EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Usted no atisba una literatura con sobrepeso?

Federico Vite

Abril 26, 2022

 

 

La manada de biografías y autoficciones, y sus mixturas, que les dio por publicar a los editores hispanoamericanos en años recientes podría fácilmente catalogarse en la literatura del ego y para entender este hecho habría que plantearse la validez estilística de la ficción y la no ficción en un mercado que literalmente vende lo que sea, desde los diarios íntimos de los enfermos de covid hasta obras póstumas e inacabadas de algunos autores, sin dejar de mencionar, claro está, a los autores que ejercitaron su vena ensayista pero terminaron haciendo reseñas, recomendaciones bibliográficas o históricas ante la incapacidad para erguir la viga maestra de un ensayo hecho y derecho, un ejercicio riguroso del pensamiento lúcido, digamos. Como decía, se trata de un mercado que vende lo que sea porque tantea los gustos de una sociedad adicta. Es decir, se compran esos libros porque refieren gustos de clase media. Pero al leer los cintillos de publicidad que promocionan estos documentos con adjetivos estridentes (transgresor, audaz, interesante, valiente, reflexivo), uno ya no sabe exactamente dónde está lo literario, si en la vida del autor o en la obra, pero hablando de la obra uno puede concluir que estos textos fueron escritos bajo el sometimiento de lo real: los hechos vividos.
Estos libros dan la impresión de no estar muy relacionados con lo literario, aunque obviamente eso ya no se sabe muy bien qué es; de hecho, lo literario puede encontrarse incluso en un directorio telefónico, como bien dicen algunos dramaturgos finiseculares.
En los textos que conforman la manada que nutre la literatura del ego encontramos sesudas discusiones vitales que se analizan diestramente con desplazamientos narrativos de ceño doctoral. Analizan la vida como académicos. Es decir, esos autores se amparan en escritores reconocidos para iniciar el vuelo de sus textos. Usan la glosa y la paráfrasis como un motor inagotable para llenar páginas y páginas. Conviene entonces pensar un poco acerca de la no ficción, pensarla como una forma de complementar los alcances críticos de la ficción. “Las ventajas innegables de una vida mundana como la de Truman Capote no deben hacernos olvidar que una proposición, por no ser ficticia, no es automáticamente verdadera”, asevera el gran Juan José Saer en el libro El concepto de la ficción (Argentina, Planeta, 1997, 300 páginas), especialmente en el ensayo homónimo, y agrega: “Podemos por lo tanto afirmar que la verdad no es necesariamente lo contrario de la ficción, y que cuando optamos por la práctica de la ficción no lo hacemos con el propósito turbio de tergiversar la verdad. En cuanto a la dependencia jerárquica entre la verdad y la ficción, según la cual la primera poseería una positividad mayor que la segunda, es desde luego, en el plano que nos interesa, una mera fantasía moral”.
Estas aseveraciones no hacen más que gritarnos un hecho que puede ayudarnos a entender el porqué hay tanta literatura del ego. ¿Cómo fue que los autores de esos libros aceptaron la subordinación de la realidad y evitaron que la ficción lograra salirse de los hechos que contienen la vida? Saer sugiere una respuesta: “Aun con la mejor buena voluntad, atribuyendo a la verdad el campo de la realidad objetiva y a la ficción la dudosa expresión de lo subjetivo, persistirá siempre el problema principal, es decir, la indeterminación de que sufren no la ficción subjetiva, relegada la terreno de lo inútil y caprichoso, sino la supuesta verdad objetiva y los géneros que pretenden representarla”. Tomo como basamento este párrafo, sin perder de vista el núcleo del artículo, y reformulo la pregunta, ¿qué pasa cuando un autor, de esos ansiosos por tener los reflectores sobre sí mismos, entienden que la invitación a ser “famosos” con un libro es gracias a la revelación de pensamientos oscuros vertidos en las páginas (acogidas por una editorial de alto impacto publicitario mediante la utilización de un agente literario)? Técnicamente pasan muy pocas cosas, pero temáticamente es rico el asunto. Detecto, por ejemplo, el síntoma de una literatura obesa, saturada de libros chatarra que, al mismo tiempo, describen un Continente Literario exclusivo. Ejemplifico: Sólo pueden contar su vida los autores que ya han publicado en ligas mayores, no importa si el resultado es literario o publicitario. Ese Continente Literario no permite el ingreso a los autores sin padrinazgos ni referencias parentales. Resulta pues una literatura que no puede ni respirar debido al sobrepeso del ego. ¿Por qué una sociedad como la nuestra apetece estas anécdotas y ocurrencias existenciales de los mismos? Saer sugiere: “Puesto que autobiografía, biografía, y todo lo que puede entrar en la categoría de non-fiction, la multitud de géneros que vuelven la espalda a la ficción, han decidido representar la supuesta verdad objetiva, son ellos quienes deben suministrar las pruebas de su eficacia. Esta obligación no es fácil de cumplir: todo lo que es verificable en este tipo de relatos es en general anecdótico y secundario, pero la credibilidad del relato y su razón de ser peligran si el autor abandona el plano de lo verificable”. Como no es verificable el análisis de esas andanzas, ¿qué sentido tiene escribirlo como autoficción, biografía, y sus mixturas, para encumbrarse en el ego? Tal vez esta manada de libros nos ayudan a focalizar un hecho mayor: la ficción no reivindica lo fake. La ficción daña la actitud sumisa del autor con la realidad. “Aunque aquellas ficciones que incorporan lo falso de un modo deliberado –fuentes falsas, atribuciones falsas, confusión de datos históricos con datos imaginarios, etcétera–, lo hacen para no confundir al lector, sino para señalar el carácter doble de la ficción, que mezcla, de un modo inevitable, lo empírico y lo imaginario. Esa mezcla, ostentada sólo en cierto tipo de ficciones hasta convertirse en un aspecto determinante de su organización.[…] La paradoja propia de la ficción reside en que, si recurre a lo falso, lo hace para aumentar su credibilidad. La masa fangosa de lo empírico y de lo imaginario, que en otros tiene la ilusión de fraccionar a piacere en rebanadas de verdad y falsedad, no le deja, al autor de ficciones, más que una posibilidad: sumergirse en ella”. Pero no olvidemos, como dice Saer, que la ficción no solicita ser creída en tanto que verdad, sino en tanto que ficción. Es decir, la ficción sirve para obtener pequeñas dosis de conocimiento.
Y someter la literatura –para efectos prácticos hablemos de lo escrito en un volumen que se vende como libro– a los hechos, me parece un ejercicio de repeticiones, un acto sin libertad, quizá la mayor rareza, que deriva en un artefacto útil (en el sentido más práctico) que no nubla lo pasado sino que lo abrillanta y lo pule. Pero los escritores que se pierden en los humos de la fama y la moda convierten esos textos en productos de novedad. La literatura del ego recurre a los artefactos literarios para obtener un reflejo engrandecido del autor. Tal vez a eso se debe que tenemos muchísimos escritores, pero bien poca literatura.