EL-SUR

Sábado 07 de Septiembre de 2024

Guerrero, México

Opinión

Ya habían descrito este mundo mecatrónico en el que vivimos

Federico Vite

Mayo 02, 2023

El estadunidense Don DeLillo publicó hace 38 años White noise (Estados Unidos, Viking Press, 1985, 326 páginas). El 21 de enero del 85, para muchos especialistas de la literatura anglosajona, nació una gran novela estadunidense. En español se tituló Ruido de fondo. DeLillo se consideró, después de ese libro, como “el chamán de la ficción paranoica”. Pareciera impensable para un lector que está imbuido en las novedades temáticas de las proposiciones editoriales actuales, tan interesadas en la literatura de género, la violencia y la política. ¿Cómo encarar una narración fragmentada en tono paródico y repleta de temores tanto vitales, como históricos y ecológicos? Veamos.
El protagonista, Jack Gladney, es un experto en Hitler. Él y Babette, su esposa, padecen fobia a la muerte. El temor más grande de ella es que él fallezca primero. La novela está escrita en primera persona desde el punto de vista de Jack. Esta perspectiva le da al lector la posibilidad de conocer los pensamientos y los sentimientos del protagonista, meras contradicciones constantes y potentes. La mayor parte de la novela está entramada por diálogos y por las interpretaciones que Jack hace de todas esas charlas. DeLillo logra que su personaje diserte hasta alcanzar tintes filosóficos sobre la actualidad y el consumismo. En especial, sobre las fachadas de la vida moderna, la fertilidad de los miedos, el caldo de cultivo mayor de nuestra era. Nuestro tótem: el temor. Los diálogos clarifican información que poco a poco acendra los hechos de la novela.
Jack vive en una pequeña ciudad, Blacksmith, con Babette, su cuarta esposa, y los hijos que ambos han tenido de anteriores matrimonios. Esta pareja está marcada por el consumismo y el miedo a la muerte; los Gladney tratan de llevar una vida familiar tranquila cuando un terrible accidente industrial provoca un “evento tóxico en la atmósfera”, una nube inflamada de gases letales que amenaza a la ciudad. DeLillo capta toda la extrañeza de la existencia humana en el mundo contemporáneo. No sólo hablo del mundo de 1985, sino del actual (piense un poco en el caos que propicia la central termoeléctrica de Petacalco, por ejemplo).
La nube tóxica es apremiante y un símbolo de todo eso que rodea a la pareja. Los Gladney, sobre todo, saben que el murmullo incesante del televisor, las transmisiones de radio, las sirenas, las ondas ultrasónicas y electrónicas, todas esas señales omnipresentes que nos hechizan y nos paralizan son el ruido de fondo. Esta fuerza contextualiza una historia sobre el miedo, la muerte y la tecnología.
Para DeLillo, White noise es una comedia, pero para el lector común, un libro raro que no permite una risotada, porque todo el tiempo ancla ese humor a una inminente tragedia. Como si el estira y afloja del texto fuera esa tensión entre el humor agridulce que precede una catástrofe.
White noise abarca un año en la vida de Jack, profesor de College-on-the-Hill, quien se ha hecho un nombre al ser pionero en el campo de los estudios de Hitler (aunque no ha tomado lecciones de alemán y sabe poco de ese idioma, pero durante este año inicia algunas clases y logra pronunciar una que otra palabra correctamente; en esencia, finge que sabe alemán). Ha estado casado cinco veces y tiene varios hijos e hijastros: Heinrich, Denise, Steffie, Wilder.
La primera parte de White noise, llamada Waves and radiation, es una crónica de la vida familiar contemporánea, combinada con la sátira académica.
La segunda parte de la novela, The airbone toxic event, describe un accidente de trenes que deviene en un derrame químico. Literalmente una nube negra y nociva circunda la ciudad, lo que provoca una evacuación masiva. Asustado por su exposición a la toxina Nyodene, Jack se ve obligado a enfrentar su temor a la muerte.
En la tercera parte del libro, Dylarama, Jack descubre que Babette lo engaña con un hombre al que llama Sr. Gray, quien le proporciona una droga ficticia llamada Dylar, un tratamiento experimental para aliviar el terror a la muerte. Jack busca obtener su propio suministro de Dylar en el mercado negro. Sin embargo, Dylar no funciona para Babette y tiene posibles efectos secundarios, incluida la incapacidad de “distinguir las palabras de las cosas”. Jack, durante una discusión sobre la muerte, Murray, padre de Babette, sugiere que matar a alguien podría aliviar el miedo a la muerte. Jack decide localizar y asesinar al Sr. Gray, cuyo verdadero nombre, según ha descubierto, es Willie Mink. Después de una escena de comedia negra de Jack conduciendo e ideando varias formas en las que podría proceder, localiza y dispara con éxito a Willie, quien en ese momento se encuentra en un estado delirante causado por su adicción al producto Dylar. Jack pone el arma en la mano de Willie para que el asesinato parezca un suicidio, pero hay una serie de hechos cómicos que terminan por echar a peder el proyecto. Así que Jack lleva a Willie a un hospital dirigido por monjas alemanas que no creen en Dios ni en el más allá. Regresa a casa, cansado, para ver dormir a sus hijos.
La resolución es sumamente atractiva. Una multitud se congrega para ver la puesta de sol –matizada por el evento tóxico en el aire– y la experiencia es extraordinaria; la escena culmina con el balsámico trajín de un supermercado y hace memorable el cierre de la novela fragmentada, sin una línea de tiempo aristotélica, cuya virtud es la de sugerir la contemporaneidad sucia, enferma y caníbal. La novela se convierte en una meditación sobre el miedo a la muerte de la sociedad moderna y la obsesión de los humanos por encontrar curaciones químicas para remediar todo mal.
Evidentemente posmoderno, White noise es un libro seminal que bien podría convivir con Brave new world, de Aldous Huxley, publicado en 1932. Es también una historia distópica que anticipa el desarrollo de la tecnología reproductiva, el avance en los cultivos humanos y, sobre todo, el desarrollo de la hipnopedia (proceso de aprendizaje a través del sueño); pero esencialmente destaca el manejo de las emociones por medio de drogas.
White noise no envejece; de hecho, se fortalece con el paso del tiempo. Sin duda alguna, se entendería mejor ahora y tal vez debido a eso recientemente se presentó la película homónima, cuyo director, Noah Baumbach, fortalece lo que hace 38 años dejó bien claro DeLillo y fue enfático en alumbrar nuestra penumbra con un poco de sabiduría, porque por más feas que estén las cosas, queda esta sentencia cincelada en el alba para no desfallecer ante el advenimiento del cretinismo: “Fuera de alguna sensación ruin a gran escala, nosotros seguimos inventando la esperanza”. Esa quizá sea nuestra única misión.