Armando Escobar

Sobre el PRD y los clásicos

 (Segunda y última parte)

Estoy de acuerdo con Salvador Aguilar y para ello no se requiere “una mínima experiencia” en que “las concentraciones públicas no pueden de ninguna manera sustituir a las urnas”. Esta afirmación “no requiere tanta ciencia”, dice el hombre de a pie, es de sentido común señor Aguilar, pero por decencia política no podemos rechazar estas manifestaciones puesto que representan el pulso –con los adjetivos que usted quiera darle– de un proceso social. Tampoco el plebiscito es garantía de éxito de una propuesta electoral. Baste recordar que el único distrito electoral federal en Guerrero que llevó el PRD al plebiscito, el pasado proceso del 2003, fue el de Costa Chica, en donde el compañero Odilón Romero obtuvo la candidatura por ese método, sin embargo el resultado constitucional fue no sólo desalentador, sino catastrófico. Ahí el PRI alcanzó la votación más importante en Guerrero. Esto es un caso y con ello no quiero generalizar, en política señor Aguilar no puede ni debe generalizarse. Las ciencias sociales son así.

Por otra parte, y esto sí me parece grotesco en su análisis, no nos dejemos llevar por la impresión que atribuiría a una carencia ontológica la falta de inteligencia del pueblo, sino que miremos mas de cerca los fenómenos sociales. Lo que cuenta para la supervivencia de la relación política, para que se visualice su eficacia, es el resultado de las acciones, lo que permite renovar o revocar la confianza de la mayoría del vulgo –son términos de Maquiavelo, no míos, propios de su época–. Ese es el éxito de la marcha convocada para apoyar a Zeferino al gobierno del estado, pese a la descarada y poco institucional anticampaña de Alberto López Rosas. Su desorden y lo caótico de la manifestación, se explican por la espontaneidad de la sociedad para tomar la calle y apoyar una propuesta que va mas allá del PRD y de la izquierda. Y esto es la atipicidad de la marcha.

Desde la óptica que nos abre Maquiavelo, los acontecimientos sociales no podrían ser malhechores que dificultan continuamente la realización de un orden natural, por lo que el autor del El Príncipe reconoce la necesidad de los tumultos (el término también es de él), no los rechaza, los considera primordiales. “Ceder a esa ocurrencia hubiera comprometido aquello que hizo grande a la república romana, habría cerrado el camino para poder llegar a aquella grandeza que alcanzó, de modo que quitando a Roma la causa de los tumultos, se quitaba también la de su engrandecimiento”, escribió el florentino. Por otra parte, desdeñar las concentraciones es negar la naturaleza del PRD, su origen de masas, su reencuentro con la historia y con ello, con la izquierda mexicana.

Es cierto, el pasado debe ser administrado y ordenado por el historiador pero sin torcer la realidad. En el acuerdo del Consejo Estatal del PRD, el domingo pasado, se plasma la necesidad de una candidatura de unidad, haciendo suyo el compromiso político de los Comités Nacional y Estatal, firmado el 9 de junio por las dirigencias correspondientes, en el sentido de privilegiar el acuerdo político para alcanzar una candidatura de unidad. Para ello, la encuesta, si bien será indicativa, es una herramienta para la construcción del acuerdo político. Y esto no es una desconfianza hacia la población, temor a las urnas, ni un adelanto de lo que sería un gobierno zeferinista, como usted dice. ¿Quién más conoce la composición del Consejo Estatal del PRD que los propios perredistas? Siendo así peca de ingenuidad quien sostenga que un solo consejero estatal haya llegado por Zeferino; sin embargo, la inmensa mayoría votó a favor de la incorporación del acuerdo político para no llegar a la jornada electoral constitucional fracturados.

La interpretación que usted hace al llamado de Zeferino para alcanzar una unidad como una manifestación de autoritarismo, o invitación a la rendición del adversario, o a su particular concepción del “instinto de clase” de Zeferino, sinceramente no merecen largos comentarios señor Aguilar. Con esta aberración sociológica, destruidos los muros de Berlín y la Checoslovaquia de Masaryk, Václav Havel jamás hubiese sido el continuador de la memoria de la República democrática checa. “En verdad que tengo orígenes burgueses”, decía Havel. “Se podría decir, inclusive, que he nacido en la alta burguesía” solía recordarnos en su retrato familiar y político, como un efecto de “readaptación social”, mérito mayor a su disidencia pública y las razones éticas que lo hicieron enfrentar al sistema.

El PRD debe alcanzar una candidatura de unidad, sin abandonar principios, programas y sobre todo, compromisos con la sociedad. Cierto. Pero la unidad no debe ser un reparto de cargos públicos o de representaciones populares que sólo descomponen la vida política y los mejores deseos de gobernar con transparencia y honestidad. Si no ceder a esos chantajes es autoritarismo de Zeferino, cual lector de Diógenes, me quedo con los apuntes de Maquiavelo, el siempre citable: “César Borgia era considerado cruel, pese a lo cual fue su crueldad la que impuso el orden en la Romaña, la que logró su unión y la que la volvió a la paz y a la fe”.

En cuanto a su posdata, señor Aguilar, puede estar seguro que los recursos utilizados en la marcha por La Esperanza, el Trabajo y la Unidad, no salieron de Casa Guerrero, como “expertos en la materia” afirman, que drenan para el candidato de su preferencia.

Armando Escobar Zavala

Sobre el PRD y los clásicos

 (Primera de dos partes)

Más que a la reflexión, llevan a la comedia los análisis de los intelectuales orgánicos de un sector del perredismo guerrerense. Miren que apelar a la historia y a los clásicos de la filosofía política,  manosearlos y ponerlos de cabeza, para dar sustento a sus análisis e “ideas”, no es sólo poco serio sino inmoral. Llevaré mis líneas a la discusión parcelar, de ese sector de la sociedad, la del perredismo. Sé que esto no es correcto, porque son más los que están fuera del partido, que aunque estoica, tiene una reducida militancia. Esta idea no es nueva –pero no por ello ha perdido vigencia– es tan vieja como la discusión que daba Alexandra Kolontai en esas interminables sesiones del PCUS.

Las filias lógicas por una precandidatura no nos dan derecho a encorvar una filosofía académica para vaciar de contenido la vida política. “El sabio debe carecer de pasiones”, decía Cicerón. Sé que es difícil en una cultura como la nuestra, pero cuando menos debemos intentarlo. Como todos sabemos, quien hace política pacta con el diablo. Pero, ¿los que hacen teoría política, los que analizan la política, también tienen ese pacto con el diablo? Me refiero obviamente a “la idea weberiana de los poderes diabólicos que acechan todo lo relativo al poder”.

Me encanta la cita de Maquiavelo, porque nos permite recrearnos y eso me llamó la atención de la colaboración de Jorge Salvador Aguilar aparecida aquí el miércoles. Pero sorprenden los nudos de su interpretación –espero que sea sólo eso y no mala fe–. Esto lo escribo por la riqueza de la filosofía ante las limitaciones de las ciencias sociales y de los dictados de apuntes de clase para convertirse en faros de la verdad. Coincido con Aguilar, por la cita a la que recurre en su artículo, en la tesis básica sobre la imposibilidad de pensar la política sin la lectura de los clásicos; pero lo invito a superar los acercamientos dogmáticos a la filosofía política.

Mas allá de los prejuicios inherentes a la tradición del maquiavelismo, recordemos su admiración por un Príncipe quien casi logró la unificación de Italia, Cesar Borgia, de cuya trayectoria extrae lo mejor de sus escritos. Una breve reconstrucción de algunos aspectos centrales de la teoría política de Maquiavelo nos advierte, escribe Jurgen Habermas, de que con Maquiavelo asistimos al abandono de la política en el sentido clásico, para convertirse en una “ciencia experimental”. Se deja de cultivar la política al estilo aristotélico para convertirse en una filosofía social, esto es, deja de ser entendida como una doctrina de la vida buena y justa, como una continuación de la ética, para convertirse en una técnica puesta al servicio de la correcta organización del Estado.

El florentino, imprescindiblemente citable para parecer culto, quien murió un 21 de junio de 1527, tres años antes de publicarse El Príncipe, los discursos y la Historia de Florencia (ésta por encargo de Julio de Médici), autor y padre prolífico, casado con Marieta, legó a la humanidad una basta obra y no pocos hijos (tuvo siete).

A partir de su cita, pasando y repasando por la mercadotecnia y la experiencia Fox, el señor Aguilar arriba al puerto que lleva nombre y que desde el inicio de su travesía anuncia: la descalificación de Zeferino Torreblanca Galindo, la incongruencia, desmemoria y el abandono de los principios de la izquierda que lo apoya. Pero su travesía no se detiene ahí, con la proa arremete contra ellos porque, según Aguilar, abandonaron la disciplina de la lectura y de la crítica. En cuanto a la lectura, coincido, pero creo que es más grave leer mal o torcer a los clásicos.

Podemos estar en desacuerdo con la precandidatura de Carlos Zeferino Torreblanca Galindo, pero manifestemos ese desacuerdo como cualquier ciudadano, sin pretender engañar con subterfugios acaremalados o comparaciones ahistóricas o descontextualizadas, maniatando a Maquiavelo.

Sólo por recordarle, y mire que no soy nostálgico señor Aguilar ni adorador de iconos, en la historia de los procesos electorales en Acapulco, la oposición al entonces partido de Estado sólo alcanzaba representación menor en el ayuntamiento de este municipio con contados regidores. Es hasta 1981, en el periodo de Amín Zarur Menes, cuando Abel Salgado Valdez (PCM) y Catalino Mendoza Lopez (PST) alcanzan las primeras regidurías en el ayuntamiento de Acapulco, gracias al rendimiento electoral –ahora así se le llama– de los partidos opositores al PRI. En el periodo posterior 1984-1986, sólo el PAN (Oscar Meza Celis) tuvo un regidor. En 1987-1989 ocurre lo mismo, el PAN es el único partido opositor que alcanza una representación (Alejandro Way Garibay) frente a la acostumbrada mayoría priísta. En 1989-1993, el PRD-OPG, PFCRN y PAN obtienen una regiduría cada uno de ellos y el PARM, dos. En 1999-1996, con la candidatura de Zeferino Torreblanca Galindo (PRD-FCA), sin críticos como usted puesto que nadie se atrevía a aventurarse a competir, porque las campañas de la oposición eran más que testimoniales, el PRD alcanzó ocho regidurías, de un total de 16 de la oposición, en tanto que el PAN y el PFCRN obtienen 2 y PPS y PARM sólo una. Para el periodo 1996-1999, el último de hegemonía priísta y segundo intento de Zeferino, se mantiene la misma representación de los grupos opositores y hasta la elección de 1999, el PRD asume la conducción del gobierno municipal de Acapulco. No quiero ser perverso como usted, por lo que agrego que ya en el periodo 1989-1993 se incrementaron el número de regidores en los ayuntamientos del estado. La representación alcanzada no debe llevarnos a modelar nuevos iconos de la democracia ya que el avance electoral del PRD se explica por factores múltiples, pero negarle a Zeferino su contribución, mínima si usted quiere, es necedad o mezquindad política.