CARTAS ( De Salvador Aguilar sobre el artículo de Armando Escobar)

 

Estimado Juan  

Quisiera pedirte un espacio en la sección de lectores, para comentar un artículo de Armando Escobar Zavala.

El artículo de Escobar Zavala permite un extenso debate, pero, como un espacio de 900 palabras no da para mucho y ya tengo escrita mi próxima colaboración (Poder, política y la manipulación del lenguaje), quiero hacer seis someras precisiones.

1.- Me encanta el debate, pues es la mejor manera de aprender, de corregir errores, de matizar nuestras convicciones, incorporando las de los otros, pero es más enriquecedor cuando se hace con argumentos y no con adjetivos: Zavala me endilga varios: “inmoral”, “dogmático”, perverso, “mezquino”, “poco serio”, además de acusarme de “torcer a los clásicos”.     Este tipo de polémica tiene como sinodal al diccionario, porque gana el que se sabe más adjetivos.

2.- En cuanto a los “nudos” de mi interpretación de Maquiavelo, es posible que sea cierto, pero cuando uno apela a los clásicos para tratar de explicarnos el presente     (y no para parecer cultos o eruditos), sobre todo a uno tan lejano en el tiempo como el florentino, lo único que nos queda es buscar lo universal, en la particularidad de sus afirmación; así pues, es una obviedad decir que una cita está sacada de contexto; toda cita está sacada de contexto; ni Maquiavelo, ni Cicerón, ni Kolontai, ni Habermas pensaron en Guerrero cuando escribieron su obra.

3.- No tanto como Escobar Zavala, pero algo conozco de la historia de la izquierda guerrerense que, por cierto, no empieza en 1981; al menos la podemos remontar a los años veinte, con Juan R. Escudero. Esta historia nos dice que el patrimonio electoral del PRD está hecho con muchos sacrificios del movimiento social. El PRD, que es el legítimo heredero de ese movimiento, convirtió en votos, en presidencias municipales y en legisladores, esa herencia. Atribuir a la candidatura de Zeferino Torreblanca el despegue electoral del PRD, como lo insinúa Escobar es, cuando menos, una falta de respeto a los cientos de guerrerenses caídos en medio siglo de lucha contra el caciquismo.

4.- No suscribo la cita de Cicerón, porque creo que toda actividad humana debe estar sazonada por la pasión, que no por ello debe obnubilar el razonamiento y de esto da muestra Armando Escobar, que defiende con pasión a Torreblanca; la media docena de adjetivos que me propina son una muestra de eso; aunque tal vez los sabios sí puedan prescindir de la pasión, porque todo indica que ni Escobar ni yo, simples mortales, podemos.

5.- Nunca he desconcido la aportación de Zeferino Torreblanca Galindo a la lucha democrática en Guerrero. Lo he escrito en muchas de mis colaboraciones, Zeferino es un hombre que, a pesar de su origen social privilegiado, ha establecido una alianza con un partido de izquierda, que ya dura tres lustros; ha aportado honestidad y trabajo a la construcción de la democracia en Guerrero, es un importante activo que hay que cuidar, pero de ahí a considerarlo como el único que puede derrotar al PRI, o que es el candidato ideal para abanderar a la izquierda suriana, es algo que no comparto. ¿Por qué no dejamos que eso lo decida la militancia y la ciudadanía?

6.- En todo caso, es un placer polemizar con Armando Escobar Zavala, a quien considero una de las personas más preparadas de los colaboradores de El Sur: estoy convencido que la campaña es el mejor momento para iniciar un profundo debate, más allá de filias y fobias: recordarás, Juan, que muchas veces te he propuesto que El Sur debe ser más que un periódico, debe ser un espacio para el debate, la difusión de la cultura e impulsor de la lucha por la democracia. Te propongo que consideres la pertinencia de sacar un suplemento especial, para el análisis y el debate político durante la actual coyuntura.

PD: Recomiendo dos excelentes biografías de Nicolás Maquiavelo: La sonrisa de Maquiavelo, de Mauricio Viroli, en editorial Tusquets; y la de Marcel Brion, que simplemente se llama Maquiavelo, de Editorial Vergara, que trae un dato distinto al que menciona Armando Escobar.

Armando Escobar

Sobre el PRD y los clásicos

 (Segunda y última parte)

Estoy de acuerdo con Salvador Aguilar y para ello no se requiere “una mínima experiencia” en que “las concentraciones públicas no pueden de ninguna manera sustituir a las urnas”. Esta afirmación “no requiere tanta ciencia”, dice el hombre de a pie, es de sentido común señor Aguilar, pero por decencia política no podemos rechazar estas manifestaciones puesto que representan el pulso –con los adjetivos que usted quiera darle– de un proceso social. Tampoco el plebiscito es garantía de éxito de una propuesta electoral. Baste recordar que el único distrito electoral federal en Guerrero que llevó el PRD al plebiscito, el pasado proceso del 2003, fue el de Costa Chica, en donde el compañero Odilón Romero obtuvo la candidatura por ese método, sin embargo el resultado constitucional fue no sólo desalentador, sino catastrófico. Ahí el PRI alcanzó la votación más importante en Guerrero. Esto es un caso y con ello no quiero generalizar, en política señor Aguilar no puede ni debe generalizarse. Las ciencias sociales son así.

Por otra parte, y esto sí me parece grotesco en su análisis, no nos dejemos llevar por la impresión que atribuiría a una carencia ontológica la falta de inteligencia del pueblo, sino que miremos mas de cerca los fenómenos sociales. Lo que cuenta para la supervivencia de la relación política, para que se visualice su eficacia, es el resultado de las acciones, lo que permite renovar o revocar la confianza de la mayoría del vulgo –son términos de Maquiavelo, no míos, propios de su época–. Ese es el éxito de la marcha convocada para apoyar a Zeferino al gobierno del estado, pese a la descarada y poco institucional anticampaña de Alberto López Rosas. Su desorden y lo caótico de la manifestación, se explican por la espontaneidad de la sociedad para tomar la calle y apoyar una propuesta que va mas allá del PRD y de la izquierda. Y esto es la atipicidad de la marcha.

Desde la óptica que nos abre Maquiavelo, los acontecimientos sociales no podrían ser malhechores que dificultan continuamente la realización de un orden natural, por lo que el autor del El Príncipe reconoce la necesidad de los tumultos (el término también es de él), no los rechaza, los considera primordiales. “Ceder a esa ocurrencia hubiera comprometido aquello que hizo grande a la república romana, habría cerrado el camino para poder llegar a aquella grandeza que alcanzó, de modo que quitando a Roma la causa de los tumultos, se quitaba también la de su engrandecimiento”, escribió el florentino. Por otra parte, desdeñar las concentraciones es negar la naturaleza del PRD, su origen de masas, su reencuentro con la historia y con ello, con la izquierda mexicana.

Es cierto, el pasado debe ser administrado y ordenado por el historiador pero sin torcer la realidad. En el acuerdo del Consejo Estatal del PRD, el domingo pasado, se plasma la necesidad de una candidatura de unidad, haciendo suyo el compromiso político de los Comités Nacional y Estatal, firmado el 9 de junio por las dirigencias correspondientes, en el sentido de privilegiar el acuerdo político para alcanzar una candidatura de unidad. Para ello, la encuesta, si bien será indicativa, es una herramienta para la construcción del acuerdo político. Y esto no es una desconfianza hacia la población, temor a las urnas, ni un adelanto de lo que sería un gobierno zeferinista, como usted dice. ¿Quién más conoce la composición del Consejo Estatal del PRD que los propios perredistas? Siendo así peca de ingenuidad quien sostenga que un solo consejero estatal haya llegado por Zeferino; sin embargo, la inmensa mayoría votó a favor de la incorporación del acuerdo político para no llegar a la jornada electoral constitucional fracturados.

La interpretación que usted hace al llamado de Zeferino para alcanzar una unidad como una manifestación de autoritarismo, o invitación a la rendición del adversario, o a su particular concepción del “instinto de clase” de Zeferino, sinceramente no merecen largos comentarios señor Aguilar. Con esta aberración sociológica, destruidos los muros de Berlín y la Checoslovaquia de Masaryk, Václav Havel jamás hubiese sido el continuador de la memoria de la República democrática checa. “En verdad que tengo orígenes burgueses”, decía Havel. “Se podría decir, inclusive, que he nacido en la alta burguesía” solía recordarnos en su retrato familiar y político, como un efecto de “readaptación social”, mérito mayor a su disidencia pública y las razones éticas que lo hicieron enfrentar al sistema.

El PRD debe alcanzar una candidatura de unidad, sin abandonar principios, programas y sobre todo, compromisos con la sociedad. Cierto. Pero la unidad no debe ser un reparto de cargos públicos o de representaciones populares que sólo descomponen la vida política y los mejores deseos de gobernar con transparencia y honestidad. Si no ceder a esos chantajes es autoritarismo de Zeferino, cual lector de Diógenes, me quedo con los apuntes de Maquiavelo, el siempre citable: “César Borgia era considerado cruel, pese a lo cual fue su crueldad la que impuso el orden en la Romaña, la que logró su unión y la que la volvió a la paz y a la fe”.

En cuanto a su posdata, señor Aguilar, puede estar seguro que los recursos utilizados en la marcha por La Esperanza, el Trabajo y la Unidad, no salieron de Casa Guerrero, como “expertos en la materia” afirman, que drenan para el candidato de su preferencia.

Armando Escobar Zavala

Sobre el PRD y los clásicos

 (Primera de dos partes)

Más que a la reflexión, llevan a la comedia los análisis de los intelectuales orgánicos de un sector del perredismo guerrerense. Miren que apelar a la historia y a los clásicos de la filosofía política,  manosearlos y ponerlos de cabeza, para dar sustento a sus análisis e “ideas”, no es sólo poco serio sino inmoral. Llevaré mis líneas a la discusión parcelar, de ese sector de la sociedad, la del perredismo. Sé que esto no es correcto, porque son más los que están fuera del partido, que aunque estoica, tiene una reducida militancia. Esta idea no es nueva –pero no por ello ha perdido vigencia– es tan vieja como la discusión que daba Alexandra Kolontai en esas interminables sesiones del PCUS.

Las filias lógicas por una precandidatura no nos dan derecho a encorvar una filosofía académica para vaciar de contenido la vida política. “El sabio debe carecer de pasiones”, decía Cicerón. Sé que es difícil en una cultura como la nuestra, pero cuando menos debemos intentarlo. Como todos sabemos, quien hace política pacta con el diablo. Pero, ¿los que hacen teoría política, los que analizan la política, también tienen ese pacto con el diablo? Me refiero obviamente a “la idea weberiana de los poderes diabólicos que acechan todo lo relativo al poder”.

Me encanta la cita de Maquiavelo, porque nos permite recrearnos y eso me llamó la atención de la colaboración de Jorge Salvador Aguilar aparecida aquí el miércoles. Pero sorprenden los nudos de su interpretación –espero que sea sólo eso y no mala fe–. Esto lo escribo por la riqueza de la filosofía ante las limitaciones de las ciencias sociales y de los dictados de apuntes de clase para convertirse en faros de la verdad. Coincido con Aguilar, por la cita a la que recurre en su artículo, en la tesis básica sobre la imposibilidad de pensar la política sin la lectura de los clásicos; pero lo invito a superar los acercamientos dogmáticos a la filosofía política.

Mas allá de los prejuicios inherentes a la tradición del maquiavelismo, recordemos su admiración por un Príncipe quien casi logró la unificación de Italia, Cesar Borgia, de cuya trayectoria extrae lo mejor de sus escritos. Una breve reconstrucción de algunos aspectos centrales de la teoría política de Maquiavelo nos advierte, escribe Jurgen Habermas, de que con Maquiavelo asistimos al abandono de la política en el sentido clásico, para convertirse en una “ciencia experimental”. Se deja de cultivar la política al estilo aristotélico para convertirse en una filosofía social, esto es, deja de ser entendida como una doctrina de la vida buena y justa, como una continuación de la ética, para convertirse en una técnica puesta al servicio de la correcta organización del Estado.

El florentino, imprescindiblemente citable para parecer culto, quien murió un 21 de junio de 1527, tres años antes de publicarse El Príncipe, los discursos y la Historia de Florencia (ésta por encargo de Julio de Médici), autor y padre prolífico, casado con Marieta, legó a la humanidad una basta obra y no pocos hijos (tuvo siete).

A partir de su cita, pasando y repasando por la mercadotecnia y la experiencia Fox, el señor Aguilar arriba al puerto que lleva nombre y que desde el inicio de su travesía anuncia: la descalificación de Zeferino Torreblanca Galindo, la incongruencia, desmemoria y el abandono de los principios de la izquierda que lo apoya. Pero su travesía no se detiene ahí, con la proa arremete contra ellos porque, según Aguilar, abandonaron la disciplina de la lectura y de la crítica. En cuanto a la lectura, coincido, pero creo que es más grave leer mal o torcer a los clásicos.

Podemos estar en desacuerdo con la precandidatura de Carlos Zeferino Torreblanca Galindo, pero manifestemos ese desacuerdo como cualquier ciudadano, sin pretender engañar con subterfugios acaremalados o comparaciones ahistóricas o descontextualizadas, maniatando a Maquiavelo.

Sólo por recordarle, y mire que no soy nostálgico señor Aguilar ni adorador de iconos, en la historia de los procesos electorales en Acapulco, la oposición al entonces partido de Estado sólo alcanzaba representación menor en el ayuntamiento de este municipio con contados regidores. Es hasta 1981, en el periodo de Amín Zarur Menes, cuando Abel Salgado Valdez (PCM) y Catalino Mendoza Lopez (PST) alcanzan las primeras regidurías en el ayuntamiento de Acapulco, gracias al rendimiento electoral –ahora así se le llama– de los partidos opositores al PRI. En el periodo posterior 1984-1986, sólo el PAN (Oscar Meza Celis) tuvo un regidor. En 1987-1989 ocurre lo mismo, el PAN es el único partido opositor que alcanza una representación (Alejandro Way Garibay) frente a la acostumbrada mayoría priísta. En 1989-1993, el PRD-OPG, PFCRN y PAN obtienen una regiduría cada uno de ellos y el PARM, dos. En 1999-1996, con la candidatura de Zeferino Torreblanca Galindo (PRD-FCA), sin críticos como usted puesto que nadie se atrevía a aventurarse a competir, porque las campañas de la oposición eran más que testimoniales, el PRD alcanzó ocho regidurías, de un total de 16 de la oposición, en tanto que el PAN y el PFCRN obtienen 2 y PPS y PARM sólo una. Para el periodo 1996-1999, el último de hegemonía priísta y segundo intento de Zeferino, se mantiene la misma representación de los grupos opositores y hasta la elección de 1999, el PRD asume la conducción del gobierno municipal de Acapulco. No quiero ser perverso como usted, por lo que agrego que ya en el periodo 1989-1993 se incrementaron el número de regidores en los ayuntamientos del estado. La representación alcanzada no debe llevarnos a modelar nuevos iconos de la democracia ya que el avance electoral del PRD se explica por factores múltiples, pero negarle a Zeferino su contribución, mínima si usted quiere, es necedad o mezquindad política.

PRD: votar o no votar ¿esa es la cuestión?

Armando Escobar Zavala  

La democracia tiene exigencias que van mas allá de las urnas. En determinadas circunstancias, en el PRD, las elecciones por sí solas pueden rebelarse lamentablemente inadecuadas para dirimir sus controversias de selección. Los procesos electorales internos para el Partido de la Revolución Democrática han tenido un altísimo costo, han sido el inicio de una cadena de escándalos que lo han llevado al descrédito y, con ello, han arrastrado a la política.

El ejercicio amnésico de olvidar las desastrosas experiencias democráticas (basta releer el Informe Final de la Comisión para la Legalidad y la Transparencia del Partido de la Revolución Democrática, de Samuel del Villar) y, la más lamentable aún, de los cuestionados métodos locales para elegir directivos en áreas sustantivas de la vida universitaria, no remediará la cruda realidad del PRD que ha sido tomado desde dentro; que ha sucumbido ante la ambición de quienes en él han encontrado el acceso a cargos y recursos que abren la carrera hacia el poder. “La revolución democrática surgida en 1988 se ha visto pervertida por los antivalores de la corrupción”, afirma don Samuel.

Si partimos de la sorprendente disposición para la autofagia en el PRD y el rol de una militancia de barricada que nace del clientelismo mas detestable –por la manipulación de lo mejor de nuestro país: su gente y, de manera especial, la juventud estudiosa–, es fácil explicarse los motivos de la despolitización, la falta de una ideología de contornos más o menos identificables y la ausencia cabal de algún asomo de teoría. Por su visión maniquea, no es casual que el próximo 23 de mayo, Día del Estudiante, la nomenclatura universitaria convoque a una marcha de apoyo. Ante la parálisis teórica e ideológica, la movilización. Estamos en la antesala de las futuras reacciones epidérmicas de los grupos políticos enquistados en la dirección universitaria y del partido; en esa simbiosis de desastrosos resultados.

Pero lo que es más grave, en la investigación de Samuel del Villar quedó en claro que “en varias entidades el membrete del partido era parte del grupo político de los gobernadores (básicamente priístas) para seguir engañando a la gente”. Habrá que rectificar el camino.

En este proceso, la historia de linchamientos está ciertamente nutrida. Quien comete el imperdonable delito de distanciarse de candidaturas del grupo hegemónico universitario, le gana no sólo la condena en el partido, sino la rescisión laboral en la Universidad. Esta fórmula no es nueva para combatir la disidencia en los partidos políticos en México, pero debiera ser vergüenza para un partido como el del sol azteca. En la raíz de esta actitud están algunas herencias indeseables. Junto a ellas, hay que anotar los hábitos antidemocráticos y caciquiles de quienes se formaron en la política en estas prácticas que en el discurso reprueban.

No tengo precedente de que un ex rector de la UNAM haya sido designado coordinador de campaña de un aspirante a la Presidencia de la República; vamos, ni quisiera en la época orgiástica del priísmo; o que un rector haya defendido a ultranza a candidato alguno. Hubiera sido desastroso para la investigación, la cultura y la vida académica del país que esto sucediera. Para fortuna de todos, aún hay espacios donde la academia está por encima de las ambiciones políticas. La universidad debe ser la mejor trinchera de la reflexión y no el subproducto de la mezquindad.

La vieja tradición de la izquierda marxista o anarquista fue del todo abandonada. La reflexión fue pulverizada por la acción electoral. No es casual que desde entonces el partido del sol azteca carezca de un órgano informativo –hay publicaciones de algunos grupos– y esté ayuno de ideas, por lo que resulta muy explicable que se haya olvidado de contar con un órgano teórico. Hoy la inteligencia está bajo sospecha. Se privilegia el chisme y la zacandilla, se exaltan las actitudes trepadoras, la falta de escrúpulos y las carreras en pista lodosa.

Algo habrá que hacer para combatir esa tendencia de envilecimiento de la política.

Falta el análisis, el diagnóstico de un sistema de partidos que ha expandido, en la novel democracia mexicana, los vicios y corruptelas del pasado autoritario. Los partidos han terminado convertidos en medios (instrumentos) para alcanzar fines (ambiciones) de personajes y grupos que los asaltan y manipulan.

Sin la viga maestra que sustentó su estructura desde el origen hasta su derrota ante las tribus, algunos grupos en el PRD se lanzan a la aventura de exigir resolver el derecho a elegir a su candidato por medio de una elección abierta, en la que, a partir de lo documentado en el diagnóstico de don Samuel, gana el grupo que mas trapacerías comete. La fascinada “solución democrática” está asentada en terreno pantanoso, cuyo producto, se advierte, no será el resultado de un transparente proceso interno, sino de la miseria de sus dirigentes.

La necesidad de adoptar una visión más amplia de la democracia –una visión que vaya más allá de la libertad de elección y el voto– ha sido discutida pormenorizadamente no sólo en la filosofía política contemporánea, sino también en las nuevas disciplinas de la teoría de la decisión social y la teoría de la decisión pública, influidas ambas por el razonamiento económico así como por las ideas políticas.

La democracia debe otorgar un lugar central a garantizar la libertad de discusión pública y las interacciones deliberativas en la teoría y la práctica políticas –no sólo a través de las elecciones ni sólo para las elecciones–. Lo que se requiere, como observaba Rawls, es el resguardo de la “diversidad de las ideas”. El tortuoso arte de la negociación, la moderación y prudencia, en fin, todo aquello que constituye la esencia del quehacer político, nos es extrañamente ajeno.

Habrá que rescatar la olvidada práctica ateniense de compartir la decisión política.

“Enfrentemos este reto, como lo señala Cuauhtémoc                               Cárdenas, y cumplamos con esta responsabilidad histórica. Si no lo hacemos, así tengamos los mejores candidatos, que los tenemos, no habrá partido ni para el triunfo electoral, ni para nada, ni para nadie”, advierte Del Villar.