17 abril,2023 5:00 am

La Belisario, para Poniatowska

La República de las Letras

Humberto Musacchio

 

La Belisario, para Poniatowska

Formalmente, la Medalla Belisario Domínguez se impone a mexicanos que han realizado acciones en beneficio de la nación o de la humanidad, pero en el origen de la presea está el ejemplo del legislador chiapaneco, su valor civil, su firmeza para condenar a quienes traicionaron el orden basados en el poder de las armas, lo que le costó ser torturado y asesinado. La bienamada Elena Poniatowska es de esa estirpe, lo ha demostrado una y otra vez cuando ha sido necesario. Para la generación del 68 –la mía–Elena es una heroína, pues La noche de Tlatelolco, su libro insoslayable, es un enérgico, dolido y terminante “Yo acuso” contra los asesinos. Publicó esa obra en 1971, cuando todavía no se apagaba la sed de sangre de Gustavo Díaz Ordaz y el gobierno protegía a ése y otros priistas criminales que disfrutaron de impunidad por el resto de sus vidas. Pero la Ponia, como le dicen cariñosamente, es una periodista desde la adolescencia y sus entrevistas son alto ejemplo de inteligencia. En la mayoría de sus libros hay una sincera solidaridad con los marginados, con los oprimidos y los olvidados por el progreso. Recibe ahora una merecidísima distinción a la que dignifica con su trayectoria de luz. ¡Felicidades, querida Elena!
Norma antiplagio en la UNAM

El pasado viernes entraron en vigor diversas modificaciones a la normatividad de la UNAM, las cuales –dice la información de la casa de estudios– permitirán anular exámenes, títulos y grados que se hayan obtenido “en forma deshonesta”. Contra lo que pudiera pensarse, no se trata de proceder contra los plagiarios. Lo que buscan las autoridades universitarias es eludir el caso de Yasmín Esquivel, la ministra de la Suprema Corte “de Justicia”, pues se alega que tales disposiciones no pueden aplicarse retroactivamente. En realidad, las reformas anunciadas son un pretexto, pues en la legislación mexicana existen varias disposiciones aplicables al caso. Pero se trata de avalar el desafuero, no de hacer justicia.

Sala Museo Pedro Valtierra

Muy merecidamente, una de las nueve salas del Museo Ágora de Fresnillo está dedicada a Pedro Valtierra, nativo de esa ciudad zacatecana y una de las figuras mayores de la fotografía mexicana. El espacio ofrece varias de las mejores gráficas de ese genio de la lente, así como objetos que han marcado la vida del director y fundador de la agencia Cuartoscuro, como son las estatuillas que se le entregaron cuando recibió diversos reconocimientos, como el Premio Nacional de Periodismo o el Premio Internacional Rey de España, la ampliadora que usó en otro tiempo para imprimir sus tomas, las cámaras analógicas que empleó en misiones periodísticas en varios países y otros objetos que hablan de su fructífera trayectoria.

Eduardo Mejía y el género

En un viejo texto, el siempre agudo Eduardo Mejía expone dudas y certezas sobre el uso que hacemos de los géneros: “¿Por qué Modisto de señoras? ¿No debería de ser modista?”. Por eso, agrega Lalo, “aunque sea hombre, debe de ser Modista de señoras…”, y recuerda que en 1970 el Diccionario de la Real Academia Española sólo aceptaba modista; “el Corripio, que debería de ser el oficial para el mundo de la edición, registra modisto, pero como barbarismo”, aunque el lexicón académico de 1992 ya acepta modisto como “hombre que se dedica a la confección de vestidos de mujer”, en tanto que para los que se ocupan de diseñar ropa de hombre está el término sastre, “pero no sé si las mujeres que diseñan ropa masculina deben ser llamadas sastresas”, pues el mismo Diccionario llama o llamaba choferesas a las mujeres que conducían autos (de manera profesional). Pero a la que elabora ropa de hombre “le dicen sastra, así de ridículos. Y en ninguna edición reciente del DRAE admiten beisbolisto, futbolisto o dentisto”.

Juicio a 50 años de cine

Tomás Pérez Turrent, uno de nuestros más altos críticos de la pantalla grande, finado en 2006, escribió en el número 14 de la revista Territorios (enero-febrero de 1983), la que dirigía el inolvidable Roberto Escudero, lo que sigue: “La historia de estos 51 años de cine mexicano sonoro es la historia de una crisis o de una serie de crisis unidas una a otra sin solución de continuidad. En esos 51 años de existencia, con cerca de 4,000 películas, los productores, en complicidad con el Estado y a menudo los sindicatos del sector pueden presentar el siguiente balance: un cine económicamente miserable, culturalmente ineficaz, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo y socialmente inútil. En permanente crisis y entre continuadas y cíclicas ‘reestructuraciones’ (que en el último sexenio se hacen con periodicidad mensual y aun semanal), el cine mexicano ha sido en este medio siglo un instrumento exclusivo en manos de la clase dominante y ha servido de sostén de un orden injusto y dependiente, agente activo del colonialismo cultural mediante la fabricación de productos ínfimos, alienantes y propagadores de valores ideológicos tendientes a perpetuar ese dominio”. Un juicio contundente, demoledor, cuando acababa de terminar el ominoso reinado de Margarita López Portillo sobre “nuestro” séptimo arte.