30 julio,2020 5:19 am

La educación como espacio de reconciliación

Humberto Santos Bautista

 

En el artículo titulado Lo que hacemos en las Universidades del Bienestar, firmado por el profesor Román A. Hernández Rivas, y publicado en estas páginas el martes 28 de julio, se hace alusión a una entrevista que tuve con el periodista Zacarías Cervantes sobre el mismo tema, y por la importancia que la cuestión educativa tiene para un estado como Guerrero, me parece pertinente hacer algunas precisiones fraternas con finalidad que abrir un diálogo sobre uno de los problemas que siempre han tenido un trato marginal en casi todos los periodos de gobierno –tanto a nivel federal como estatal–, como lo es el de la educación pública, lo cual ha propiciado la instrumentación de programas descontextualizados, que no le han servido al estado para salir del atraso.

Un ejemplo de esa contradicción es que por muchos años lo que más egresaba de las instituciones de educación superior en Guerrero, eran profesores de las escuelas normales y abogados de la facultad de derecho de la UAGro, y los problemas más graves que desde entonces se tenían, eran la violación a los derechos humanos y el rezago educativo.

Esa incongruencia, alimentada por una política escolarizante que no educativa– nos ha salido muy cara a los guerrerenses y no la hemos podido resolver. No es casual que en Guerrero se haya creado la primera comisión de derechos humanos, antes que la propia CNDH, como reconocimiento implícito de una realidad que el estado no podía seguir negando. Esto es lo que me parece que debiera tenerse presente en cualquier proyecto educativo y las llamadas Universidades del Bienestar no debieran ser la excepción, porque en Guerrero los proyectos descontextualizados que se han instrumentado, lejos de contribuir al bienestar, han servido para reproducir intergeneracionalmente la pobreza.

Por todo esto, no comparto la afirmación del profesor Hernández Rivas de que “hay un intento de criticar a AMLO, cuestionando sin conocer el trabajo que hacemos en las UBBJG…porque eso..(…)…es caer en la misma práctica clientelar y demagógica que busca criticar”.

Siempre he pensado que la universidad pública es el espacio donde se crea y se recrea la pluralidad del pensamiento, donde se forma la conciencia crítica de una sociedad y que los ciudadanos tenemos el deber ético de ejercer la crítica permanente a las políticas que se instrumentan, en el discurso, para mejorar las condiciones de vida de la población. En ese sentido, hago uso del derecho ciudadano que me da el haber votado por el Presidente Andrés Manuel López Obrador y atendiendo la recomendación que él mismo le ha hecho al pueblo de México: “Traer a mecate corto a todos los funcionarios del gobierno”. Por eso, me parece fuera de lugar que a la crítica se le quiera asignar, casi por sistema, un papel conspirativo, y se olvida que una sociedad que renuncia a la crítica, se vuelve ciega de sus propios errores y que sin el ejercicio de la crítica, nunca hubiéramos llegado a la transición histórica que se logró en las elecciones del 2018. Por supuesto, no está de más precisar también que hay una distancia que siempre media entre lo que dice el Presidente y lo que finalmente hacen algunos de sus colaboradores.

En consecuencia, la cuestión de que si las UBBJG se vuelven espacios de “clientelismo político”, eso es un asunto que deberán resolver sus propios actores, aunque no está de más señalar que en Guerrero, ese tipo de experiencias no han sido muy alentadoras. El profesor Hernández Rivas siembra esa duda cuando dice que el proyecto de las UBBJG ha sido impulsado por el partido Morena, y la figura de la Universidad-Partido esa sí puede ser una contradicción si se tiene en cuenta que por principio, los fines de la universidad y de un partido político son, por esencia, diferentes. En la universidad se aprende a pensar y no estoy muy seguro que un partido político tenga la misma finalidad.

Es alentador saber que las UBBJG se inspiren en el legado de Jaime Torres Bodet, único mexicano que ha ocupado la dirección de la Unesco y que ocupó dos veces la titularidad de la SEP; pero hay que precisar una diferencia que no es menor: Torres Bodet se benefició de las experiencias de aprendizaje que le quedaron de su relación con José Vasconcelos, nada menos que el fundador de la SEP, y eso le permitió llegar con un proyecto propio las dos veces que ocupó el cargo. La primera vez, en el gobierno de Manuel Ávila Camacho (1940-1946), se dio cuenta de que el problema mayor del sistema educativo estaba vinculado con la casi nula formación de los docentes y creó el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio (IFCM) que en ese tiempo fue el sistema de educación a distancia más grande de América Latina, y ahí no solo se formaron miles de maestros mexicanos, sino que hubo una mejoría notable de la educación que se ofrecía al pueblo; y en su segundo periodo como secretario de Educación, en el gobierno de Adolfo López Mateos (1958-1964), impulsó el llamado “Plan de Once Años”, el cual también contribuyó a que el servicio educativo mejorara cualitativamente, y fue interrumpido abruptamente con la represión estudiantil en 1968. El proyecto educativo se interrumpió y desde entonces las políticas sexenales priorizaron modelos externos y descontextualizados que instrumentaron, sobre todo, en la educación básica y en las instituciones formadoras de docentes. Toda la etapa neoliberal fue un  periodo de oscurantismo pedagógico, porque metieron en una crisis a la escuela pública de la que todavía no ha podido salir.

Me llama la atención el último párrafo del artículo del profesor Hernández Rivas, porque yo sigo pensando que los pobres y marginados tienen derecho a recibir la mejor educación, porque es casi la única posibilidad que tienen para salir de la miseria, y porque una educación de calidad no puede seguir siendo un privilegio a la que solo tiene acceso una minoría.

En Guerrero casi siempre citamos a Ignacio Manuel Altamirano como el mejor ejemplo de que una buena educación ayuda para salir de la pobreza en el sentido más completo del término. Altamirano lo pudo hacer porque tuvo como maestro quizá a uno de los pensadores más brillantes de la generación liberal del Siglo XIX: Don Ignacio Ramírez. Altamirano fue además, no lo olvidemos, el creador del normalismo nacional y el padre de la literatura nacional, la cual convirtió en el espacio de reconciliación nacional. Lo deseable sería que también ahora, la educación pasara a ser ese gran espacio de reconciliación nacional que nos está haciendo falta. En 2021, se cumplirán cien años de la creación de la SEP y es muy preocupante que lleguemos a esa conmemoración con los rezagos acumulados que ahora tenemos, porque entonces no habrá nada que celebrar.

Me parece que la llegada del primer centenario de la SEP, es una gran oportunidad para abrir un diálogo generoso sobre un tema que, en lo personal, me apasiona, porque creo que es la base para trasnformar la república, dado que los cambios verdaderos o son culturales o no podrán ser. No soy militante de ningún partido político, pero estoy convencido de que tenemos que luchar por impulsar una verdadera política educativa de Estado para terminar con las ocurrencias sexenales que han deteriorado a la escuela pública y han contribuido a hacer más grandes las brechas del rezago educativo. Yo soy un simple educador que trata de hacer su tarea desde las aulas porque la educación, me parece, es ya casi el único espacio público que nos está quedando para transformar a nuestras sociedades y lograr cambios duraderos. Pero la tarea de educar no se puede improvisar.

* Ex director honorario de la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa