EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Cultura  

Critica el protagonista de Pájaros de verano al neoliberalismo que quiere capitalizar el arte

Esta es la historia de Jhon Narváez, actor colombiano, hijo de la amurallada Cartagena, donde los artistas también son, como él, gestores culturales, vecinos del barrio, testigos de la violencia. Y a veces, superhéroes

Mayo 09, 2020

Jhon Narváez, actor colombiano, entrevistado por El Sur en Cartagena.Foto: Rafael Bossio

Tatiana Maillard / Especial para El Sur *

Cartagena de Indias

En la sofocante y húmeda mañana, el actor Jhon Narváez se desplaza por las calles de Cartagena repartiendo besos y abrazos, chocando manos e intercambiando sonrisas.
La gente lo conoce. Lo ha visto en mercados y plazas. En el gentrificado barrio de Getsemaní, o en la última manifestación en contra del presidente Iván Duque, en la zona playera de Bocagrande.
También es común verlo en el campus de su alma mater, la Universidad de Cartagena, donde estudió la carrera de Literatura y cuyas paredes exhiben amplias pintas en contra de Édgar Parra, director de la institución. Son tiempos de descontento: desde el espacio de la universidad pública, donde los estudiantes exigen la renuncia del rector, hasta alcanzar a todo un país, donde las movilizaciones y paros nacionales se multiplicaron a fines del año pasado.
En contraparte, Jhon es todo amor. Donde sea que se encuentre, repite el mismo ritual: unos cuantos apretones de manos por aquí, otras palmaditas por acá e invariablemente su cuerpo se fusiona en un abrazo con el de su interlocutor. Las exclamaciones sobran: “Hey”, “Ho”, “¿Qué más?”, “¡Qué sorpresa!”, “Te quiero mucho”…
En México, el nombre Jhon Narváez no dice mucho. Pero si se menciona la película Pájaros de verano, bueno, eso cambia todo.
El filme de los directores Cristina Gallegos y Ciro Guerra, que narra los primeros años del narcotráfico en Colombia a través de la historia de una familia wayuú pionera en el negocio, recibió elogios de crítica y público con una euforia poco habitual.
Moisés, el personaje interpretado por Jhon, detonador de la historia, es el mejor amigo del protagonista, un negro pícaro y cínico cuya personalidad comienza a torcerse aceleradamente.
–¿De verdad la vio mucha gente? –pregunta Jhon con el abanico de los dientes desplegado sobre su rostro.
–Sí. Le fue bien.
–Oooh –exclama.
No lo dice, pero la sonrisa delata que le complace pensar que, a más de 2 mil 700 kilómetros de Cartagena, en una ciudad con un acento distinto, en un país que también ha sido lastimado por la violencia del crimen organizado, su rostro se multiplicó en las pantallas de salas comerciales y de arte.
–Hay una cosa muy triste, y es que el actor muchas veces tiene que aceptar el papel que le proponen. Es triste, porque sabes que hay muchos estereotipos sobre las personas negras. Pero en el caso de esta película, hay conciencia. Cristina y Ciro saben que un cineasta tiene el poder de retratar a los otros. Lo que ves en la pantalla no sólo te representa, sino que te reconstruye. Y como espectador, es una manera de concebir la realidad.
La presencia de Jhon en el cine es reciente. Pájaros del verano es su primera película, comenzó a filmarla en 2017. Un año antes Narváez había participado en la teleserie Déjala morir. Y antes de eso, nada.
Nada que tuviera que ver con la actuación. Lo más cercano a la fama había sido su participación en un programa juvenil en el año 2000, donde Jhon presentaba videos musicales.
En cambio, el reconocimiento de su rostro cuando deambula por las calles de Cartagena es constante, porque desde que volvió a la ciudad, hace una década, Jhon ha trabajado como gestor cultural e impulsor de proyectos que tienen lugar en los espacios públicos y en donde se involucra a la comunidad.
“Cartagena es la ciudad más culta, ¿me entiendes?”, dice Jhon con un tono de voz suave y ronco, mucho más suave que el que usó para interpretar a Moisés, el joven que inicia a Rafael, protagonista de Pájaros de verano, en la venta de pacas de mariguana a los gringos.
“Somos gente con muchísimo talento: hay músicos, sobre todo músicos. Pero también hay danza, teatro… La ciudad vibra con nosotros”.
Pero como ocurre en México, el artista se enfrenta a estructuras que dificultan vivir del trabajo propio. Si aquí son frecuentes las protestas ante un aparato de cultura gubernamental que aplaza los pagos hasta niveles insostenibles para los creadores, en Colombia se impulsa una política gubernamental conocida como “la economía naranja”, que en la teoría debería impulsar a la cultura como una industria generadora de inversiones extranjeras y salarios justos, pero que en la práctica “¡es una farsa!”.
El actor ríe. “La economía naranja es la bandera del gobierno de Duque. A todo le han puesto ese apellido. No necesitas ser un genio para saber que la cultura genera capital, pero el artista no sólo piensa en vender lo que hace, también quiere expresarse. El neoliberalismo, en cambio, quiere capitalizar todo lo que sea capitalizable, mientras que los artistas en Colombia viven en pésimas condiciones y resisten. Hay algo poético en esa resistencia… que ya no es tan romántico cuando no tienes con qué vivir”.
Jhon ha buscado vibrar al ritmo cultural que envuelve a Cartagena. Hace 11 años volvió a esta ciudad que fue su cuna, después de un lustro de andar a trote entre Cuba y Brasil. Su primera acción fue aliarse con el ayuntamiento para hacer proyecciones de cine al aire libre.
“Para atraer a la gente, pasábamos videos de Michael Jackson, que acababa de morir. Total, cuando se juntaba un montoncito de espectadores ya pasábamos alguna película”.
De las proyecciones en los muros, Jhon se movió hacia proyectos que involucraran a la comunidad: maratones de cortometrajes realizados por los estudiantes de Cartagena, grafiti trazado por las manos de artistas emergentes y celebraciones musicales dedicadas al mercado de Bazurto, el punto central donde se vende materia prima alimenticia a precios populares.

Una comunión fiestera,
desmadrosa, pero mística

Quizá lo que más visibilidad le ha brindado ha sido su participación como maestro de ceremonias en las fiestas de champeta que Champetú –un colectivo de artistas al cual perteneció Narváez hasta hace dos años– realizaba mensualmente en los barrios de Getsemaní, Pie del Cerro o el Centro.
En estas fiestas, Narváez –que se declara devoto del espíritu transgresor, fiestero y satírico que insufla el carnaval– se vestía de bermudas y playera roja, escondía la mitad superior de su cara detrás de unos lentes oscuros con forma de ojos de mosca y se amarraba al cuello una bolsa negra de plástico –como las de la basura– a modo de capa.
Esa mezcla de desarreglo dominical e improvisación era, a decir de Jhon, su personaje carnavalero.
“Desde que asistí al de Río de Janeiro me siento fascinado por los carnavales. Los que asisten pueden estar todos borrachos, todos drogados, pero alrededor no hay más que paz, música y alegría callejera”.
El actor quiso que esa aura de comunión fiestera –que no por desmadrosa deja de ser mística– se reprodujera en las fiestas Champetú, y para invocarla volvió a ponerse las mismas bermudas, las mismas gafas enormes como un antifaz, volvió a amarrarse una bolsa de plástico al cuello y se bautizó a sí mismo con mote de superhéroe: Capitán Cartagena.
Entre la multitud de cuerpos sudorosos iluminados de manera desigual por las luces estroboscópicas, Capitán Cartagena saltaba de lado a lado, micrófono en mano, invitando a la gente a divertirse, a moverse al ritmo de la mezcla de champeta expulsada por las bocinas, a dejarse llevar.
“El capitán se volvió un símbolo de las fiestas”, festeja Narváez, que extrae del bolsillo del pantalón su teléfono móvil, lo desbloquea, abre la aplicación de Instagram y desliza su dedo por la pantalla para presumir las fotos de aquellas rumbas y los retratos y dibujos que la gente de Cartagena hacía del personaje.
Algunas de estas imágenes van acompañadas de una frase que recuerda que, de lo general a lo particular, sin importar la latitud, nuestras historias se parecen y no somos tan distintos: “Capitán Cartagena eres tú”.

* Texto realizado como parte de la Beca de Periodismo Cultural otorgada por la Fundación Gabo, antes FNPI-Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano.