31 octubre,2023 4:38 am

La pena de una emoción ajena

 

(Segunda de tres partes)

Federico Vite

La escritora Tea Oberth, nacionalizada estadunidense, pero crecida en Belgrado, esencialmente platicaba en inglés. Es rubia y alta. Risueña y amable. Sobre todo, paciente. Habla un inglés gringo. Me comentó que le gustaba Gabriel García Márquez. Fue un buen punto de inicio para la conversación que inició en la Facultad de Idiomas de la Universidad de Belgrado, continuó en el hotel y siguió en el trayecto rumbo a la Feria de Libro, ubicada en la nueva Belgrado, donde los rascacielos, las tiendas, las calles junto al río Sava hablan de otro tipo de Europa central, una más chic, pero tan imponente como la antigua Belgrado. Tea obtuvo en 2011 el premio Orange a la mejor novela escrita y publicada en inglés. Esa novela se llama The tiger’s wife. Grosso modo, el libro aborda la historia de una huérfana en Belgrado, pero una parte del relato está relacionado con The jungle book, de Rudyard Kipling. Son dos partes, me dijo Tea, dos partes que abordan aspectos de la protagonista y van al pasado, recuerdan y expanden esos recuerdos. Justamente eso me gusta de Gabriel García Márquez, dijo, que toma un momento en la vida de un personaje y lo hace grande. Entiendo, respondí, pero no sé si en inglés puedan sonar igual que en español los Cien años de soledad. Es decir, comenté, yo profeso un gran cariño por Antonio Tabucchi, pero leído en español y en inglés es menor a la música del idioma original. Su italiano espera melodía. Yo tengo la impresión, agregué, de que algo pasa con García Márquez. No sé si una buena traducción al inglés le haga Justina, pero en español no es malo; el problema, te soy sincero, es que a mí no me gusta como novelista, yo prefiero a García Márquez como cuentista. Por ejemplo, señalé, Nadar en la luz. Entiendo, respondió Tea, a mí me gusta como novelista, la técnica para expandir los recuerdos. Yo agregué que en la Fundación para Letras Mexicanas, hace 20 años, conocía a García Márquez. Él fue amable en conversar con nosotros sobre cuentos, novelas y poemas. No sé si por la inflexión de mis palabras, por el énfasis de la conversación o simplemente porque uno dice cosas con euforia, ella entendió que yo fui tutorado por García Márquez. Intenté explicar que no fue así, pero ella agregó: ¡Qué honor para ti! De ahí la conversación derivó en los escritores latinoamericanos, me comentó que había conversado con Álvaro Enrigue y Valeira Luiselli, claro, explicó, es que vivi en Nueva York y el gremio de extranjeros en Estados Unidos no es muy amplio. Ellos (Enrigue y Luiselli) son bien conocidos allá. ¿Y por qué decidiste escribir en inglés? Hice la pregunta sin tener muy presente que era todo un tema para ella. No lo sé, comentó generosamente, no lo sé, simplemente se fue dando. Y regresó a hora a Belgrado como escritora, tanto a la Feria de Libro como al International Meeting of Writers. Durante el encuentro ella también recibió el premio Luna para escritoras. Es raro, señaló, mi abuela falleció durante el covid, mi familia sigue acá, pero es extraño volver como escritora. Levantó los brazos y como las manos enmarcó entre comillas la palabras: “escritora”.
Otra de las estancias que marcaron la visita a Belgrado fue la conversación con la traductora Vesna Stamenkovic. Ella traduce del inglés y del español al serbio. Habla un inglés espectacular, rítmico y elegante. Su español es neutro, pero de un amplio bagaje. Me comentó que había traducido recientemente la obra de Yuri Herrera, un escritor mexicano radicado en Estados Unidos desde hace varios años. Su libro ha tenido una muy buena recepción, expuso, tanto en el área de académicos como con los lectores. Ha sido un interesante proyecto, agregó, porque acá no se conocen tantos autores latinoamericanos.
Por lo que vi, allá conocen bien a Jorge Volpi e Ignacio Padilla, obviamente a Octavio Paz y a Carlos Fuentes. No llegan los ecos de Elena Garro, de Inés Arredondo, de Amparo Dávila y de otras tantas autoras que proponen universos internos magníficos.
La gran pregunta, deriva de todo esto, no es para Vesna ni para Tea, ¿por qué le podría interesar a un lector serbio la obra de un autor mexicano? Yo encuentro puntos de empalme, el sentido del humor, la vivacidad, el machismo. El dulce placer de vagar por una ciudad como Belgrado debe reservar misterios insondables. Encuentro en los belgradenses un sentido del humor similar al nuestro, una forma extraña, cierto, pero palpable del goce de la vida.
Me hice gran comparsa de un serbio que nos llevaba de un lado a otro de la ciudad en auto: Bojan. Le pareció simpático que un mexicano de costa, como yo, no tomara cerveza ni fumara. Soy alcohólico, confesé, llevo diez años sin beber; siete sin fumar. Mi vida social se vino al diablo con el cambio de vida y mi vida laboral se tornó un poco más solitaria. Salgo poco a fiestas, voy poco a ferias de libro. Bueno, esa es la vida de un escritor serio, me dijo Bojan, habla inglés con el tono  y la inflexión de los rusos. Él organiza batallas medievales y eventualmente recibe a mexicanos que están interesados en participar en los combates con armaduras, escudos, mazos y espadas. Es otro mundo el suyo y tiene un profundo respecto por los escritores. ¿Por qué? Le pregunté, porque no doy crédito a tanta amabilidad por un escritor extranjero, tanta cortesía que evidentemente se traduce en un afecto por la ciudad y sus habitantes. Los escritores hacen su trabajo, respondió, no cualquiera deja pasar la vida para escribirla. Era un punto de vista sabio. ¿Te gusta mi ciudad?, inquirió mientras recorríamos la zona que fue habitada por gitanos y desde un lustro se convirtió en un terreno donde crecen rascacielos, luminosos, metálicos y esplendentes. Me gusta, afirmé, ¿conoces Los Simpsons? Claro, apuró la respuesta Bojan. Es que tomaré las palabras del Abuelo Simpson y diría algo más o menos así: “Me recuerda una canción que nunca he escuchado”. De verdad, dice él, sonriendo. La noche fresca, de 18 grados centígrados, me hace pensar que yo vivo entre el fragor de los 35 y 30 grados centígrados diariamente. Esto es el cielo, Bojan, comenté como si conociera a este tipo desde hace muchos años, para mí es un clima idóneo, además, tienen muchas librerías en varias idiomas, una ciudad hermosa con mujeres amables y rostros de rasgos refinados, literalmente son modelos. Pasamos cerca de una enorme iglesia ortodoxa. Yo vivo cerca de una iglesia en Acapulco, soy bautizado católico y todo esto es nuevo para mí. Es más grande mi mundo ahora. No lo digo, pero lo sé indudablemente. Pienso en ello al observar las aguas del Danubio que a esas horas son negras. También pienso que en Acapulco, a esta misma hora, el calor es intenso. Tomamos una circunvalación y Bojan dijo que estábamos en la periferia de Belgrado. A mí me pareció que habíamos entrado a Tlalpan, en la Ciudad de México. Con la frente metida en la noche avanzamos rumbo a la nueva Belgrado a conocer un poco la vida de Europa central.