EL-SUR

Sábado 14 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Una oración en tiempos de coronavirus

Jesús Mendoza Zaragoza

Marzo 30, 2020

Sólo en Navidad y en Pascua, el Papa imparte la bendición “Urbi et orbi” (a la ciudad –Roma– y al mundo). Este viernes pasado, Francisco impartió dicha bendición en el contexto de la propagación global del coronavirus, acompañada de una meditación y una oración inspirada en el texto evangélico de la tempestad que amenaza la barca de sus discípulos (Marcos 4, 35-41). Esta bendición se dio en un clima desolador e incierto para Italia y para otros países europeos y ahora amenaza con expandirse en América y en el resto del mundo.
Durante esa bendición, tuvo Francisco varias expresiones que pueden ayudar a trazar una especie de diagnóstico del panorama mundial y que invitan a buscar caminos de salida. Una expresión del Papa es la de que “nadie se salva solo”. O nos salvamos juntos o perecemos juntos. Alude a la necesidad de Jesucristo como Salvador, pero también al hecho decisivo de que de nada sirven los esfuerzos individuales si no hay una cultura solidaria, tanto en el ámbito global como en los ámbitos de la sociedad y de la familia. El individualismo que hemos dejado crecer en la sociedad está mostrando su grave fragilidad. Sin una actitud solidaria, cualquier persona que no cumple con las medidas de prevención corre el riesgo de ser contagiada y de convertirse en factor de contagio en la comunidad. Ese individualismo ha impregnado la economía y la política, también la cultura y ahora está mostrando su peso como factor de daños.
Como respuesta a ese individualismo, Francisco afirma que “no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”. Cuánta falta nos hace la cultura de la solidaridad, que nos haga capaces de afrontar las emergencias y de reconstruir la sociedad con condiciones de justicia y de igualdad. Ese individualismo de Occidente está mostrando su letalidad. Tal parece que los países orientales están mejor equipados con actitudes de solidaridad y de disciplina social.
Una alusión a la fragilidad de nuestros sistemas de vida e instituciones es señalada con precisión: “La tempestad (de la pandemia) desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades”. Esos presuntuosos modelos de economía capitalista y esas frágiles maneras de edificar los Estados nacionales y esa precaria forma de sostener el orden internacional, han resultado vulnerables e ineficientes. La seguridad social tiene sus límites, nuestras democracias padecen tantos límites que ahora se están mostrando. Es una paradoja el hecho de que los países más poderosos y arrogantes sean quienes nos han arrojado de la epidemia hacia la pandemia. Los esquemas de seguridad que no se construyen a la medida de la humanidad y a la medida de cada persona, tarde o temprano se derrumban.
Como para mirar esta fragilidad con ojos de responsabilidad, Francisco afirma que “hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”. ¿Cómo vamos a vivir sanos cuando los criterios económicos, a la hora de tomar decisiones trascendentales son los centrales, aún en este momento? Siguen hablando de crecimiento, de inversiones, de sostener la economía como lo prioritario y no se han dado cuenta de la importancia de la salud pública. Nos preocupa más la economía que la salud y vivimos con un grave desorden humano.
En este momento, tiene un gran sentido esa expresión atribuida al Dalai Lama: “Lo que me sorprende más es el mismo ser humano. Porque sacrifica su salud para poder ganar dinero. Y luego sacrifica su dinero para poder recuperar su salud. Y luego está tan ansioso sobre su futuro que no disfruta del presente; el resultado es que no vive en el presente ni en el futuro; vive como si nunca fuera a morir y muere como si nunca hubiera vivido”. Es imprescindible que volvamos a ser razonables y que abandonemos las contradicciones que nosotros hemos fabricado para seguir siendo egoístas y materialistas.
Una última expresión de la meditación de Francisco el viernes pasado se refiere al reconocimiento de un hecho: La pandemia “dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”. Las fronteras políticas son necesarias, pero no son absolutas. Tienen que estar abiertas a partir del principio de que somos una gran familia. Lo que les pasó a los chinos desde hace meses, nos está afectando ahora a todos. El coronavirus no respetó fronteras, simplemente porque nuestro planeta es uno. Todos nos pertenecemos, sin importar nacionalidades, ni filiaciones políticas o diferencias económicas.
Lo mismo hay que decir en relación al Planeta mismo. Es nuestra casa común, ha insistido Francisco. El cuidado de la naturaleza, el volver a reconstruir una relación verdaderamente humana con ella, deberían ser prioritarios para todos. Esta pandemia debería hacernos razonar para que aprendamos estas y muchas más lecciones. Podemos escuchar su mensaje y reorganizar el mundo, desde el ámbito micro que está en la familia y en las comunidades hasta los ámbitos macros ubicados en las relaciones internacionales y globales. Asimismo, es conveniente reconocer las fortalezas que se manifiesten en este tiempo para mantenerlas y reforzarlas. Así, o más claro.