13 febrero,2024 5:07 am

La voluntad de erigir una casa 

 

 

Federico Vite

 

Hace varios años leí un libro pequeño de Thomas Wolfe, el sureño gringo que murió joven (treinta y ocho años de edad) en Baltimore, justo en 1938 (no confundirlo con Tom Wolfe, el periodista y novelista que falleció en 2018). Dediqué unas horas a No hay puerta (Traducción de F. Santos Fontenla Caralt, España, 1990, 95 páginas), pero no me sentí especialmente atraído por el trabajo de Wolfe, quien compartió tertulias y desavenencias con el dorado Francis Scott Fitzgerald. Wolfe, ahora entiendo, fue un hombre que se hizo mítico por la voluntad de ser escritor a toda costa.

Aquel libro breve me hizo pensar que Wolfe era un eslabón con la obra de William Faulkner. En No hay puerta puede notarse una continuidad natural, en cuanto a los temas: depresión económica, pobreza, alcoholismo, violencia masculina y deseos de salir adelante. Estilísticamente, por supuesto, son distintos. Lo de Faulkner es digno de análisis porque encadena oraciones que gracias al estupendo trabajo de la analepsis y la prolepsis produce efectos sumamente atractivos en el tempo narrativo, consigue que el lector se hunda en la psique de los personajes sin importar el tiempo “real” de la narración. Fluye de una manera singular. También, claro está, su prosa tiene visos de máquina, aceitada y sulfurosa, en los cuentos. En el caso de Wolfe encuentro esa intención estética del manejo del tiempo, como novelista se dedica a ofrecer senderos inexplorados y la música que produce su prosa es la de un poeta. Por ejemplo, la novela Look Homeward, Angel (Scribner, Estados Unidos, 2006, 508 páginas). Originalmente publicada en 1929, año fatídico y triste, este libro ha creado un mito. Poco a poco ha ido ganando lectores. Desde hace más de 95 años está circulando en las librerías.

Grosso modo, Look Homewrad, Angel cuenta la historia de Eugene Gant, el alter ego de Wolfe, quien debate contra todos (pobreza, familia y entorno) para ser un escritor. Wolfe dramatiza a sus familiares, crea también Altamont, una versión ficticia de su ciudad natal, Asheville, Carolina del Norte. La tacaña madre de Gant es propietaria de una pensión; su padre, un borracho pendenciero. Eugene pierde la virginidad en un burdel y tiene encuentros sexuales con una de las jóvenes que le renta departamento a su madre, una chica cinco años mayor que él. Gant asiste a Pulpit Hill, trasunto de la alma mater de Wolfe: la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill. Cuando muere el hermano mayor, Gant descubre su vocación: escribir. Eso se convierte en una potestad obsesiva. Y es la meta de esta novela.

Look Homeward, Angel es a la vez una crítica de la mentalidad de los endógenos pueblos pequeños y al mismo tiempo aboga porque pervivan esos usos y costumbres, pero por encima de todo, este libro voluminoso sondea la identidad personal y trata de resolver una enigmática pregunta, ¿cómo se convierte uno en artista? ¿Por qué?

“En el vientre oscuro no conocíamos el rostro de nuestra madre; de la prisión de su carne hemos llegado a la prisión indescriptible e incomunicable de esta tierra. ¿Quién de nosotros no ha permanecido encerrado para siempre en prisión? ¿Quién de nosotros no es para siempre un extraño solitario?”, dice Wolfe y enuncia así lo que determina ciertos estadios de un artista; el primero, la soledad y sólo si está listo para eso (la soledad mayor) sabrá que lo sigue es el éxito. Es decir, el éxito entendido como la publicación del libro que un hombre quiso escribir sin ayuda de nadie, solo, completamente solo.

Muchos escritores de la época pensaron que el mítico Maxwell E. Perkins de la editorial Charles Scribner’s Sons era el verdadero autor de la novela hoy comentada. No creían que alguien tan joven (Wolfe publicó a los 29 años en la editorial Scribner, donde los portentos autorales eran Hemingway y Fitzegrald) pudiera tener esa visión del mundo. Perkins –también editor de Hemingway y de Fitzgerald– obtuvo el permiso de Wolfe para eliminar 60 mil palabras del manuscrito original. Hizo algunas supresiones debido a que la verbosidad de Wolfe era atosigante; otros cortes fueron necesarios porque Perkins consideraba que ciertos pasajes eran escatológicos e irrespetuosos, ofendían a los religiosos, a los deportistas, a los patriotas y, por supuesto, atentaban contras las costumbres sureñas. Sin la paciente edición de Perkins, dijeron los críticos, el libro habría sido una masa informe. Quizá por tantos cortes hay momentos en los que el relato se siente ligeramente desordenado, con secuencias que no tiene mucha relevancia y, sin duda, sobran, pero pervive una constante autorreferencialidad en el documento y la prosa es música, con eso nos atrapa el autor. Un ejemplo de ello son las líneas inaugurales de la novela:

“Un piedra, una hoja, una puerta inencontrable; de una piedra, de una hoja, una puerta. Y los rostros olvidados…

Desnudos y solos, nosotros entramos al exilio.

“Perdido, y por el viento funesto, fantasma, regresa otra vez”.

Con el paso del tiempo, Wolfe se convirtió en un autor para estudiantes universitarios, sigue leyéndose como una curiosidad, como un objeto semipulido y barnizado. Lo que puede encontrarse en Look Homeward, Angel es una cantidad ingente de personajes y lamentablemente una corriente desbocada de palabras, cuya estructura tradicional permite al lector asomarse a un catecismo literario, porque hay referencias a poemas, a novelas y a autores. Este libro también es una autobiografía literaria.

Varios editores rechazaron Look Homeward, Angel. Wolfe envió su gigantesca primera novela a Charles Scribners Sons. Se encargó de que le llegara a Perkins, quien fue conocido por defender a muchos escritores jóvenes. Perkins citó a Wolfe. Tenía muchas notas sobre las mil cien páginas que constituían en ese momento la novela. “Me conmovió tanto pensar que alguien había pensado lo suficiente en mi trabajo como para sudar por ello de esta manera”, escribió Wolfe en su diario y agregó: “Casi lloré al ver eso”.

Durante el arduo proceso que siguió, Wolfe cortó más del 20 por ciento de la novela y reestructuró la historia. La publicación generó mucha atención. Pero los elogios de Wolfe hacia el trabajo de Perkins alimentaron los rumores de que el manuscrito original había sido impublicable. Pero no estoy seguro de que la piedra de toque de Wolfe hubiera sido una creación de Perkins. No.

La publicación de O Lost (2000), la versión íntegra de Look Homeward, Angel confirma eso. Es la obra tal y como la concibió Wolfe. Sin cortes, sin las modificaciones hechas por Perkins. Este caso, Wolf-Perkins es un fenómeno similar al de Raymond Carver-Gordon Lish. Aunque en el caso de Carver el resultado es prodigioso.

Look Homeward, Angel es básicamente el cimiento de una obra sólida. Algo que en esta época sería impensable, pues bastaría con publicar cuentos en revistas electrónicas y listo, con eso se le consideraría un narrador a cualquiera. Wolfe apostó por lo grande. Ni duda cabe que tuvo su recompensa.

 

*La traducción de las  frases entre comillas es mía.