Héctor Manuel Popoca Boone

Vigilancia de los dineros públicos

Cuando llegamos a administrar la cosa pública en el medio rural hará cuatro años, nos encontramos con quejas fundadas de los productores por cuanto a que los programas y recursos públicos destinados al desarrollo rural eran manejados en forma patrimonialista, discrecional, unilateral e inequitativamente por parte de los servidores públicos en el mejor de los casos, cuando no en forma deshonesta.

Decididos a cambiar las cosas, dimos un viraje total en la forma de administrar, asignar y distribuir el presupuesto público. Se lo dimos a las organizaciones sociales productivas o comunitarias, a través de los comités de desarrollo comunitario, de los consejos estatales por rama productiva (café, copra, mango, limón etc.) o por medio de sus propios y específicos agrupamientos sociales.

Con el tiempo, buena parte de los liderazgos de estas organizaciones empezaron a manifestar los mismos vicios atribuidos a los servidores públicos; es decir, no todo el presupuesto lo destinaban a la obra o acción prevista, rasuraban los apoyos de sus agremiados, los distribuían con parcialidad dando preferencia a sus incondicionales, amistades y familiares; o los administraban pésimamente en la mejor de las situaciones.

De esta forma nos encontramos ante el hecho de que también en el liderazgo social, como en los servidores públicos, hay proclividad a que les crezcan las uñas en el manejo de los dineros públicos. Ahora, en tono de broma irónica, proclamo que no nos queda más que esperar a los marcianos para que nos vengan a ayudar a administrarlos en forma honesta y eficaz; porque nosotros definitivamente no podemos.

El dinero mal habido, sabemos desde siempre, es canijo y acanalla. Ha hecho severos estragos dentro de la administración pública como en la organización social. Tan es así, que el más bragado e impoluto se vuelve trozo de mantequilla y facilito ante un buen fajo de billetes, sobretodo si son verdes.

La alternativa que hemos encontrado para superar tan lamentable situación es la administración mancomunada de los presupuestos públicos. De tal suerte que, en los mejores términos, los productores vigilen a los servidores públicos, así como éstos a aquellos.

Esta vigilancia mutua debe darse dentro de un marco de transparencia total, rendición de cuentas y auditorías sistemáticas, tanto contables como sociables; con adopción de criterios y toma de decisiones de manera conjunta que garanticen equidad e imparcialidad en la asignación de los dineros. Sólo de esta manera podemos enderezar o minimizar lo torcido que andamos ante la falta de una cultura de ética y moralidad en nuestros actos, civiles y gubernamentales; privados y públicos.

Lo otro, que ya nos consta a todos, es que la corrupción no reconoce ideologías, clases sociales, desempeños, razas o credos. Nadie está a salvo ni inmune a ella en principio. Es la gran medusa contemporánea que convierte en corruptores y corruptos a cual más. Ahora sabemos que el que grita ¡al ladrón!, puede ser el primer ladrón. Que el incorruptible de día sea el avieso de noche. Que el honesto público sea el estragado privado. Que el luchador social puede devenir en lucrador social y el político acendrado en millonario súbito. Que la peor prostitución, más que la corporal, es la de la conciencia.

El usufructo del poder y del dinero público puede corromper a quien lo detente en el tiempo. Entre más largo sea el periodo y grande el poder y los recursos económicos detentados, mayor será la capacidad de corromper y corromperse. Solamente principios y valores sólidamente asentados y consolidados; así como firmes convicciones éticas y de servicio social, pueden contrarrestar la tentación de morder la manzana de la corrupción que provoca degradación moral.

La vigilancia de todos y la transparencia en el ejercicio de los dineros públicos contribuyen a inhibir lo que está en la condición humana como flaqueza permanente: la obtención de algo o eludir una responsabilidad por encima y fuera de las normas y leyes a cambio de una retribución ilegítima económica, política o social.

Pero lo peor que nos pueda pasar es que nos volvamos cínicos, hipócritas, conformistas o hagamos mutis frente a la corrupción pública y privada.

PD1. Toda protesta de cualesquier lacra social para que trascienda debe convertirse necesariamente en una revolución ética en el consciente colectivo.

PD2. En el día internacional de la mujer, reconozcamos los hombres que todavía nos embarga y preservamos una cultura fálica, hipócrita y dominante.

PD3. Marlon Brando en la película Apocalipsis, sobre la guerra en Vietnam, exclama: “Es el horror,… el horror”. Aquí en México, podemos decir: “Es la corrupción… la corrupción”.