9 abril,2024 4:31 am

La magnificencia de una visión femenina

 

Federico Vite

 

 

Hamnet, a novel of the plague (Estados Unidos, Vintage Books, 2021, 305 páginas), de la escritora irlandesa Maggie O’Farrell, tiene una sutil, pero convincente exploración en la historia de la literatura mundial. Decide sondear, mejor dicho, recrear, la vida de quien se cree que es el único hijo de William Shakespeare: Hamnet Shakespeare. Más que un personaje es un mito al que O’Farrell dio seguimiento desde múltiples flancos. Sabemos que Hamnet murió a los 11 años. Su breve vida fue, cree O’Farrell, más significativa de lo que suponen los historiadores literarios masculinos. En la época de Shakespeare, Hamlet y Hamnet tenían –según el crítico literario Steven Greenblatt, quien publicó en New York Review of Books– el mismo nombre. Hasta ahora nadie había conectado a Hamnet y a Hamlet, lo que esencialmente logra un vínculo entre la vida de Shakespeare y la obra del dramaturgo. O’Farrell logró darle voz, cuerpo y consciencia a Agnes Hathaway, también llamada Anne Hathaway, la esposa de un hombre más joven que ella, con quien ha procreado tres hijos: Susana y los gemelos Judith y Hamnet.

A la edad de 18 años, Shakespeare se casó con una mujer llamada Agnes Hathaway, de 26 años. Estaba embarazada de tres meses (esa condición no era inusual en la época: estudios de registros de matrimonios y bautismos revelan que hasta un tercio de las novias iban embarazadas al altar) cuando contrajeron nupcias. Ya como esposos, nació Susana. Hathaway era la hija huérfana de un granjero de Stratford-upon-Avon, quien le legó una dote generosa. Este estatus le dio más libertad a Agnes, mucho más que el habitual sometimiento que padecían muchas mujeres de su tiempo, quienes dependían del permiso paterno para elegir pareja y después dependían del esposo para elegir vida. Como se nota, ella era harina de otro costal.

Shakespeare se había graduado de la escuela primaria y era el hijo mayor de un fabricante de guantes con una fortuna en decadencia. Su padre alguna vez fue el equivalente al alcalde de Stratford, pero cuando el hijo cumplió 18 años, la familia ya había caído en deudas, descrédito y problemas legales.

Durante siglos, debemos remarcar este hecho, durante siglos los hombres hablaron de Shakespeare de acuerdo con sus intereses y por deriva de esa inercia machista convirtieron la historia del dramaturgo en algo misógino. Hablaban de Agnes como una solterona anciana que atrapó a un joven inexperto y consumaron así un matrimonio sin amor, esencialmente a larga distancia. Algo gris, horrible, triste. Pero bajo la óptica de Hamnet eso es una fachada masculina.

O’Farrell ha citado el trabajo de Germaine Greer como una influencia: Shakespeare’s wife (2007), donde se boceta a Agnes y se complementa con otras virtudes que O’Farrell investigó; por ejemplo, el conocimiento ancestral de ciertas plantas y el cuidado de abejas. Agnes era una mujer solitaria, con creencias sumamente poderosas sobre la imposibilidad de la muerte. Agnes conmueve durante toda la novela; pero en especial, la segunda parte del libro se convierte en una bomba de tiempo que para beneficio del  lector cumple su cometido y propicia una catarsis.

En Hamnet, el matrimonio de Shakespeare es complicado y problemático, pero tiene amor y pasión, normal, sin efectos especiales, con una humanidad que hiere al lector, como la muerte de un hijo.

La autora concibe al joven dramaturgo como un tipo callado, proclive a la depresión y ligeramente anodino. Will (el dramaturgo más famoso de todos los tiempos) entiende que su padre ha caído en desgracia y que sus perspectivas de crecimiento son inciertas; no es un buen partido para mujer alguna, pero Agnes, dado su grado de independencia social y financiera, elige a Will. Ella es vista como la peor pareja para este “niño irresponsable, sin comercio”. Will se siente atraído por Hathaway, una mujer de espíritu libre, y encuentra el propósito de su vida con ella.

En 1596, Hamnet murió a los 11 años. O’Farrell imagina, plausiblemente, que fue la peste la causa de ese deceso. Para entonces, William Shakespeare era un dramaturgo consagrado que vivía en Londres, pero mantenía a su familia en Stratford, acumulaba propiedades y regresaba a casa durante periodos cortos. En Londrés vivía como un monje y la austeridad rayaba en la injuria. En Stratford conservaba su bajo perfil, pero la gente sabía que ese tipo había hecho dinero en el mundo del teatro y eso no era del todo convincente para alguien que se había casado con una mujer “mayor”, una mujer que tenía su negocio y su dinero.

Will adquiere peso en la segunda parte de la historia, pero no tiene importancia. Especialmente se anima cuando Agnes lo confronta porque él da la impresión de no sufrir la pérdida del hijo. Y poco a poco va creciendo la apuesta literaria de O’Farrell, pues sugiere que la obra más conocida de Shakespeare se debe justamente al intento de un padre por sacar de la muerte a un hijo. Pero el detonante de todo eso es Agnes, quien asiste a ese mundo que Will conoce bien, el de los teatros, el público y los vicios, ella lo ve de lejos, como una vulgar monstruosidad que da dinero, y al oír el nombre de su hijo tres veces (Hamlet, Hamlet, Hamlet) en el escenario todo empieza a transformarse y el milagro de la resurrección alcanza al lector, pero obviamente esto no es magia sino una labor cronométrica de O’Farrel para disponer todas las piezas del relato y lograr así la transformación de lo mundano en una acontecimiento literario. Suena muy sencillo, pero no lo es. O’Farrell consuma la fusión de la vida y la obra de Shakespeare de una manera inteligente, con técnica y sensibilidad. Cito:

“Todo lo que él puede hacer es inscribir trazos en una página –por semanas y semanas, esto fue todo lo que él hizo, apenas dejaba su cuarto para comer, nunca hablaba con nadie más– y espera que al final alguno de esas flechas pueda dar en el blanco. La obra, la completa longitud de este proyecto, llena su cabeza”. Ese misterio, el del encierro, la soledad y la maduración de la muerte sólo puede ser sublimada con un texto hecho especialmente para ser representado en público. Eso es el teatro y O’Farrel cuenta esta historia desde la magnificencia de quien duda de la muerte. Gracias a ese cuestionamiento, esa inseguridad, convierte la literatura, especialmente la prosa, en un vínculo indisoluble de la vida que puede, y quiere, encapsularse en una novela.