18 noviembre,2022 5:00 am

Irmgard Keun: la escritura artificial

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Adán Ramírez Serret

 

Hay un video en Youtube llamado Anita Berber, epítome del exceso en la República de Weimar, en donde se ve a una mujer joven, en blanco y negro, bailando con diferentes atuendos, algunos extravagantes, paños y telas; otros provocadores para la época, vestida de hombre y con un corte de pelo corto y también con poca ropa. Este video es una película expresionista alemana de los años 20 que mostraba la vida de una joven mujer, como había muchas en la época, que comenzaba a trabajar en una Alemania sumergida en una profunda pobreza en la cual muchas veces terminaba prostituyéndose. Ese exceso, esa “depravación” tiene desde luego un tinte machista. Porque los hombres siempre han bebido y tenido sexo, pero cuando lo hace una mujer se transforma en depravación y exceso.

El mundo de entreguerras fue fundamental para el siglo XX, pues allí se gestaron muchos de los cambios profundos que se vivirían las décadas siguientes. En la liberación de las mujeres en específico. Alemania veía derrumbarse la República de Weimar mientras se erigía el Partido Nacionalista Obrero Alemán, que daría pie al nazismo.

Pienso en ese video, bello, lleno de aura y expresionismo, porque ejemplifica bien la estética de la novela La chica de seda artificial, de Irmgard Keun (Berlín 1905-Colonia, 1982), publicada por primera vez en 1932.

Es la historia de Doris, una mujer alemana que cuenta su historia en sus primeros años en la provincia y después su vida en Berlín. Su paso de niña joven y enamorada, a mujer resignada y libre.

La historia comienza con Doris trabajando como secretaria. Está contada en primera persona y es muy interesante porque ella siempre se ha sentido en desventaja por su clase social, por su educación y por su sexo. Por lo que mientras cuenta la historia, ella va diciendo todo el tiempo lo contrario. Que no ha tenido una vida del todo pobre, que siempre ha sido muy buena escribiendo y que no se siente para nada en desventaja frente a los hombres.

El tono de la novela es divertido, Doris sufre acoso, desventuras amorosas, pero vive. Muchas veces triste, pero le gusta sobrevivir; ser feliz con lo que tiene. Quizá tenga que ver con cierta conciencia de estar cambiando el mundo. Sí, porque la historia de Doris es la de muchas mujeres que hacían algo por primera vez. Eran las primeras en trabajar, en buscar menos desigualdad con los hombres y en pensar en una emancipación sexual.

La historia de la propia autora, Irmgard Keun, es por demás significativa. Fue pareja del célebre y magnífico autor Joseph Roth, quien cuando leyó La chica de seda artificial, lejos de apoyarla, escribió una reseña negativa. Ser mujer y escribir, era ser despreciada en su círculo privado.

Sobre la reseña negativa de Roth, podemos ver que es injusto con el paso del tiempo, pues mucho más allá de la fuerza histórica que tiene la novela –el feminista, por supuesto–, leyéndola de la manera más objetiva, es una obra contada de manera ágil. Doris tiene la capacidad de hacer una radiografía de sí misma y del mundo que le rodea. Toca la fragilidad con el humor para superarlo. Dice, por ejemplo, “la luz blanca de la luna relucía en mi cabeza , pensé en lo bien que la iba a mi pelo negro y en que era una lástima que no pudiera verme Hubert porque al fin y al cabo es el único al que he querido”.

El título nos dice mucho, la seda artificial es importante. La ropa, los abrigos y las faldas son fundamentales para Doris, la reinventan, la definen, visten su desarraigo. En el cual descubre que no puede, no quiere ser una mujer auténtica como lo fueron las mujeres de su familia. Quiere ser diferente, artificial.

Irmgard Keun, La chica de seda artificial, Barcelona, Minúscula, 2019. 173 páginas.