15 julio,2018 4:39 am

La cañada del río Azul

Silvestre Pacheco León
 
Esperamos que el cambio que votamos los mexicanos el 1 de julio sirva para aliviar la contaminada Cañada del río Azul generada por las aguas residuales de Chilpancingo que afectan a los vecinos de los municipios de Mochitlán y Quechultenango, en la región Centro del estado.
Si se cumple con la Constitución de la República que en su artículo cuarto establece que “Toda persona tiene derecho a un medio ambiente sano para su desarrollo y bienestar… (y que) el Estado garantizará el respeto a este derecho, (fincando) responsabilidad para quien lo provoque”, tenemos que actuar en consecuencia porque los daños son cuantiosos y miles los afectados en años de abandono gubernamental.
La riqueza cultural, las tradiciones, la producción rural y las bellezas naturales que complementan el ambiente único de la cañada, deben ser atendidas con urgencia porque dichos recursos, saneados y rehabilitados constituyen la plataforma para el desarrollo.
Si no se emprenden pronto las acciones de mitigación los habitantes de los pueblos afectados por la contaminación deberíamos demandar al gobierno local y estatal su pronta solución declarándonos damnificados.
Es bien sabido por los paseantes de Chilpancingo que visitan los balnearios de Santa Fe y El Borbollón que en esta temporada el disfrute del baño en las aguas del río Azul es altamente peligroso para la salud porque durante toda la temporada de lluvias el escurrimiento de las aguas residuales del Huacapa las contamina.
El mayor crimen ambiental en ese deterioro ha sido la contaminación del manantial del nacimiento del río Azul. Las aguas transparentes que nacen en El Borbollón para dar vida al río están ahora ahogadas en la inmundicia, víctimas de la indolencia oficial.
Los damnificados
Los vecinos de los pueblos de Coscamila y Santa Fe, que viven de ofrecer alimentos y productos de la temporada a los visitantes, lo mismo que muchos campesinos con cultivos en la margen del río, hace años que son damnificados porque sus ingresos han mermado junto con el flujo de visitantes que ha disminuido durante la temporada de lluvias en esos lugares.
Después de las catastróficas lluvias de septiembre del 2013 que inundaron la cabecera municipal de Quechultenango la situación de riesgo ambiental y sanitario creció en toda la zona, pero particularmente en el balneario de El Borbollón donde una poza de menos de 200 metros cuadrados recibe a cientos de bañistas que acuden a la fiesta patronal de Santiago Apóstol, con un impacto tan alto que rebasa con mucho su capacidad de resiliencia.
Las caudalosas y violentas crecientes del Huacapa han ido reduciendo el estrecho margen que separa su cauce con la poza mencionada, lo cual la pone en riesgo de ser contaminada si no se toman de inmediato las medidas conducentes para evitarlo.
La intervención de las autoridades
Hace unos días el titular de la Semaren tuvo el tino de visitar los dos balnearios mencionados y en compañía del presidente municipal de Quechultenango recorrieron y constataron la vulnerabilidad de la zona de la que un técnico en retención de suelos diagnosticó y dictó las medidas conducentes en atención a la preocupación tanto de los locatarios que usufructúan las zonas de enramadas, como los vecinos de la Gran Fraternidad Universal que habitan el fraccionamiento de El Borbollón atraídos por la armonía rural y las bellezas naturales del río Azul.
Conforme a la propuesta del técnico, se trata de evitar prioritariamente la contaminación de la llamada Poza del Chorro, la única del lugar que durante de temporada de lluvias se mantiene aprovechable para las actividades recreativas.
Para ello es urgente reforzar el delgado y erosionado camellón que la separa del cauce del Huacapa mediante el sistema de gaviones que consiste en tecorrales de piedra metidos dentro de un armazón de malla metálica, más el reforzamiento con la compactación de tierra y la siembra de árboles para que le den consistencia y a la larga sean su defensa.
El otro problema grave que encontraron es la erosión del suelo en los márgenes de la poza, que está dejando al descubierto la intrincada red de raíces de parotas, amates, guamúchiles, coscahuates, anonas y ahuejotes que están quedando sin sustento en el suelo con el riesgo de colapsarse por el viento o las lluvias torrenciales.
Los árboles en vulnerabilidad
A últimas fechas por efecto de la erosión ha caído un coscahuate o cacahuananche, y un guamúchil está al punto del colapso porque es de una de sus ramas que los bañistas se columpian para tirarse clavados.
Una palma de cocoteros, emblemática del lugar, con más de 100 años de edad, ha quedado débil en un islote dentro de la poza, y su previsible caída será una catástrofe.
Este problema de erosión que vive la poza se generó por la falta de vigilancia y la carencia de autoridad.
Como es tan pequeña la poza alguien tuvo la idea de subirla en su nivel, reteniendo el flujo natural del agua con un muro de sacos de arena. Al subir el nivel el agua de la poza, además de poner en riesgo a mucha gente que no sabe nadar, humedeció el terreno y erosionó el suelo con una rapidez pasmosa descubriendo las raíces de los árboles y poniéndolos en riesgo, lo cual obligó a que la gente retirara el obstáculo para volver a su desfogue natural.
Pero ahora el daño está hecho, y cada día el suelo que sustenta los árboles está desapareciendo arrastrado por la corriente.
Por eso urge detener la erosión y prevenir la caída de más árboles en esta época particularmente delicada porque con motivo de las fiestas patronales en Quechultenango llegan hasta este balneario cientos y quizá miles de paseantes que no atienden ninguna disposición para cuidar del medio ambiente.
Los locatarios de El Borbollón, la familia concesionaria de la zona federal y sus vecinos de la Gran Fraternidad Universal hacen lo que pueden a favor del ecosistema, pero hace falta la intervención oficial para reponer, reconstruir y mitigar el daño ambiental que todos sufrimos.