30 agosto,2021 5:36 am

La bahía

Silvestre Pacheco León

(Segunda de cinco partes)

 

El contexto

Cuando el movimiento por el rescate y la preservación de la bahía de Zihuatanejo surgió como respuesta a la creciente contaminación provocada por la privatización de las bellezas naturales, a finales del siglo pasado, había una sociedad empoderada que quiso intervenir en su destino debatiendo sus propuestas alternativas.

Desde 1988 en Zihuatanejo quedó sembrado el espíritu de una ciudadanía participativa. Su detonante fue el plantón frente al Palacio Municipal que se estableció contra el gobierno priísta de Gabino Fernández siguiendo el ejemplo del cardenismo en los municipios de Petatlán y La Unión contra la imposición de Carlos Salinas de Gortari en la Presidencia de la República.

La izquierda en el puerto hegemonizaba el pensamiento de avanzada a través de su participación electoral y en los medios de comunicación como la radio con el programa “Charlas de Café” de la estación Stereo Vida que hizo época en el tratamiento de temas sociales y políticos de amplio interés local.

La influencia de la radio se amplió con la señal de Aquamarina, una estación comercial puesta al servicio de la comunidad que funcionó como radio comunitaria en la que había libertad para que casi todas las personas con iniciativa pudieran tener su propio programa con el solo requisito de llegar por su propia cuenta a la estación, localizada fuera de la ciudad, en una ladera del ahora llamado Cerro del Pegaso, en las inmediaciones de Ixtapa.

Se vivía también un auge de la prensa escrita donde la revista Costa Libre marcaba la pauta en los temas de cultura, derechos humanos, ecología y democracia, surgiendo en esa época nuevos periódicos y lectores que obligaron a salir del marasmo a los periódicos tradicionales.

En el ámbito nacional vivíamos la época convulsa del Salinato dedicado a privatizar los bienes públicos para beneficio de sus allegados.

Ya habíamos pasado por la privatización de los bancos que el gobierno de José López Portillo nacionalizó y luego regresó a sus antiguos poseedores. Así vivimos el dominio del capital cuando los usuarios de Telmex, que era empresa del gobierno, festejaban la idea de su privatización creyendo en el argumento oficial de que en manos de empresarios el servicio telefónico sería mejor para todos, cuando en los hechos solo aumentaron las tarifas.

En el exterior el gobierno avanzaba en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá que era el camino ofrecido para acceder al mundo del desarrollo después de haber pasado por la pesadilla de la devaluación que de sopetón nos igualó a todos en pobreza.

Fue también la época de los asesinatos políticos, primero del candidato priista a presidente de la República, Luis Donaldo Colosio, el 23 de marzo de 1994, y el 28 de septiembre del mismo año de José Francisco Ruiz Massieu, cuñado del presidente, quien había sido gobernador de Guerrero y estaba a un paso de convertirse en dirigente nacional del PRI.

La narrativa

Zihuatanejo entonces se había anclado en el activismo ciudadano promovido por el movimiento cardenista del 88 que dio viabilidad a la oposición de izquierda para gobernar el municipio, y en ese ambiente la narrativa de aquel foro ciudadano sobre la problemática de la bahía inició escuchando las vivencias de quienes conocieron el paraíso terrenal.

Unos y otros de los presentes se afamaron por el privilegio de haber crecido donde la naturaleza reunió el azul profundo del mar con el perenne verdor de los manglares. Todos coincidieron en recordar la transparencia del agua de la bahía que permitía mirar la arena del fondo con su variedad de especies vivas como las almejas rojas que dieron fama a Zihuatanejo.

Había tantas que “en cualquier playa las podías tocar y capturarlas con tus pies”, compartían eso en sus pláticas mientras los pescadores de la cooperativa Vicente Guerrero recordaban que el envío diario de ese molusco a la ciudad de México para su venta exclusiva en un prestigiado restaurante de la avenida Insurgentes despertó interés por Zihuatanejo y trajo bonanza a sus agremiados.

Los bancos de ostiones eran otra maravilla dentro de la bahía, pegados a la rocas frente al eslabón perdido (o encontrado, porque ese nombre del lugar correspondía al eslabón de una cadena, supuestamente de una ancla de bergantín que quedó hundida en el lugar). De su abundancia nació una extendida red de buzos dedicados a su captura y de ellos se mantenían usando una simple cámara de llanta para flotar, un visor y una barreta.

De mayo a septiembre, contaban, era la temporada de arribazón de las “caguamas” que era el nombre común de las tortugas carey, laud y golfina a las playas  de la bahía. Durante la eclosión de sus huevos era la fiesta de pájaros, perros, mapaches y cocodrilos asediando a las crías mientras los lugareños escogían entre los ejemplares adultos la mejor para el guiso de la ocasión.

Era tanta la producción de tortugas que se hizo negocio destazarlas para quitarles la piel regalando el sobrante entre la población, hasta que intervino el gobierno con interés monopolizador estableciendo en el puerto la planta de Productos Pesqueros donde los miles de ejemplares se convertían en salchichas para la exportación.

Los pescadores de cuerda y tarraya recordaban que no era menester ir tan lejos en sus pangas de remos para obtener sustento diario porque la abundancia de pesca era proverbial.

La bahía era una extensión del patio de las casas para los jóvenes que durante el recreo y la salida de clases se bañaban en el muelle donde aprendieron a nadar, pescar, bucear. Aún sin proponérselo muchos de ellos se certificaron como zancas cumpliendo con el ritual de cruzarla a nado durante los festejos del día de la Marina, 500 metros desde el muelle de Las Gatas hasta la playa principal, como una manera creativa y práctica de conocerla y quererla.

A nadie de los ahí reunidos le pasó por alto hablar del despertador natural del puerto con la algarabía de los pájaros que tenían como dormitorio los manglares en cuyas raíces los pescadores tenían su reserva de carnada viva con sardinas y anchovetas para su jornada en el mar mientras los niños aprendían ahí, como jugando, el manejo de las artes de pesca.

Parte de la costumbre en la vida de las familias de Zihuatanejo era el paseo dominical a las playas vecinas en las que no había mayor obstáculo para su acceso que la distancia.

Las playas preferidas eran la del cerro del Almacén y Contramar en el poniente de la bahía, y al oriente la Madera con su pequeña ensenada, después de la más concurrida playa Principal, pero todos coincidían en que la  más larga y soleada de arena casi blanca era la Ropa con su estero de cocodrilos en el extremo sur donde entronca con el camino aledaño a la playa de Las Gatas, cuyo muro natural paralelo a la bocana dio origen a increíbles leyendas.

Contaban que en aquel tiempo la gente vivía feliz con lo que tenía, y que sus pretensiones eran simples, y amable su relación con la naturaleza.

De esa situación que revivían en su memoria esas pocas decenas de lugareños procupados surgió el contraste con la realidad que discutían, caracterizada por una contaminación de la que todos se sentían víctimas y responsables.