21 septiembre,2017 6:29 am

La deforestación, origen de las desgracias en el entorno de la laguna de Tres Palos, dice damnificado

“La deforestación es la madre de todas las desgracias”, señaló el restaurantero de Tres Palos, Alberto Ponce Hernández, quien fue uno de “tantos” damnificados que no recibieron “ni un peso” luego de la destrucción que dejaron la tormenta Manuel y el huracán Ingrid, que acabó con su negocio, afectó su casa y que mermó su salud.

Responsabilizó a las autoridades de la tardía apertura de la barra en la laguna de Tres Palo, lo que provocó las inundaciones.

La entrevista se realizó hace dos días en el Varadero de Tres Palos, a donde se llega por una brecha, una desviación de la autopista Metlapil, en la zona Diamante de Acapulco.

En el camino, antes de llegar al negocio de Pedro Ponce, hay dos residencias que lucen abandonadas. Hay también cinco restaurantes cuya apertura sólo la realizan los sábados y los domingos, y donde ofrecen pescados y mariscos al turismo local.

La altura que alcanzó el agua el 15 de septiembre de 2013 en esa zona superó los cuatro metros de altura, pues tan sólo en el restaurante Gaby del cual es propietario don Alberto, el techo supera los dos metros y medio de altura.

“El agua tapó el techo. Yo alcancé a salir nadando en la mañana cuando el agua aún lo permitía, salí hasta Metlapil, pero una corriente me agarró y me lastimé el pie”, contó.

Don Beto como lo conocen los habitantes de Tres Palos, llegó al Varadero cuando tenía 16 años y sólo se entraba a caballo o caminando, pues el accidentado camino impedía la entrada incluso de bicicletas. Alberto cuenta ahora con 65 años de edad.

Dijo que hace años hubo un intento por proyectar Varadero como un atractivo gastronómico de la región; sin embargo, pocos prosperaron y sólo tres se mantienen en pie. Únicamente el negocio de don Alberto, quién dedico 50 años de su vida a la pesca, ofrece el servicio todos los días en su pequeño negocio.

Lamentó que a pesar de que los negocios son el sustento de al menos cinco familias de Tres Palos y brindan empleo a una decena de trabajadores, ellos pagan el rastrilleo (con una pala mecánica) de la brecha para llegar a los restaurantes del varadero.

Ponce Hernández confesó que hace cuatro años prefirió atender sus lesiones una vez que la corriente lo arrastró, y prefirió dejar de “andar tras” los censadores para recibir una tarjeta con 10 mil pesos y reponer algunos enseres.

El 15 de septiembre de 2013 el agua subió el nivel en sólo 30 minutos durante la tarde y a las 8 de la noche, el restaurantero estaba fuera. Al día siguiente, las casas estaban cubiertas de agua.

“Parecía que echaban agua en una tina cuando comenzó a inundarse todo. La gente alcanzó a salir, pero con Manuel comenzó a llenarse como cuando le echas agua a una cubeta con una manguera, y en media hora se inundó todo, después de 5 horas todo era insostenible”, narró.

La ayuda qué don Alberto y su familia recibieron fue la de clientes y viejos amigos, porque la del gobierno nunca llegó.

Recordó que inundaciones similares ocurrieron en 1930 y otra en 1968 pero ninguna equiparó la destrucción del 2013.

“Antes de Manuel hubo otra inundación en 1985, pero después de esa, las tormentas se han venido repitiendo y son cada vez más fuertes. Debemos tener cuidado, porque no me quiero ir de aquí, me siento mejor aquí que en ninguna parte”, confesó al responder si dejaría la zona.

Señaló que con el paso de los años la laguna requiere de ayuda porque la barra ya no se abre sola.

Y equiparó la ayuda que el cuerpo de agua requiere, a la asistencia que realiza una partera a una mujer que va a dar a luz: “a la barra se descarga por dentro para que quede un tope muy delgado y cuando abren la barra sólo se le rasca un poco y la presión del agua empuja toda la arena”.

Más allá de las pérdidas materiales, con el paso de los fenómenos naturales don Alberto lamentó la pérdida de superficie de bosques de manglar, pues como pescador sabe que el refugio de toda la vida son sus raíces.

“Teníamos una cordillera de árboles de un extremo hasta el pueblo; con árboles de más de150 años de edad porque le contábamos los anillos de crecimiento en el tronco, pero todo eso se ha terminado y eso tiene que ver con el trato a la laguna. Eso es muy triste. Esos desarrollos nos han venido a amolar, han desaparecido manglares grandísimos, la pesca era más abundante”, recordó.

“Ahora, esto es lo que nos queda”, comentó melancólico señalando a la laguna de Tres Palos, porque se asume “como un triste soñador que creen que las cosas pueden cambiar”.

Sin embargo, exigió a los funcionarios “a hacer su trabajo y no pensar en hacer milagros si no sólo su trabajo, hace respetar la ley”.

Texto: Karla Galarce Sosa
Foto: Jesús Trigo