Los vuelos de la muerte, una operación de Estado aprobada por el titular de Sedena

lustración: Rocío Urtecho

Jacinto R. Munguía y José Reveles / Especial de Fábrica de Periodismo*

Ciudad de México

Hace más de 20 años, por órdenes del presidente Vicente Fox, el Ejército mexicano comenzó una investigación sobre los crímenes cometidos por el Estado durante los años de la Guerra Sucia.
Ocurrió lo insólito: el Ejército se investigó a sí mismo y dos generales mexicanos se sentaron en el banquillo de los acusados por cargos de homicidio y narcotráfico. Los vuelos de la muerte eran parte de ese expediente. Se recabaron documentos y testimonios.
Pero el tiempo pasó y el Ejército metió bajo todas las llaves posibles esa investigación. Fábrica de Periodismo ha tenido acceso a la parte esencial de ella.
La hasta ahora desconocida verdad es que la operación para asesinar y arrojar los cuerpos de cientos de disidentes al mar fue autorizada por el más alto mando militar: el general secretario Hermenegildo Cuenca Díaz.
También hay constancia documental de cuál era el atroz modus operandi de la ejecución y de cuántos vuelos fúnebres salieron de la Base Aérea Militar no. 7, con sede en Pie de la Cuesta, Guerrero.

Testigo presencial de
las ejecuciones

Margarito Monroy Candia tiene ya 67 años, pero las décadas que han transcurrido desde que ocurrieron los hechos sobre los que le preguntan no han tenido demasiado impacto en su memoria. Militar y mecánico de aviación, traza cuadros y letras que intentan dar forma al escenario que le quedó bien grabado en esos años: las instalaciones de la base aérea de Pie de la Cuesta, en Acapulco, Guerrero.
Una de las líneas enfila hacia un punto en un rectángulo y en pequeñas letras escribe: “Puerta por donde sacaban a los detenidos”.
De esa puerta parte una titubeante línea que representa el camino hacia otro punto encerrado en un círculo, cruzado con otra línea en diagonal, con la siguiente descripción: “Lugar de ejecución”.
No hay más detalles, pero sí esas tres palabras: “Lugar de ejecución”.
Cercano a ese punto, dibuja un camión de carga visto a vuelo de pájaro y, después, la forma de un avión con otra línea en diagonal que le apunta y describe: “Aravá Mat. 2004”.
Es el croquis mental que Margarito Monroy no ha olvidado desde aquellos años finales de la década de los setenta en que las órdenes superiores eran, como lo siguen siendo hoy, incuestionables y sólo se acataban.
Los bocetos que acaba de entregar a los agentes del Ministerio Público Militar ubican los lugares en donde ocurrían las torturas y ejecuciones extrajudiciales, el modus operandi utilizado antes de que él y un par de pilotos de la Fuerza Aérea Mexicana echaran a andar los motores del avión Aravá y se internaran en el océano Pacífico para arrojar al mar los cuerpos sin vida de mujeres y hombres ejecutados minutos antes.

Ya es hora de despegar

Margarito Monroy estuvo comisionado en la base aérea en dos periodos distintos de su carrera castrense. La primera ocasión en los años 1958 y 1959. Pasó mucho tiempo antes de que regresara comisionado a Guerrero hacia el final de 1974, cuando la estrategia contrainsurgente del Estado mexicano ingresó en su etapa más cruenta.
Atestigüó uno de los periodos más oscuros de la ofensiva del gobierno federal en contra de movimientos políticos disidentes y de organizaciones armadas. Al entonces presidente Luis Echeverría Álvarez y a su secretario de la Defensa Nacional, el general Hermenegildo Cuenca Díaz, los movía una misión: “defender nuestra democracia de cualquier agresión interior”. Los fantasmas del comunismo rondaban en sus mentes.
El capitán retirado acudió a responder las preguntas de los ministerios públicos. Era 20 de junio de 2001 y, de manera insólita, un año antes había comenzado una investigación para esclarecer los crímenes cometidos por el alto mando militar encargado de acabar a los grupos guerrilleros que habían surgido en el país luego de la matanza estudiantil de 1968.
Monroy Candia, quien se encontraba adscrito a la base aérea de

Santa Lucía, en el Estado de México, contó que desde un principio les informaron claramente cuáles serían las tareas que realizarían a partir de septiembre de 1974, cuando fue comisionado a la base aérea de Pie de la Cuesta: “El trabajo de nosotros era transportar a los guerrilleros que detenía y mataba el personal a cargo del general Quirós Hermosillo para ser tirados en el mar”.
Y aunque en el papel la autoridad de la base aérea recaía en el comandante de la misma y en el comandante de la zona militar, quienes en realidad hacían y deshacían eran los generales Francisco Quirós Hermosillo y Arturo Acosta Chaparro y, en segundo lugar, el mayor Francisco Javier Barquín, además del personal de la policía militar al mando de ellos tres.
Ambos generales dirigían las operaciones de la Brigada Blanca, el grupo de las fuerzas de seguridad cuyo objetivo único era eliminar a como diera lugar los brotes guerrilleros que emergían en el país y, en particular, en Guerrero.
Margarito Monroy tenía el grado de subteniente en ese momento y era parte de una tripulación compuesta por el piloto capitán David González Gómez y el copiloto teniente Jorge Violante Fonseca. Los tres fueron informados el mismo día de que su misión estaba por comenzar. Por ser el primer vuelo, estaban presentes ambos generales, además de un subteniente y otro elemento del Ejército.
Era el 6 de septiembre de 1974, según las bitácoras de los vuelos en poder de Fábrica de Periodismo, casi al amanecer, entre las 6:00 y las 6:50 de la mañana.
Tomaban café, según el relato del mecánico a los fiscales militares, hasta que el general Quirós Hermosillo dijo: “Bueno, creo que ya es hora de despegar; no nos vaya a agarrar el día”.

“Eran gente humilde,
gente de pueblo”

Mientras alistaba la nave para realizar el primer vuelo, explicó Margarito, escuchó un disparo y se sorprendió. “En un principio me espanté, pero después reaccioné y, como me encontraba sobre una escalera preparando el avión, me asomé por encima y vi que a unos 30 o 40 metros unas personas tenían sentado a un individuo y después se acercó alguien por detrás y le disparó en la nuca; seguidamente lo retiraron, mientras otros llevaban otra persona y hacían lo mismo, lo sentaban y le disparaban en la nuca”.
Las ejecuciones tenían un ritmo, no eran dejadas al azar. “Los disparos ocurrían con el intervalo en que quitaban a la persona que mataban y (mientras) llevaban a otra para hacerle lo mismo. El lugar estaba al aire libre y en las siguientes ejecuciones hasta las balas zumbaban cuando salían por la parte de la cara de los ejecutados y se iban con rumbo al mar”.
El avión estaba por despegar. En el piso del avión “iban unas ocho personas muertas, vestidas de civil. Eran gente humilde, gente de pueblo. Todos estaban llenos de sangre en la cabeza”.
Margarito, según lo que contó en el interrogatorio, estaba nervioso por lo que acababa de suceder.
“Me tocó darme cuenta en la primera ocasión cuando el general Quirós Hermosillo disparó a varias personas. Me acuerdo bien porque mi general vestía una playera blanca y ya después de las ejecuciones lo veía con la camiseta manchada de sangre. Por eso yo le puse El Verdugo y a la pistola que usaban para matar a la gente, una Uzi 9 milímetros, le puse La espada vengadora, que hasta donde sé la habían traído de Israel”.

La insólita investigación
de la Sedena

No existen antecedentes conocidos de una averiguación realizada por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) sobre la actuación ilegal de sus propios mandos durante la llamada Guerra Sucia contra la disidencia política, armada o pacífica, en México.
Hecha por órdenes del entonces presidente Vicente Fox, la investigación de los llamados vuelos de la muerte, ocurridos entre 1974 y 1981, fue insólita y extraordinaria.
Realizada por homicidio calificado en contra del general de División Francisco Quirós Hermosillo, el general de Brigada Mario Arturo Acosta Chaparro y el mayor Francisco Javier Barquín Alonso, la indagatoria SC/034/2000/IV/IE-BIS está contenida en 32 tomos con 4 mil 352 fojas.
A cargo de la Primera Agencia Investigadora del Ministerio Público Militar, la carátula de la averiguación hace explícito su objetivo: “Con motivo de los hechos ocurridos en los años setentas en el estado de Guerrero relacionados con la guerrilla que tuvo lugar en esas fechas y en donde se encuentra involucrado personal militar”.
Algunos de los oficios con los que se comunicaron los citatorios a pilotos, mecánicos y otros militares que estuvieron adscritos a la Base Aérea Militar no. 7 de Pie de la Cuesta fueron suscritos por el general Clemente Gerardo Vega García, secretario de la Defensa Nacional en turno.
Para integrar la investigación se interrogó a más de una docena de testigos de las ejecuciones y operadores directos de los vuelos, se hicieron minuciosas revisiones a la base aérea y sus instalaciones en Pie de la Cuesta, se efectuó la inspección ministerial del avión Aravá matrícula 3005 (antes había tenido las matrículas 2004 y 2005), además de que se recuperaron las bitácoras de los vuelos.
Todo está contenido en los 32 tomos de la averiguación que inició el 10 de julio del año 2000 y concluyó el 16 de septiembre de 2002.
Fábrica de Periodismo tuvo acceso al tomo II, integrado por más de 240 páginas en las que se incluyen los elementos centrales de la investigación: testimonios, visitas de inspección, peritajes y las bitácoras de vuelos.

Sexo a cambio de la
vida; igual las mataban

Luego del primer vuelo, de ese primer amanecer, los vuelos continuaron durante muchos meses y años, con cierta regularidad. Se repetía el protocolo criminal y las personas en manos de los policías militares, vendadas de los ojos y atadas de las muñecas, pasaban por el banquito, recibían el tiro en la nuca y eran llevadas al avión con un plástico que les envolvía la cabeza para tratar de atajar el escurrimiento de sangre.
En una ocasión, cuando se disponían a tirar cuerpos por el rumbo acostumbrado, se avistó una embarcación en el océano y desde entonces se decidió volar más de una hora mar adentro y como, además, se decía que habían aparecido cadáveres en la costa de Oaxaca, alguien ordenó que metieran los cuerpos en costales de ixtle –“como de estropajo, de los que se utilizan para la copra del coco”– y se les colocaban piedras dentro para impedir que flotaran.
Los testimonios recopilados coinciden en que las personas detenidas y posteriormente asesinadas pertenecían a la Liga Comunista 23 de Septiembre y a otras organizaciones guerrilleras de Guerrero y de todo el país, pero no exclusivamente.
“Había de toda clase, gente de pueblo, de ciudad, de buena situación económica, ingenieros, doctores, licenciados, de todo tipo”. Algunos eran trasladados desde la Ciudad de México.
Las víctimas no sólo eran civiles, sino también miembros del Ejército que por razones no explícitas habían decidido no cumplir con sus tareas contrainsurgentes.
Cuando eran mujeres –pocas, por cierto–, narra Monroy Candia, “el personal de la policía militar bajo las órdenes del mayor Barquín llegaba a tal grado que, a pesar de saber que iban a ser ejecutadas, les ofrecían que si tenían sexo con ellos, al llegar a Guerrero las dejarían en libertad a ellas y, en su caso, a sus esposos si también estaban presos. En ocasiones las mujeres aceptaban pero nunca, que yo viera, fueron dejadas en libertad”.
A la base aérea llegaban personas que ya no saldrían con vida. No iban a ser detenidas ni se les abriría proceso judicial alguno. Si se ingresaba a ella, era casi seguro que el destino final sería el mar.
Sobresueldo y ascensos
por vuelos de la muerte
El 6 de septiembre de 1974 se hizo primer vuelo de la muerte del que se tiene registro, según las bitácoras de los aviones a las que Fábrica de Periodismo ha tenido acceso. Dada la naturaleza de las comisiones, las diligencias no quedaron en manos de cualquier militar.
Los oficios fueron autorizados y firmados por los dos más altos funcionarios del Ejército mexicano en ese tiempo: el secretario de la Defensa Nacional y el comandante de la Fuerza Aérea Mexicana.
El 28 de agosto de 1974, apenas una semana de que empezara el ciclo de vuelos de la muerte, el general Cuenca Díaz colocó en tinta negra su firma encima del lugar en donde aparecía su nombre y una breve leyenda: “APROBADO”.
Dejaba constancia así de que la operación para arrojar al mar los cuerpos de quienes eran ejecutados extrajudicialmente contaba con el conocimiento y la autorización de la más alta cúpula militar mexicana y que la participación de las tripulaciones que intervenían se compensaba con un sobresueldo.
En el documento solicita que un par de tripulaciones quedasen destacadas a partir de esa fecha en la Base Aérea Militar no. 7, con sede en Pie de la Cuesta, con el fin de realizar “relevos de aviones ARAVA”.
Le informa al general Cuenca Díaz que las tripulaciones “eran altamente calificadas en esta clase de material de vuelos”, y que ante la necesidad de las “operaciones que actualmente realizan los aviones Arava en la jurisdicción de la 27ª. Zona Militar”, solicita que se le autorice girar las “instrucciones para que a las tripulaciones se les pagara su sueldo normal y un sobresueldo”.
Sólo tres meses después de que comenzaron los vuelos de la muerte, durante los cuales realizó al menos 10 “traslados” al mar, la primera tripulación del Aravá matrícula 204 fue recompensada con un ascenso por acuerdo directo del titular de Sedena Hermenegildo Cuenca Díaz.
Roberto Salido Beltrán, comandante de la Fuerza Aérea Mexicana, firmó el oficio 209, con fecha 5 de diciembre de 1974, en el cual hizo explícitas las razones por las cuales, con la autorización del secretario de Defensa, se les proporcionaba el ascenso al grado superior inmediato, con el consiguiente aumento de salarios, prestaciones y sobresueldos:
“Por los actos excepcionalmente meritorios que han realizado durante las actividades militares contra delincuentes en el estado de Guerrero, según las investigaciones y el dictamen correspondiente”.

La “foto del recuerdo”
y el disparo en la nuca

El 22 de junio de 2001, ante el Ministerio Público Militar, el subteniente albañil Epifanio Sánchez, del Batallón de Ingenieros de Combate de la Fuerza Aérea, también cuenta la historia que le tocó vivir en la base de Pie de la Cuesta, a donde llegó en octubre de 1973.
Recuerda que personal de la Policía Militar que operaba con ropa de civil, pelo largo, bigotes y barba, ingresaba al interior de la base a bordo de autos particulares de distintos colores y marcas, “introduciendo en los mismos a personas que se suponía eran guerrilleros”; estaban vendados y atados de las manos y eran conducidos a las instalaciones del bungalow, resguardado por la propia Policía Militar.
A Epifanio le correspondía hacer guardias nocturnas en la base. Por eso estaba despierto y atento.
“Teníamos ordenado no decir nada, no ver nada, no saber nada, no escuchar nada”.
Sin embargo, cuenta a quienes lo interrogan que llegó a escuchar de parte de elementos de la Policía Militar que a “los presuntos guerrilleros previamente los sentaban en un banco a 50 metros del bungalow y les decían que les iban a tomar la foto del recuerdo y luego les disparaban con una arma a la altura de la nuca”.
Posteriormente, “los encostalaban y les metían piedras y eran trasladados al avión araba (sic) que estaba parquiado (sic) en la plataforma como a 50 metros, y los metían al araba encima de la lona y posteriormente los iban a tirar mar adentro como a una hora de vuelo y esta forma de ejecución lo hacían de forma común”.

* Esta es una versión resumida de la primera parte de “Toda la verdad sobre los vuelos de la muerte”, difundido en Guerrero en alianza exclusiva con El Sur. Entra a suracapulco.mx si quieres leer el reportaje completo. Para acceder a esta y otras investigaciones, visita FábricadePeriodismo.com