimenta tan frágil y tan vulnerable, tanto que ni si quiera se atreve a intentar algo, ni a alzar su voz ni a gritar ni a moverse. Percibe que no tiene caso porque se siente derrotada de antemano. Hay que conocer el historial de derrotas que ha tenido que sufrir para, al menos, sobrevivir. La gente no cree tener la potencialidad necesaria para que una lucha valga la pena. No cree ni en su voz ni en su fuerza y prefiere aislarse en su “área segura”, deslizándose hacia la fragmentación comunitaria y social. A final de cuentas, la impotencia que experimenta aconseja que la mejor alternativa es enmudecer y guardarse el sufrimiento y la inconformidad.
Otro factor de este sordo silencio es el miedo. Muchos miles de víctimas, de la pobreza y de la violencia, han decidido callar. Prefieren seguir padeciendo sus postraciones. Esta es la postura más cómoda que logran tomar. Pero también, la más segura para su supervivencia. Entre morir y sobrevivir eligen sobrevivir. Pero es como si estuvieran muriendo. El miedo cierra todos los horizontes y fustiga a buscar refugio en el aislamiento. Es que la experiencia de ser o de vivir amenazado no es trivial. Vivir al borde de la muerte por una amenaza es insoportable. Y el miedo aconseja esconderse y callar. No hay posibilidad alguna para un reclamo ni para intentar detener la amenaza.
A punta de impotencias y de miedos se va cocinando la indiferencia como actitud consciente o inconsciente pero muy bien definida. El silencio de la indiferencia es el peor, porque se renuncia a un futuro mejor y a vivir con la dignidad en alto. La indiferencia es el aposento cómodo y libre de amenazas que se construye para sobrevivir al margen de la humanidad y de la comunidad. En este mundo se cultiva la insensibilidad ante el sufrimiento de los demás y el desprecio por cualquier forma de solidaridad o de servicio al prójimo. La indiferencia somete a la gente a un letargo y a la muerte del espíritu. ¿Para qué pensar, para qué hablar, para qué actuar? La indiferencia aconseja callar para convertirse en espectadores que no se embarran con el lodo del dolor. Es una manera de huir de la realidad y de vivir defendiéndose de sus amenazas.
Somos una sociedad enferma, que no alienta a sus miembros a pronunciar su voz. Una sociedad que, en ocasiones, grita y grita fuerte. Con gritos desarticulados que solamente liberan algo de dolor pero no construyen alternativas. Somos una sociedad compuesta de mayorías silenciosas que necesitan ser ayudadas a creer en ellas mismas y a pronunciar sus voces, a manifestar inconformidades y a gritar solidaridades.
Ese silencio nos está haciendo mucho daño. Un silencio compuesto de impotencia, miedo e indiferencia. Hay que tocar estos factores si queremos ser una sociedad sana ¿cómo hacerlo? En primer lugar, hay que entender esta enfermedad con diagnósticos más certeros para ir haciendo caminos de curación. Y comenzar con experiencias sanadoras para que la gente crea en sí misma, en su voz y en su lucha.