27 diciembre,2022 5:16 am

La epifanía del fulgor kamikaze

(Primera de dos partes)

Federico Vite

Si yo le dijera que el turismo puede abrirle puertas a la literatura seguramente me tildará de exagerado; pero si pensamos que el turismo facilita, casi de manera natural, el lobby literario, ¿le seguiría pareciendo exagerado?
En El optimismo de la voluntad (México, Fondo de Cultura Económica, 2009, 329 páginas), del editor español Jorge Herralde encontramos algunas aseveraciones como la siguiente: “Tantísimos y excitantes y gozosos viajes a México desde los años 60 me obliga a reseñar, en este módico formato, tan sólo una serie de impresiones.
El primer encuentro, en noviembre de 1973, fue poco editorial: uno de aquellos tumultuosos viajes organizados por Boccaccio (la discoteca de la gauche divine, etcétera), en un avión cuyos pasajeros tenían como leitmotiv divertirse a tope durante unos diez días, mientras el cuerpo aguantase. Llegamos el Día de Muertos y nos llevaron a un pueblo cercano, asistimos a la apoteosis de lo macabro, tan normal para los nativos. Luego, entre tequila y tequila, en el bar del Prado con el famoso mural de Diego Rivera, se planeaban los obligados safaris turísticos: las pirámides, los jardines de Xochimilco, la visita a un cabaret tan cutre y, digamos, buñuelesco que hacía palidecer a los más osados de Barcelona, el desmadre de los mariachis en la plaza Garibaldi, el impresionante Museo de Antropología, la bulliciosa explanada del zócalo frente a la Catedral, la tranca final en Acapulco, con el espectáculo a priori kamikaze de los clavadistas de La Quebrada lanzándose desde lo alto de la escarpada a las olas que emergían unos segundos, salvadoras, entre las rocas”.
El 27 de abril de 2021, Enlace Judío publicó en Youtube una entrevista con el empresario Aarón Fux, fundador de la discoteca Boccaccio y de los Viajes Boccaccio, una sui generis empresa. “Más que un empresario, representa toda una época de oro en el puerto de Acapulco, pues con la discoteca Boccaccio se convirtió en un icono de la mejor etapa turística de Acapulco”, refiere una voz en off a manera de presentación. El señor Fux señala: “Eran los finales de los años 60 y había en Acapulco más líneas aéreas que ahora, llegaban aviones de todo el mundo y de ese Acapulco es del que quiero platicar, en el que todavía había romanticismo, había bohemia y no estaba tan comercializado como ahora”.
La cosa empezó en el año de 1966, detalla, “yo y otros socios encontramos un lugar llamado Motel Roberto. Compramos ese lugar, cerca de la Base Naval. En esa época me enamoré de Acapulco y del negocio turístico. La primera industria en el país era el petróleo; la segunda, el turismo, y Acapulco era el lugar ideal para desarrollar esa potencia turística”, describe.
“Ya estando en Acapulco noté las carencias que teníamos turísticamente, nuestro hotel estaba cerca de Icacos, se llamó hotel El Tropicano (porque ya había un sitio llamado Tropicana). Durante los primeros días vimos que a la discoteca Tequila A Go Go le iba muy bien. Así que nos animamos a pensar que la inversión ideal era una discoteca. Hicimos una investigación para que se obtuviera una ley federal de venta de bebidas alcohólicas”, detalla. Y sólo gracias a la tenacidad, expone, se pudo obtener la licencia turística para vender alcohol y así se abrieron todas las puertas. Así nació Boccaccio, dice, y abunda al respecto: “El nombre se debe al libro del escritor italiano Giovanni Boccaccio. Se hizo una decoración florentina, de un estilo italiano característico, en la discoteca. Se nos criticaba mucho porque éramos unos don nadie, sin conocimiento del mundo artístico ni del turístico local. Nos veían raro. El 11 de diciembre de 1969 se abrió la discoteca y nos fue bien. Pero el 2 de enero de 1970 empezó una nueva promoción, debido a que no había clientes, y se invitaba a la gente con panderetas; se invitó al público local, el turismo normal, nada de asuntos elitistas, todo muy local. Todo el mundo era muy bien recibido en Boccaccio. Se creó una escuela de meseros y capitanes, de la forma de atender con cariño a la gente. Esa era la atención personalizada, ver a este sitio como un espacio noble y decente. Acapulco empezaba ya a nacer, llegaban los vuelos charters, que a mí se me ocurrieron porque fue la única manera de traer gente desde Canadá (Quebec, Toronto) y Estados Unidos. Se trataba de un público especial, pagaban el vuelo y el hospedaje a un precio accesible. Batallamos con líneas aéreas, porque éramos una competencia importante para ellos, rentábamos aviones y traíamos gente modesta que pagaba vuelo, hospedaje y comida. Tuvimos un litigio de 8 meses que dio frutos y se consolidó el Viaje Todo Pagado, conocido después como VTP. Logré que llegaran al puerto 3 mil personas semanalmente. Se llenaban hoteles desde diciembre hasta marzo, justo en la época de mejor clima del puerto”.
Fux notó que la única manera de crecer era literalmente traer gente para que conociera la calidez y las maravillas del puerto. No había infraestructura y la creó; en especial, puso atención a un hecho: propiciar las condiciones para el crecimiento mediante proyectos autogestivos. ¿Cómo? Realizó un procedimiento logístico acertado para posicionar en el mercado una serie de servicios turísticos únicos. Es decir, hizo que su negocio fuera un punto de encuentro que facilitaba el entronque de distintos discursos, distintas labores que derivaron en nuevas bifurcaciones empresariales. ¿Por qué termina el editor español Jorge Herralde en La Quebrada durante el primer viaje a México? Es necesario precisar la pregunta, ¿por qué Jorge Herralde creyó en el proyecto de Viajes Boccaccio? Justamente llegó en charter a Acapulco porque Acapulco se consideraba un punto esencial de este país que a la par de Jalisco, Veracruz, Chiapas o Nuevo León daba un mosaico claro de lo que implica la mexicanidad. De la mano de Fux, el editor tuvo la certeza de que Acapulco era, entre otras cosas, un fulgor kamikaze.
Viajes Boccaccio, básicamente una necedad nacida del amor del señor Fux por el puerto, consolidó el Acapulco de la vida nocturna impresionante, porque Acapulco era la capital de la vida nocturna en el mundo (algo impensable si se mira detenidamente nuestro puerto y sus problemas). A cambio de eso, ahora no tenemos nada sobresaliente, absolutamente nada que ofrecer aparte del sol y el mar. “Hay que tener una vocación para lograr una vida nocturna sana”, dice Fux en la entrevista y agrega: “Veo que actualmente Acapulco está muy diversificado, no es el mismo de antaño, pero Acapulco siempre logrará reanimar su vida nocturna y turística, sus bellezas naturales son únicas. Su clima”.
La discoteca Boccaccio cerró sus puertas en 1989. El señor Fux vive en la Ciudad de México desde hace años. Acapulco sigue teniendo imán, pero ahora ya no para el mundo de Hollywood, ya no para los turistas que derramaban dólares, euros o libras en los negocios locales. Ahora llega otro tipo de gente a conocer zonas menos luminosas, mucho menos atractivas que las de antaño, zonas ya gastadas, pide cosas baratas en las tiendas de conveniencia, se hospedan de a diez personas en un cuarto y pagan mil quinientos pesos por día. La vida nocturna del puerto es de una temeridad inusitada y el turismo que recibimos depreda. ¿Qué tipo de desarrollo propicia la gente así? Antes de aventurar una respuesta, vuelvo a Herralde, quien esencialmente habla de un país que le encanta y en el que ha logrado buenos dividendos editoriales. Todos sus autores nacionales están fuera de las costas mexicanas. Sus autores mexicanos los conoció en Barcelona, en Guadalajara y en la Ciudad de México. Durante la lectura de El optimismo de la voluntad se nota justamente la necesidad del lobby para “crecer” en el Continente Literario; por ejemplo, Juan Villoro fue recomendado directamente por Sergio Pitol, quien literalmente le abrió las puertas de Anagrama con una recomendación por escrito. “Soy amigo de Juan Villoro desde hace muchos años (¿quién puede no ser amigo suyo?), desde que aterrizó en Barcelona casi de pantalón corto, de paso hacia Alemania, con una carta de recomendación de Sergio Pitol, y le encomendé que tradujera un libro magnífico, Memorias de un antisemita, de Gregor Von Rezzori, que publicamos en 1988”, dice Herralde, ufano de su red de amigos y del lobby literario.
Ese editor barcelonés llegó a Acapulco por un paquete turístico de Viajes Boccaccio y de acá, sin duda, obtuvo una epifanía tropical, algo que Sergio González Rodríguez intentaría describir con un poco más de precisión en El hombre sin cabeza. Habla de esa otra región del alma que rebasa lo kamikaze e indica la ruta hacia lo atroz. De eso hablamos la semana entrante.